Las adversidades de Sara y su fortuna

Una visita inesperada

Al día siguiente, llegué a la compañía y me animé a tomar la carta para leerla en mi puesto. Ya la había visto al terminar mi jornada, pero no quise leerla. Honestamente estaba muerta de cansancio y solo quería tomar mis cosas para volver a casa. 

Esa mañana, abrí el sobre y leí la carta. No había mucho, solo un poema que decía:

Dime amiga, la causa de este ardiente,

puro, inmortal anhelo que hay en mí:

suspenderme a tu labio eternamente,

y abismarme en tu ser, y el grato ambiente

de tu alma inmaculada recibir.

Vaya creatividad la del que escribió este poema. Muy lindo a decir verdad, pero por alguna razón, en lugar de gustarme o al menos causarme algo al leer semejantes palabras, la sensación que tuve al leerlo fue de asco. Quizá era porque aún no estaba lista o mi cuerpo me lanzaba una señal de advertencia. 

—¡Qué romántico! —dijo el señor Julien a mi espalda, provocándome un fuerte susto —¿Es esa la carta de tu casillero?  

—¡Dios! Señor Barthel, no haga eso —dije y luego de fruncir el ceño, continué hablando —¿Por cuánto tiempo estuvo allí escondido?

El señor Barthel sonrió de manera irónica, o eso pensaba yo. Todo el tiempo estuvo detrás de la planta que adorna el pasillo y yo jamás lo ví. Fácilmente pude haber hecho algo malo y podía sorprenderme en el acto. Por suerte mi madre supo educarme muy bien, de lo contrario podrían despedirme en cualquier momento por cosas indebidas en mi puesto. 

—Estoy aquí desde antes de tú llegar. —respondió mientras extendía su mano en señal de que le entregara la carta.

El señor Julien leyó el poema y comenzó a reír levemente. 

—Reminiscencia inmortal —comentó —un poema de Friedrich Schiller. Esto es solo un fragmento nada más, así que quien te envió esto es un buen amante del arte y la poesía. Romanticismo alemán en su máximo esplendor. 

«Sabe mucho de poesía, esto es algo sospechoso», pensé. 

El señor Barthel me entregó la carta y entró a su oficina. No quería pensar que era mi propio jefe quien estaba detrás de todo, aunque no tenía sentido porque el primer mensaje por mi red social, lo recibí mucho antes del regreso del señor Julien a Alemania. 

No sé qué ocurrió en mi entorno, pero me desprendí por completo de la realidad. Mi mente había viajado al pasado y una vez más recordé a Harald como si se tratara de un castigo del mismo diablo. Estaba tan, pero tan distraída que no escuchaba a Sonja llamarme. Tenía la mirada fija en el teclado del ordenador y mis dedos entrecruzados mientras me encontraba en mi trance psicológico, si así se le puede llamar, porque no encuentro otro nombre para aquel estado mental en el que estuve no sé por cuánto tiempo. 

—Sara, ¿Estás bien? Te noto distraída. —preguntó Sonja quien estaba en compañía de Bertram.

Asentí y me levanté para caminar hacia la ventana para mirar a lo lejos, pero ¿A quién quería engañar? Estaba por romper en llanto por Harald a pesar de que ya no sentía nada por él, o eso pensaba. 

—Sara ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? —cuestionó Bertram mientras se acercaba a mí —¿Alguien te hizo algo?

—No es nada, solo que tuve una serie de recuerdos. —dije al tiempo que secaba mis lágrimas. 

—Comprendo —comentó el conserje —si necesitas hablar, sabes que puedes contar conmigo. Te aprecio mucho y sabes que estoy aquí en caso de que requieras ayuda. 

Bertram caminó hasta el elevador y Sonja entró a la oficina de su padre, dejándome sola en el pasillo. Segundos más tarde, vi que el elevador se abría y una despampanante mujer salió de su interior. 

La mujer se acercó a mi puesto preguntando por el señor Julien. Supuse que era de esas modelos contratadas para ser la imagen de alguna publicidad. Le pedí que tomara asiento mientras notificaba que tenía visita. Cuando pregunté por su nombre ella respondió:

—Bettina, Weber. 

Levanté la bocina y le indiqué el nombre de la mujer. Recuerdo que el señor Julien ya me había dicho que no le pasara llamadas de ella, pero si no le notificaba que estaba esperando por él afuera de su oficina, armaría un escándalo. No tuve opción, aunque ya tenía asegurado un fuerte jalón de orejas por mi desobediencia. 

—Déjala pasar —ordenó y violentamente colgó el teléfono. 

Le avisé a la mujer que podía pasar, pero algo en ella me resultaba familiar. Su voz era conocida y su rostro parecía haberlo visto antes. Otra cosa que me dejó bastante inquieta e intrigada fue su actitud. A medida que se acercaba a mi puesto preguntando por el señor Julien, se notaba más y más nerviosa. Por tal motivo, anoté su nombre en un trozo de papel, pues la curiosidad por saber quién era, estaba matándome. 

En fin, me concentré en mis deberes hasta donde me fue posible. Pues, escuché un par de gritos provenientes del interior de la oficina del señor Julien. Una fuerte discusión se estaba llevando a cabo allí dentro, tanto así que me concentré más en escuchar lo que mi jefe hablaba, cuando de pronto, el sonido de un cristal rompiéndose me asustó. 




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