Marisa es mi novia, la conocí en la universidad, pero ahí no nos hicimos novios.
Sin saberlo fuimos contratados en el mismo lugar y en el mismo puesto, competíamos hasta por ver quién llegaba más temprano y no hace falta mencionar que ella me odiaba de tiempo atrás, desde que le gane una discusión en plena clase.
Yo también la odié, era tan medida y yo siempre fui un desastre, un puto con suerte al que le salían bien las cosas; pero sabes lo que dicen, del odio al amor solo hay un paso y nosotros lo dimos para rodar por las escaleras.
Terminamos en el hospital, ambos con huesos rotos, yo tenía un golpe en la cabeza y una fractura de muñeca, pero la peor parte se la llevó ella. Le dejé la pierna hecha mierda.
La escuche quejarse toda la noche, llorar y morderse el puño para no gritar. Mi pobre Marisa, les tenía terror a los hospitales.
Me dieron de alta tres días después, cuando se dieron cuenta lo mío no tenía solución y loco ya estaba. No pude evitar pasar a su habitación al salir y nunca me fui.
Y no, no te lleves la impresión equivocada, me quedé porque me enamoré, descubrí a la mujer perfecta bajo capas y capas de mesura. Pero llegar al núcleo de lo es Marisa ha sido el viaje más emocionante de mi vida.
Fue chocar con la realidad y caer de rodillas para adorarla a ella.