Islisso odia el sol. Claro que todos los de su raza lo odian. Por eso lleva toda la mañana atorado en el lindero del bosque, a la sombra de los grandes robles . Desde donde está puede ver lo que queda de las murallas que hace siglos los mantenían fuera de la ciudad. Hoy en día las piedras grises apenas se levantan a medio metro del suelo.
Islisso a escuchado las canciones que se escribieron sobre la guerra. Sobré todo la de santa Lishnah quién se infiltró en las líneas enemigas para eliminar al líder contrario.
La melodía, de una melancolía infinita, relata como pasó entre hordas de enemigos con astucia y habilidad. Como, sin apenas energía y con el tiempo en contra, derrotó al ren encargado de proteger al general enemigo; para llegar a la habitación más alta de la torre central y encontrarse con el humano que ella amaba en secreto.
Durante una estrofa entera la canción relata como se debatía entre el amor y el deber para finalmente, en un estribillo que se llevaba repitiendo durante toda la balada, darle muerte y terminar con la batalla. Solo hasta escuchar la última estrofa tomaba otro sentido, transformando a la heroína en una amante trágica.
”Lo vio, y, conociendo bien su deber, del pecho le arrancó el corazón”. Decía una parte del coro, al principio con un ritmo veloz que daba emoción al canto, al final con los acordes lentos y llorones del blues.
La primera vez que Islisso la escuchó, “la balada de la primera batalla” como la había nombrado su compositor, le hizo soltar lágrimas. Fue la primera vez que lloró y sospechaba que no volvería a llorar jamás.
Toda la canción era una completa mentira, él había participado en la batalla que relataba y todo fue muy diferente. Empezando por los nombres y terminando por el amor que sentía santa Lishnah. Las sombras no sentían nada que no fuera ficticio, por eso tantas canciones. Aunque una vez que escuchabas algo, el efecto iba disminuyendo y mientras más alto llegaras más necesitabas subir la próxima vez para volver a sentir lo que al principio.
Eso le provocaba una sensación de amor odio que no podía evitar. La razón de ambas cosas era la misma, no había nada por encima de esa balada. Ya habían pasado más de doscientos años desde aquella batalla. La guerra duró cerca de cincuenta hasta que el último humano murió, después de eso todo se fue en picada hacia una existencia vacía. Ya no había nada por lo que luchar. Nadie a quien matar salvo a uno mismo y eso era imposible, las sombras no mueren.
Algunas aún se aferraban a la esperanza escribiendo canciones, o historias, o pintando. A veces incluso saqueaban las cantinas humanas para ingerir todo el alcohol que podían, no tenía ningún efecto en las sombras así que era una tontería inútil pero a algo debían aferrarse.
Otras hacían pobres imitaciones de las antiguas civilizaciones humanas. Se paseaban por las ciudades destruidas como espectros de los antiguos humanos. Era una vista realmente lamentable. No solo por el hecho de que imitaban a sus antiguos enemigos, si no por lo que significaba. No eran capaces de vivir por su cuenta, sin la presencia irritante pero vigorizante de los mortales.
Lo peor no era la imitación, hasta cierto punto tenía su gracia. Un montón de sombras poblando las ciudades, como una sombra de los vivos. Sí, lo entiendes, un buen chiste, ¿no?
Cómo sea, lo peor eran los cadáveres. No los de los humanos, esos se habían podrido hacia años. Islisso estaba pensando en las sombras que, hartas del vacío del mundo se quedaban quietas. No esperando la muerte pues eso no llegaría jamás. Si no... La verdad es que no sabía que esperaban. Los pobres desdichados se quedaba mirando un punto fijo, al frente o el suelo que para el caso es prácticamente lo mismo, y dejaban de moverse. Parecían estatuas negras, ofrendas al cataclismo que ellos mismos habían desatado.
Algunas se podían ver en las plazas de las ciudades, con hilillos de humo saliendo de sus cuerpos chamuscados por la exposición al sol. Algunas estaban frente a monumentos cuyos propósitos habían desaparecido. Parecía que buscaban desesperadamente el significado que los humanos intentaron darles; como si así pudieran, de alguna manera, devolver un poco de vida a esa muerte hueca.
Arriba en el cielo una nube se movió formando un camino para salir del bosque. Sin embargo, era muy pequeña y pasaría antes de que Islisso pudiera llegar a otro lado. Así que se quedó esperando. Tal vez otra nube o la noche, puede que esperaba por otro día, un día más nublado; pero definitivamente no esperaba la muerte, las sombras no mueren jamás.