Unas semanas después de nuestro primer cotillón juntos, Julien y yo nos preparábamos para la navidad y por supuesto la despedida del año. Me sentía emocionada porque nuevamente iba a disfrutar de estas fechas sin sufrimiento alguno y acompañado de aquellas personas especiales con las que compartí durante estos últimos doce meses.
Para la cena de navidad, Julien ofreció su casa y ordenó invitar además de mi madre y mi hermano, a los hijos de la señora Bárbara. Realmente estaba interesado en conocerlos y la época era la oportunidad perfecta. Por supuesto que los Barthel estaban invitados, solo que, la señora Corinna no asistió y prefirió ir a cenar en casa de su amiga proveniente de España.
Felices por la ocasión, Julien y su madre biológica se encargaron de la cena, mientras que la pequeña Selma quien recién cumplía los dieciocho años, y yo, terminábamos de colocar algunos adornos nuevos. No sé quién de las dos estaba más emocionada; si ella, al ver que pronto estaríamos todos juntos como familia, o yo, al ser ésta mi época favorita del año.
A eso de las seis de la tarde, Sigmund y su esposa Monika, padres de Selma, llegaron a la casa de Julien. Detrás de ellos estaba Ángela, la hija menor de la señora Bárbara. Minutos más tarde mi madre y mi hermano habían llegado. Los Barthel llegaron a eso de las siete y diez. Primero, Ludwig y su esposa Anna junto a su hijo, el pequeño Manuel quien no dejaba de preguntar por su tío Julien. Finalmente, don Douglas y Sonja, quienes llegaron cinco minutos después.
Entre cánticos y risas, las tres familias compartieron sin problema. Los Barthel y los Donat interactuaban por primera vez en muchos años, mientras que los Becker se daban a conocer. Me habría encantado ver a mi padre allí, pero estaba muy lejos de Alemania. Vivía en Suecia y no lo veía desde que cumplí trece años.
Me sentí muy triste por eso, pero no nada iba a ganar con llorar y menos en plena reunión. Mi padre no iba a regresar, especialmente porque nos abandonó. Para no arruinar la festividad, dije que saldría a tomar un poco de aire fresco. En realidad lo necesitaba, así que caminé hacia la enorme terraza a contemplar el cielo, deseando que en ciertos aspectos, por no decir que todos, mi vida fuera diferente.
En medio del silencio en aquella terraza de baldosas negras y blancas, sentí pasos provenir de mis espaldas. No volteé a ver, pero sus cálidas manos posándose sobre mi cintura me habían dado la respuesta.
—¿Por qué no estás con los demás? —susurró —no es momento para estar sola, amor.
—Pensaba en mi padre —respondí —pero lo mejor es no hablar de él ahora.
Julien me dio un beso en la mejilla y me dijo que entrara a la casa. Obedecí a su petición, pero fue porque el aroma del pavo era exquisito y ya tenía mucha hambre.
Entramos a casa; cenamos, hicimos un brindis por nuestra prosperidad y bailamos mucho. Fue muy mágico interactuar con todos, ver a Julien con sus hermanos, a la señora Bárbara sonreír y a la pequeña Selma ser el alma de la fiesta. Así pasamos la noche hasta las dos de la mañana cuando nos fuimos a dormir.
Como todas las habitaciones de huéspedes estaban ocupadas, me tocó dormir con Julien en la misma cama. Me sentía nerviosa, pero era dormir con él o regresar a mi apartamento a esa hora. Al ver que yo no tenía alternativa, Julien sonreía de manera pícara, era obvio que los disfrutaba.
Cuando me acosté, automáticamente Julien me abrazó luego de cubrirme con la sábana. El pobre estaba tan agotado de tanto bailar que se quedó dormido en un abrir y cerrar de ojos.
Al día siguiente, desperté primero que él, era curioso verme usando su pecho como almohada. Intenté levantarme, pero me detuvo con sus brazos. Ahí me di cuenta de que no estaba dormido, solo fingía estarlo.
—Buenos días, mi hermosa secretaria. —dijo —¿Dormiste bien?
—Buenos días, Julien. Sí, dormí bien.
—Creí que reaccionarías como en Italia —comentó a modo de burla.
A lo que respondí —para ese entonces no éramos novios —me levanté y caminé hasta el baño.
Disfruté bañarme esa mañana, el agua estaba tibia y fue relajante. Pero, como la típica despistada que soy, olvidé la toalla en la cama de Julien. En ese momento lo llamé para pedirle que me pasara la toalla y él con una sonrisa de oreja a oreja se acercó para entregármela. Cuando fui a tomarla, Julien entró al baño causando que yo me sonrojara. Me envolvió en la toalla y me abrazó nuevamente.
—No tienes porqué avergonzarte —comentó.
No dije nada, solo salí del baño y me puse ropa. En realidad, no creo que me haya visto desnuda porque reaccioné y me oculté tras la puerta, y si logró verme, debió ser muy poco. Era obvio que Julien quería algo más que besos, abrazos y caricias, pero yo todavía no estaba preparada para ese paso. Por lo menos él era muy respetuoso con eso, jamás me presionó para que tuviera intimidad con él. ¡Por Dios! Ese hombre es oro puro.
Luego de vestirme, salí de la habitación y me reuní con todos en el jardín trasero. Los noté felices y llenos de energía, especialmente a Selma y el pequeño Manuel, quienes jugaban en la piscina. Era sorprendente ver a un niño de ocho años nadando como un profesional, ni yo lo haría tan bien.
Minutos más tarde, Julien se unió al grupo y conversamos un largo rato. Como ya no era un secreto que él era hijo de la señora Bárbara, ambos aprovecharon para seguir acercándose todavía más. Don Douglas no tenía problema alguno, pues él jamás se opuso a que su hijo supiera la verdad, aunque por miedo a la prensa rosa, jamás hizo nada para que Julien buscara a su madre, claro, ignorando que él la visitaba a escondidas.