Las adversidades de Sara y su fortuna

Mis días en Dresden y una extraña corazonada

A eso de las once de la mañana, llegué a casa de mi madre. Sonreí y pude percibir un agradable olor a galletas de vainilla recién horneadas. Sentí nuevamente que era una niña al volver a esa pequeña, pero hermosa casa en donde crecí. 

Mi madre estaba feliz por mi visita, aunque se puso más feliz cuando le entregué las cosas que había comprado para ella; brazaletes, ropa, perfume, y muchos adornos para la casa. Ella amaba la decoración, así que compré adornitos de mesa para sacarle una sonrisa. 

Durante los primeros días permanecí en casa compartiendo con mi madre. Luego, salía a visitar a viejos amigos y ex compañeros de la escuela, o iba al parque con mi hermano como solíamos hacerlo cuando éramos niños. 

Les comenté a mi madre y mi hermano sobre mis experiencias en Italia y Francia, viajes que, por así decirlo, ayudaron a fortalecer mi relación con Julien. En ese momento realmente lo extrañaba. Algunas veces me llamaba durante el día, otras veces por la noche. Me enviaba fotos de cosas que había comprado para mí, de sus salidas con la señora Bárbara y la pequeña Selma, o me enviaba poemas improvisados por él. Estos últimos en abundancia y cada vez más románticos. 

Confieso que a veces sentía el deseo de volver a Berlín para estar con él, porque finalmente, logré superar el miedo de ser lastimada por segunda vez. Gracias a mi jefe, me sentía libre y feliz. Jamás esperé encontrar en Barthel Publicidades aquel amor que tanto busqué y mucho menos hallarlo en mi propio jefe. Quien dejaba salir su lado más romántico, atrevido y salvaje conmigo. Esa faceta de Julien que en un principio rechacé, con el correr del tiempo se convirtió en mi favorita. 

Una noche, luego de ver la tele con mi familia, caminé hasta lo que por mucho tiempo fue mi habitación. Me acosté y me quedé mirando fijamente al techo. No sé por qué, pero sentía una voz de alerta en mi interior, como si algo estuviera pasando en ese momento. ¿Qué podía ser? Todo marchaba bien y no dejé asuntos pendientes en la compañía. Mi apartamento estaba asegurado y no entendía cuál era el motivo para sentirme de ese modo. 

Estuve despierta hasta las dos de la madrugada y como no podía quedarme tranquila, tomé el celular e intenté comunicarme con Julien, pero él jamás contestó. 

—¡Qué idiota! No puedo pretender que me conteste a esta hora —me dije y puse el móvil sobre la mesa. Me crucé de brazos y seguí mirando al techo, pero a medida que corría la noche, la ansiedad que me estaba carcomiendo se hacía cada vez más grande. 

A la mañana siguiente, le dije a mi madre lo que me ocurría y ella me sugirió volver a Berlín para ver si todo estaba bien. Rápidamente, tomé mis cosas, me despedí de mi familia y volví a la capital. Al llegar, me llevé la sorpresa más desagradable de mi vida. 

Quise morir, pero el daño ya estaba hecho y todos en la compañía estaban igual de anonadados que yo. Fue tan desagradable la sorpresa, que mi reacción fue presentar mi renuncia sin importar las consecuencias.

 




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