Ese día teníamos cita con el médico, le harían un ultrasonido para confirmar el tiempo, aunque lo sospechábamos, habíamos pasado una mañana mensajeándonos, haciendo cuentas, rememorando...
Salí de la oficina y en el pasillo vi a mi Marisa, se veía radiante esa mañana, ¿cómo podía pausar lo nuestro? Dejar de sentir que sin ella no, ¿cómo me la arrancaba del pecho? No podía, jamas le sobreviviría.
Por los parlantes se escuchaba de forma suave una canción de Michael Buble, ¿y qué hice? Canté lo más fuerte y afinado que pude, me acerque a ella y la hice girar y girar hasta posarla en mis brazos, entre silbidos y vítores de nuestros colegas le dije cuanto la amaba. Sentía la necesidad de confirmarlo, de que no le quedará ninguna duda que estaba loco por ella. Que estaba y estaría siempre a sus pies.
Golpeó mi hombro avergonzada, aunque sabía que a nuestra jefa no le molestaba y se enternecía con mis gestos románticos,es más, apostaba que dejaba esa música para que yo hiciera el ridículo las veces que me placiera.
Pedí permiso para salir horas antes con el pretexto de hacerme un chequeo médico, mi novia entró cuando me colocaba el saco y ajustó las solapas.
—¿No quieres que te acompañe?
—¿Me quieres acompañar?, a ti te aterran los hospitales.
—Bueno, tal vez tenías miedo...
—Es un chequeo de rutina y quiero que me recete algo para el dolor de cuello, me está matando.
—Ve con cuidado y me avisas que te dijo.
—Hey, no te preocupes. Todo está bien.
Me miró preocupada hasta que soltó el aire y apartó la mirada.
—Yo..., también me he sentido extraña, me gustaría pedir una cita, pero solo si me acompañas...
—Hazla, ahí estaré.
Besé su frente y salí corriendo a encontrarme con mi pequeña Gala.
Con el futuro que guardaba en su vientre.
Conmigo mismo.