Las adversidades de Sara y su fortuna

Encarando a Gunther

Me encontraba en la tienda de enfrente comprando el expreso para mi jefe. Al señor Julien no le gustaba el café que servían dentro de la empresa, por lo que todas las mañanas me pedía que comprara su café en la tienda de comidas que estaba al otro lado de la carretera. 

Al llegar a la puerta de Barthel Publicidades, saludé a Hannes como todas las mañanas. Por protocolo, me detuve para la revisión y al terminar nos sonreímos como de costumbre y seguí mi camino hacia el elevador. Estaba tan concentrada en llevar el café a mi jefe, que por poco olvidaba dejar mis cosas en el casillero. Así que rápidamente me devolví y guardé mi morral, excepto mi billetera y mi teléfono móvil en caso de alguna emergencia. 

Cuando cerré la puerta de mi casillero, me topé con Gunther, que, sabrá Dios cuánto tiempo llevaba allí parado. Como en realidad no esperaba encontrarlo y mucho menos allí, el susto que me llevé fue colosal. 

—Lamento aparecer así, no era mi intención asustarte —dijo apenado —¿Estás bien? 

—¡Sí! —dije un poco distante —no hay problema, no fue gran cosa —tomé el café del señor Julien y di un par de pasos, pero me detuve al escuchar a Gunther hablar. 

—Sé que estás incómoda porque ahora sabes que ese admirador secreto soy yo.

A lo que comenté sin darle el frente —No quiero hablar al respecto y desde ya te dejo claro que no estoy interesada en tener una relación amorosa. ¿Entendido? 

—¿Quiere decir que no tengo esperanza entonces? —cuestionó.

—¡No lo sé! —hablé con firmeza y salí de la sala de casilleros. 

Apreté el paso hasta llegar al elevador evitando ser alcanzada por Gunther, aunque fui sorprendida por mi jefe. El señor Julien me miraba en completo silencio, sonreía como de costumbre, con esa agradable pero inquietante sonrisa en su rostro. 

—Buenos días, señor Barthel —dije —aquí está su expreso tal y como a usted le gusta. 

—Buenos días, Sara —respondió y dijo mientras recibía el café —¡Gracias por el expreso! —continuó sonriendo. 

Finalmente la puerta del elevador se había abierto, ahora venía lo más incómodo para mí, estar al interior de aquel contenedor a solas con mi jefe. Aún seguía sin entender por qué me incomodaba tanto su presencia. Yo no sentía nada por él, admito que me parecía muy atractivo, pero aquello no era sinónimo de enamoramiento. 

Además, un hombre como Julien Barthel; rico, inteligente, atractivo, inalcanzable, dueño de medio Alemania, iba a fijarse en una Sara Becker, asalariada, con poca gracia y belleza, que apenas pudo estudiar y que lo más lejos que ha podido viajar es de su natal Dresden hasta la gran capital Berlín para cambiar su vida. 

Yo no me sentía poca cosa, todo lo contrario. A pesar de las adversidades que he vivido, me sentía plenamente satisfecha con mi vida. Solo que, era una mujer realista, demasiado diría yo. La idea de que el señor Barthel se enamorara de mí era infinitamente imposible. 

En fin, al interior de aquel elevador, sentía a mi corazón latir a millón y pude notar que las manos de mi jefe temblaban. Me hice la tonta y comencé a jugar con mis dedos. En eso, y de manera intempestiva, el señor Julien preguntó:

—¿Te has encontrado con Gunther antes de entrar al elevador?

Fruncí el ceño y respondí —¿Cómo supo eso? 

Mi jefe sonrió y dio un sorbo del café —solo pensé. Quizá te buscó al verse sorprendido y por eso te pregunto. Sé que como superior es feo lo que haré, pero es con el fin de advertirte que Gunther es un abusivo con las mujeres. —exhaló —A veces me provoca partirle la cara. 

—Agradezco que me lo haga saber, eso confirma que los comentarios de pasillo son ciertos —dije —desde que ingresé a la compañía he escuchado los comentarios de los demás sobre la personalidad de Gunther y créame que no pienso corresponderle. 

En ese momento, el elevador se detuvo. Habíamos llegado a nuestro piso. El señor Julien me dijo que lo siguiera a su oficina y eso hice. Al entrar, me detuve en medio de la oficina mientras mi jefe llegaba a su escritorio. 

—¿Qué haces ahí? ¡Acércate! —ordenó. 

Me acerqué a paso lento hasta llegar al escritorio del señor Barthel. Tomé asiento cuando él lo pidió y me quedé callada. 

—Estabas muy conversadora hace un instante. ¿Por qué el silencio repentino? —preguntó lleno de curiosidad.

A lo que respondí —Usted me pidió seguirlo aquí, solo espero a que me diga lo que debo hacer. 

El señor Julien tomó asiento y me miró fijamente —Somos casi de la misma edad, Sara —sonrió —Bueno, soy como tres años mayor que tú y creo que además de ser tu jefe y tú mi secretaria, podríamos ser también amigos. 

—¡No! —dije tajantemente —lo siento, pero si por algún motivo usted tiene que despedirme, no habrá amistad de valga en ese momento.

—¿Y por qué habría que despedirte? Eres una de las mejores empleadas de esta compañía —comentó —yo estoy muy satisfecho con tu trabajo y creo que sería genial hacernos más cercanos. 

Sonreí, pero era porque me parecía gracioso lo que estaba escuchando. No sé por qué mi jefe tenía ese tema de ser amigos, honestamente yo no quería ser su amiga. 




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