Nuevamente, presencié cómo la habitación es invadida por forenses y policías; otra vez una madre me saca de esas cuatro paredes en donde no debía estar. Otra vez he perdido personas importantes para mí.
En aquella ocasión, no fue una camilla, fueron tres. Dos cadáveres y un herido.
Mi cuerpo temblaba, mientras mi mente analizaba todo y salía del estado estupefacto en el que me encontraba.
¿La historia se seguirá repitiendo? Sí, pues una maldición cayó sobre mí.
Mientras, estaba acurrucado contra la pared, con mis brazos abrazando mis temblorosas rodillas, y cubriendo la ropa con la que dormí, la cual estaba llena de rastros rojos, sangre. Seguía procesando todo, pero lo que no me cuadraba era el hecho de estar vivo cuando todos en la habitación murieron.
Ni una lágrima salía de mis ojos, no porque no me doliera sus muertes, es que es inexplicable todos estos hechos traumáticos para una mente de tan solo once años.
En medio de mi confusión, sentí esa mirada fría como el témpano de hielo de aquella vez, me psicoanalizaba mientras su ceño se fruncía en sospecha hacia mí, y no lo culpaba. ¿Quién en su sano juicio no sospecharía de mí, el único sobreviviente de tres personas muertas y uno agonizando por una mala herida que lo destruye lentamente?
Cuando todo se calmó, después de una llamada por parte Jenny, mi madre llegó hecha un baño de lágrimas y traía consigo una sábana de las que he usado desde que tengo memoria, mas, en aquel momento, solo le obedecí.
Me sentía mal, me sentí solo; sentí que todo en mi mundo se desvanecía y yo no sabía qué hacer. A pesar de la corta edad que llevaba de vida, no podía sacar de mi mente que todo aquello no era normal. No era normal que todas las personas con las que dormía murieran, y yo salía ileso, como si no estuviese allí.
Como si soy quien los mato.
Desde aquel día, ya no tenía a nadie, estaba solo, así mismo como me sentía. Pero, para empeorar todo, en mi casa se encuentra el hombre de mirada de hielo, quien había estado siguiendo nuestro caso.
Mi madre y él hablaban, yo tan solo me sentaba con ellos a fingir atención. El hombre menciona a mi pequeño hermano fallecido y mis tres difuntos mejores amigos, aunque no entendía lo que decían al respecto, sabía que yo estaba relacionado.
O era el culpable.
Cuando la charla termina, el señor se retira y mi madre hace la cena. Todo se sentía monótono, como si estuviera viendo mi vida, o lo que queda de ella, a través de los ojos de alguien más.
—Wilbert, es hora de dormir —La melodiosa voz de mi madre se grabó en mi memoria, mucho antes de que me contara mi verdadero ser.
Y así es, querido lector, como el cuento del inicio toma forma al final. Mi historia siempre estuvo manchada desde antes de mi nacimiento, e imaginar a la mujer que me trajo al mundo pasar precariedades por la mala fama que le ha dado mi mera existencia, no me ayuda a dormir en paz.
Toda la historia transcurre luego de que la susodicha me abandonó —porque si no podía tener hijos, no iba a tener a Will como mi hermanito—, así que quién sufrió más fue aquella mujer que se arriesgó a criarme después que me encontró.
No obstante, mi mente sigue trabajando las veinticuatro horas del día, maquinando el siguiente movimiento para mi próximo compañero de celda, que en unos minutos encerraran conmigo. Porque claro, llevo años sin compañía por haber matado a mis últimos compañeros.
¡Pero no me culpen! Solo soy el maldito resultado de decisiones desesperadas, con el único fin de satisfacer los deseos malévolos que gobiernan mi ser cuando pierdo el control a la hora de dormir.