La riqueza no lo compra todo

Capítulo 25: El oráculo

Después de hablar con la señora Smith, me puse a pensar, pero en la cama. Tengo que dormir un poco, ya estoy demasiado agotada como para hacer preguntas a Balder y mucho más a la señora Smith.

Despierto a mitad de la noche, trato de buscar la mano de Balder, pero no está. Una punzada de dolor recorre un punto en mi espalda para luego dirigirse al centro de mi vientre. Me siento en la cama con el ceño fruncido y suelto una risita pensando que Antony solo quiere jugar, pero no es así; a la segunda punzada de dolor, me doy cuenta de que se acerca cada vez a mi ombligo y costado, cada segundo que pasa el dolor aumenta.

Ya me estoy preocupando, encima de todo, Balder ha desaparecido.

—¡Balder! —Exclamo con todas mis fuerzas.

Me pongo de pie con cuidado y siento algo caliente, pegajoso y viscoso, deslizarse por mis piernas. Bajo con miedo mi mirada; me siento una tonta, y no hay nadie acá que me pueda ayudar.

Phoebe se hace presente y me mira sin comprender hasta que sus ojos se fijan en el suelo y entiende lo que está ocurriendo.

—Bueno, parece que Antony ya está viniendo.

No quiero tener a mi hijo hasta saber que Balder venga a mi lado. Lo necesito junto a mí.

—¿Dónde está Balder? —Pregunto sintiendo cada vez más seguidas las contracciones—. ¿Dónde está mi esposo?

Es imposible que vaya a dar a luz ahora, no es el día, ¿o sí?

Soy pésima para las fechas, estoy segura de que iba a nacer el veintinueve, no el veintiocho de diciembre.

Phoebe comienza a ayudarme a caminar hacia el teléfono; por suerte, en un dos por tres, llega la policía para ayudarnos. Respiro hondo comenzando a perder el conocimiento; no me siento nada bien, por momentos, pierdo lo que pasa.

Sin embargo, unos minutos después me encuentro ingresando en una silla de ruedas a la sala de partos. Los médicos se hacen presentes y Phoebe me ayuda a hablarle a los tipos, mientras que yo trato de aguantar las ganas de morirme.

No entiendo lo que hablan; me siento mal; voy a morir. No va a morir Balder, yo seré la que muera. No puedo respirar bien, me duele todo y no siento nada. Phoebe me mira y asiente dándome su apoyo, pero no me es suficiente. Un dolor eterno me rodea todo el cuerpo y caigo inconsciente.

Abro los ojos sin entender nada, a mi lado está Phoebe sosteniendo a Antony, ¿tuve a mi hijo?, ¿cómo me pude olvidar de eso?

—¿Qué pasó? —Pregunto mirándome y luego a Phoebe.

—Por cesárea, era imposible que dieras a luz en el estado en que estabas, Cami.

Ella pone en mis brazos al pequeño Antony. Todo es muy extraño para ser verdad.

Veo entrar a Balder por la puerta; él me sonríe amplio y asiente acercándose a ver a su hijo. Deja un beso sobre mi frente y en la frente del pequeño, pero no dice nada, solo como entró se va del cuarto.

—¡Balder! —Grito con todas mis fuerzas.

Los ojos de Phoebe se cristalizan y niega.

—Camila, Balder murió ayer a las doce de la noche.

No es posible, si lo acabo de ver.

—Pero… —De mis ojos caen lágrimas—. No es posible, acabo…

Ella niega.

—Lo encontraron muerto, le dispararon en la frente —me explica Phoebe acercándose a mí para brindarme apoyo—. Balder murió ayer, cuando tú estabas dando a luz, Cami.

Respiro hondo sin poder creer en nada; no es posible. Me limpio los ojos con la palma de mi mano y observo a Antony, posee los mismos ojos que su padre, es una versión en miniatura de Balder.

El médico se hace presente y tenemos una charla sobre el cuidado de Antony, pero no puedo prestar la atención requerida. No puedo pensar en nada que no sea Balder y que no estuve allí para él.

No lo mató una enfermedad hereditaria, no lo mató el veneno, lo mató un ser humano con un arma de fuego.

—¿Se encuentra bien? —Cuestiona el médico.

Asiento con la cabeza tan solo una vez.

Observo a Antony a mi lado y sonrío ladinamente imaginando a Balder a mi lado junto a su hijo. Sé que él habría hecho lo que sea por ese pequeño. Me armo de valor y cargo a Antony con cuidado, lo alimento y luego de una hora cantándole covers de su padre me pongo a pensar que quizás Balder podría haberle cantado y enseñado a tocar un instrumento.

Suelto un suspiro sonoro de mis labios y recuesto de nueva cuenta al pequeño, ya que es hora de dormir.

—Hasta el último día… —Susurro mirando el techo del cuarto—. Hasta el último día Balder Smith.

Asiento viendo ahora al pequeño sonreír a la nada, sabiendo que ahí puede o no estar el amor de mi vida.

Quiero creer que este no será el último día; no va a ver un último día, sino un eterno camino hacia él.



#24994 en Novela romántica

En el texto hay: romance, dolor, multimillonario

Editado: 23.09.2021

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