Las crónicas perdidas. Compilación.

En busca de la ciudad en el horizonte.

Al frente, a unos cuantos kilómetros, podía ver la ciudad. Las torres gigantescas parecían colgar del cielo más que alzarse hacia él. Llevaba días caminando. Iba siguiendo las vías del monorriel, no podía permitir se usarlo, por eso caminaba.

No era lo más recomendable. Tanto así que llevaba varios días sin ver un alma. Salvo por las personas entre las ventanas de los vagones, aunque tampoco las veía, que pasaban como bólidos dos veces por día. Generalmente uno a la noche y otro de vuelta doce horas después.

Había emprendido el camino muy seguro de su objetivo, pero a medida que avanzaba y el tiempo transcurría entre polvo, soledad, y calor, sus órdenes perdían peso. La guerra llevaba siglos asolando ese planeta, a tal punto que los recursos que dieron lugar al inicio de los conflictos, comenzaban a perder valor. La electrita no era fácil de conseguir, pero tampoco imposible. Incluso había rumores de un planeta deshabitado donde el mineral abundaba en forma de cristales. A pesar de todo, electrón, el planeta por el que caminaba con dirección a la ciudad capital, aún era la mejor opción para conseguir la piedra. Por eso se dirigía hacia ahí.

Una vez más, como tantas otras antes, la tierra bajo sus pies comenzó a vibrar. Al principio se hacía a un lado, como apartándose del paso del monorriel, pero con forme avanzaban los días la indiferencia fue ganando terreno. La vía se sacudía también y, aunque el no podía escucharlo, sabía que provocaba un sonido agudo. Como una campana anunciando el final del camino.

El viento anunciaba a su modo el paso del monstruo de metal, las corrientes provocaban múltiples y diminutos remolinos que llenaban el campo visual de polvo blanco, increíblemente fino. Tanto que se le metía entre las juntas del cuerpo, desgastandolo. Después de eso pasaba horas escuchando el moler de los granos al rosar entre si. Sabía que eso iba a matarlo pero tenía que seguir con el objetivo.

Ésta vez fue todo igual. La tierra temblando, el sonido que no podía escuchar pero que apagaba cualquier otro sonido, dejándolo sumido en un silencio antinatural; el viento aullando y el polvo metiéndose donde no debía. El evento duraba varios minutos, pero el tren en si, apenas podía verlo al pasar. Como una línea de luz azulada, indemne ante todos los estragos provocados por el desierto y su propio avance.

Lo veía desaparecer a lo lejos, envuelto en una nube blanca con destellos azules, como rayos en una tormenta. Él seguía caminando. Dando un paso detrás de otro sin estar plenamente consciente de lo que hacía. Como un autómata encadenado a los preceptos que lo impulsaban, aunque apenas los recordaba, solo seguía caminando.

Por todo el cuerpo le goteaba un líquido transparente, parecido a agua pero que claramente no lo era. Con forme recorría sus uniones, arrastraba consigo las diminutas partículas que lo desgastaban. Tardaba lo suyo pero era lo único que podía hacer su cuerpo para deshacerse de la arena. Así que tenía que tragarse el sonido irritante y la incomodidad que provocaba durante horas y horas.

Hacía tiempo que no hablaba con nadie, estaba desconectado de la red para que no lo notaran. De vez en cuando sentía que perdía sus habilidades de comunicación. Olvidando las como malos recuerdos entre las brumas del pasado. En ocasiones pensaba que era provocado por el tren.

Cada vez que pasaba, con sus rayos azulados, se llevaba consigo una parte de él; como las gotas que caían por su cuerpo limpiándole de los molestos granitos de arena. ¿Qué tal si eso era precisamente lo que hacía? ¿Qué tal si él era una impureza y el monoriel simplemente realizaba su trabajo, pasando día y noche, incansable, hasta poder deshacerse de la amenaza a su ciudad? Había tantas preguntas para las que no tenía respuestas.

No recordaba cuanto tiempo llevaba desconectado, pero era demasiado. La incertidumbre de no poder acceder a las respuestas era desesperante, y, aunque se las arreglaba para ignorar la necesidad; esa sensación que le arañaba la nuca sin parar, minando poco a poco su capacidad, llevándolo lentamente a la locura, no desaparecía. Tan molesta era como la arena, pero de ella no obtenía la más mínima tregua.

La ciudad estaba cada vez más cerca, el calor del desierto provocaba una difracción tenue, haciendo parecer que miraba un espejismo; pero sabía que no era así. El monorriel se lo decía claramente, aunque la distancia seguía siendo un enigma. Cada una de sus pisadas lo acercaba cada vez más a su objetivo, eso lo tenía claro; lo que no tenía claro era cuanto tiempo llevaba caminando. ¿Hacía un par de días? Eso no era posible. Tampoco estaba seguro de cuántas veces había visto pasar el tren pero no podía ser que fueran menos de una decena.

Si dejaba ir su mente hacia atrás en el tiempo haciendo esa pregunta, la respuesta era confusa. El desierto se extendía hasta donde alcanzaba la vista. La vía por dónde se movía aquel transporte basado en electrita estaba fragmentado en secciones, todas iguales en tamaño y forma. En realidad, la única diferencia entre ida y venida del tren era la noche y el día. Fuera de eso, todo era lo mismo, una y otra vez, siempre lo mismo, cada día. Siempre caminando sobre la arena estéril, con el cuerpo lleno de granitos cristalinos. Con aquel ruido ensordecedor y la sensación en su cabeza de que algo le faltaba. Como una premonición fatalista de que el mundo se estaba acabando.

Tal vez era cierto, tal vez él mismo era el heraldo de ese final. A cada paso se acercaba más y más a esa ciudad en el horizonte, que se le antojaba a espejismo. A cada paso se acercaba más a ese final.

Su contador interno, seguía retrocediendo, segundo a segundo hasta llegar a cero. Si pudiera verlo, sabría cuanto tiempo faltaba para llegar, pero no podía; tampoco quería, prefería seguir caminando, sin descanso, sin estar consciente del tiempo que le quedaba. Si era sincero, le daba miedo. Hubiera preferido seguir caminando, indiferente a todo, por el resto de su vida. Hasta que el sol muriera de viejo. Hasta que el tren se detuviera por el desgaste. Hasta que la ciudad en el horizonte se derrumbase por su propio peso. Caminando a través de ese interminable desierto. Por eso preferiría no saberlo, que el tiempo siguiera corriendo eternamente, hasta que la electrita se consumiera para poder detenerse.



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En el texto hay: ciclos, pensamientos de soledad, tormentas

Editado: 20.12.2021

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