Las adversidades de Sara y su fortuna

Invasores

Desperté muy temprano aquella mañana del catorce de junio. Julien estaba cumpliendo treinta y cuatro años y ese mismo día viajaba de regreso a Berlín desde la isla de Sicilia en Italia. Acordamos reunirnos en la casa de campo de los Barthel, que estaba cerca del club campestre. 

Allí estaba yo, preparando unas galletas con Selma. La señora Bárbara se quedó en casa de su hijo, pues estaban reunidos para darle la bienvenida a Angela por su regreso al país luego de una misión en un pueblo cerca de España. Angela pertenecía a un convento que realizaba obras de caridad con mucha frecuencia.

Tal vez perdí la noción del tiempo al estar concentrada preparando y horneando. Quería recibir a mi amado esposo con las galletas más ricas del mundo y celebrar con él esta fecha especial. 

A eso de las diez de la mañana, Kevin me llamó para avisarme que iba de camino al aeropuerto a recoger a Julien. Salí de la pequeña cocina para asegurarme de que todo estaba bien. Vi a Selma a lo lejos caminar cerca del jardín con Victoria en sus brazos. Ella era muy feliz con la niña; sin duda, la bebé estaba bien bajo el cuidado de su prima. 

Al ver que todo estaba bien, regresé a la cocina y seguí en mi oficio. Terminé de hornear y me tomé unos minutos para salir a la terraza y respirar algo de aire fresco. Aquella casa de campo era lo mejor del mundo, todo era pacíico y silencioso. 

Llamé a Selma un par de veces y entré a la casa, pero algo no estaba bien. Un mal presentimiento me invadía el pecho como si se tratara de una señal de alerta. La casa se sentía diferente, no sé, así lo percibía yo. 

—Sara —Selma parecía tener la misma corazonada —¿Te parece bien si mejor nos quedamos afuera hasta que Julien y Kevin regresen? 

Yo seguía observando el interior de la casa con recelo —llévate a Victoria de aquí, voy a revisar si todo está bajo control. 

—Entonces te haré compañía —comentó Selma, negándose a salir. 

Ambas caminamos a paso lento, fuimos a revisar la planta alta. Al ver que todo estaba bien, le pedí a Selma que se quedara en la habitación principal con la niña y asegurara la puerta bajo llave. Yo regresé al primer piso y a paso lento llegué a la cocina. Noté que en la bandeja faltaban seis galletas de jengibre, las favoritas de Julien. 

«Algo anda mal», pensé y rápidamente tomé un cuchillo diciendo —¡Quien esté aquí, salga de la casa o llamo a la policía! —Fue entonces que escuché ruidos provenientes de la pequeña habitación junto a la cocina. En esa habitación se guardan cosas como implementos de limpieza, libros viejos y algunas herramientas.

Al acercarme, abrí violentamente la puerta y fui sorprendida por Corinna quien estaba en compañía de Isabel. Cuando me percaté de que era inútil defenderme, intenté huir, pero me encontré con Florencia que estaba parada en la parte alta de las escaleras. 

La mujer estaba armada con un revólver calibre 38, mientras que yo solo tenía un cuchillo. 

—¡Déjenme en paz! —hablé con firmeza —¿Es que no es suficiente? 

—¡No para mi hija! —dijo Florencia —Tú con tu  carita de niña inocente te entrometiste en nuestros planes y te adueñaste de Julien, quitándole la oportunidad de una vida mejor a Isabel. Por tu culpa mi familia padece una terrible crisis económica. 

Fruncí el ceño y no dije nada. Esa mujer actuaba de forma patética y ese drama barato en mi opinión no tenía razón de ser. Cuando me armé de valor para decirle sus verdades, Corinna intervino insistiendo en que le dijera en dónde ocultaba a Victoria. 

—¡No diré nada, maldita bruja! —me exalté, pero me enloquecí sobremanera cuando vi a Florencia caminar y buscar de habitación en habitación. 

Sin importar nada, corrí y Florencia me disparó en el hombro izquierdo. Debido al dolor, dejé salir un fuerte alarido a los cuatro vientos mientras Corinna e Isabel se acercaban a esa demente mujer. Me enfurecí al ver que abrieron la puerta a golpes y entraron amenazando a Selma. 

Aún con mi brazo herido y empapado de sangre, respiré profundo y apreté el cuchillo. Agarré a Isabel por el cabello y puse el cuchillo sobre su garganta. —¡Dejen a Selma y a Victoria en paz! Si tocan a mi bebé o a la sobrina de mi esposo, ¡Juro que cortaré la garganta de Isabel! No me importa si tengo que ir a prisión después. 

Florencia temblaba al ver a su hija sometida ante mi ira, no podía disparar. A Corinna parecía importarle poco, se acercó a Selma e intentó arrebatarle a la niña. 

—¡Corinna! ¡Espera! —habló Florencia, muerta de miedo —¡No lo hagas! ¡Por favor, detente! —me suplicó después. 

Corinna hizo caso omiso a lo que pasaba, pero aún así se detuvo cuando vio por la ventana que Julien había llegado. Selma aprovechó el momento y saltó sobre la cama con la niña en brazos, protegiéndola muy bien. La joven se refugió detrás de mí y yo lentamente retrocedí. 

La ubicación en la que quedamos fue la siguiente: Selma abrazaba a Victoria de tal forma que la bebé se aferraba a ella. La joven me dio la espalda para que pegara con la mía mientras yo usaba a Isabel como escudo. Aquella mujer sollozaba y temblaba, cosa que me sacaba de casillas.

—¡Cállate, maldita! —grité —ya me harté de ustedes y su locura. —El brazo me dolía sobremanera; pero debía defenderme, especialmente a mi pequeña hija de tan solo seis meses en ese entonces. 




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