Ese día salí del ascensor y caminé hasta mi puesto, miré el reloj y había llegado a la compañía media hora antes. No podía creer que el reloj aún no marcaba las ocho de la mañana, así que encendí mi ordenador y puse algo de música para alegrar el ambiente. La primera canción en sonar fue Papa loves mambo de Nat King Cole, algo alegre para iniciar la jornada laboral.
Sin importar nada, daba suaves pasos de baile, estaba muy feliz aquella mañana. Mi mente estaba en otro mundo, no pensaba en otra cosa, solamente estaba concentrada en mi baile y la voz de aquel talentoso artista.
Bailaba y sonreía como nunca mientras que pasaban los minutos para iniciar mi turno. El pasillo era completamente mío, no había nadie más; Sonja no estaba, y las oficinas de los señores Douglas y Julien estaban cerradas. Entre esas paredes, en aquel pasillo de cinco metros entre mi puesto y la puerta de la oficina de mi jefe, los minutos corrían lento y mi felicidad se hacía infinita.
Seguía en mi baile disfrutando de la buena música y el aroma a lavanda que emanaba de los ambientadores. Dí un suave giro al compás de la canción y me topé con la mirada del señor Barthel. Me detuve de golpe preparada para mi primer sermón, pero algo extraño pasó.
El señor Barthel sonrió tiernamente —Buenos días, Sara —dijo —Veo que estás muy feliz esta mañana.
—Buenos días señor Barthel. —quería morir de la vergüenza —lo siento.
Don Douglas se acercó a mí diciendo que jamás debía avergonzarme de demostrar estar feliz. Por primera vez en meses, recibí un consejo de alguien diferente a mi padre.
El señor Barthel entró a su oficina y yo me quedé de pie junto a mi puesto, estática ante su actitud. Yo realmente esperaba un sermón, pero recibí lo opuesto. Lo que yo ignoraba en ese momento, era que los Barthel adoran ver a sus empleados felices, activos y cómodos en su trabajo.
Yo seguía ahí, de pie y perdida en mis pensamientos cuando Sonja llegó. Estaba tan distante mentalmente que no me di cuenta de su llegada.
—Sara ¿Estás bien? —preguntó.
Bruscamente reaccioné cuando Sonja habló y respondí con otra pregunta —¿Qué cosa?
—Pregunté que si estás bien, te noto distraída.
Asentí y le dije que no había de qué preocuparse. En ese momento tomé asiento y comencé con mis deberes. En cierto modo me sentía un poco inquieta, pero ya pasó. El señor Barthel me vio bailando en el trabajo, ahora toca esperar qué otra cosa vergonzosa me pasará más adelante.
Ya habían pasado varios días desde que inicié en esta compañía publicitaria. Todos hablaban de Julien Barthel y de su curiosa estatura, decía que su voz era dulce y que de los hijos del señor Barthel, era el más delicado y cuidadoso. Cosa que, no sabía que comprobaría ese día.
Recuerdo que salí al baño, pero estaba fuera de servicio. Le pedí a Bertram que me indicara dónde podía encontrar el baño más cercano.
—En el piso de abajo. —contestó.
«¡Maldición! De aquí a que quiera llegar al baño, habré dejado un amarillento rastro con olor a espárragos por todo el pasillo», pensé. Pero bueno, no tenía opción.
Bajé velozmente por las escaleras, y busqué el baño de damas. Al ingresar al cubículo, escuché a dos chicas en la parte de afuera conversar mientras lavaban sus manos. Ambas halagaban el físico del señor Julien, decían derretirse por un hombre así.
Eran muy chistosos sus comentarios sobre imaginarlo en calzoncillos y cosas así, pero lo más chistoso fue cuando salí del cubículo hasta el lavabo. Ambas me miraron con mucha vergüenza al verme y escucharme decir —Escuché todo, señoritas.
Rojas como un tomate, las mujeres salieron del baño y se perdieron en el pasillo. Sonreí de manera pícara y con mucha calma, regresé a mi puesto. En ese momento vi a Sonja muy alegre, como si hubiese recibido una noticia muy buena.
—¿Te enviaron algún ramo de flores? —pregunté a manera de chiste, a lo que Sonja respondió
—Mi hermano regresó de su viaje, está esperando por tí en su oficina.
Lentamente llevé mi mirada hacia aquella oficina a la que nunca había entrado, solo el conserje para cuando el señor Julien regresara la encontrara impecable.
—¿Es broma, verdad? —pregunté un tanto nerviosa.
—Nein. —respondió Sonja —¡Anda! A veces Julien es impaciente.
A paso lento me acerqué y llamé a la puerta con dos suaves golpes.
—¡Adelante! —dijo el sujeto.
Aquella voz no era para nada delicada, todo lo contrario. Era la voz más grave que había escuchado jamás, pero muy encantadora. Cuando escuché que hablaba, abrí lentamente la puerta y me asomé.
—Disculpe, señor Barthel. Sonja me dijo que usted me solicita. —hablé con mucha pavidez al verlo sentado en su escritorio dando la espalda.
—Acércate.
Tragué en seco e ingresé. Cerré la puerta y muy despacio, caminé hasta acercarme al escritorio de aquel hombre. Finalmente, iba a conocer a mi jefe cara a cara.
—Sara ¿Verdad?
—Así es, señor.