Lo Que Nadie Sabe De Ti

61: Otro secreto

 

ISABELLE

—Gracias por cuidar a Leonor —Samantha nos dice a Sean y a mí.

Le muestro una sonrisa, aunque sigo intrigada sobre qué rayos pasó con Anthony. Fue hace unos minutos que me envió un mensaje diciéndome que su mamá ya iba a llegar y que él tenía que hacer algo más.

Miro a Sean. —Um, supongo que ya nos vamos.

Ella me muestra una sonrisa rápida mientras que el señor Bradford toma un vaso con agua. Le iré a avisar a mi abuelo que ya llegó su amigo, seguramente querrá hablar con él como siempre.

Sean y yo salimos de la casa.

— ¿Dónde está tu novio? —me pregunta.

Encojo los hombros. —No sé, solo me dijo que estaba ocupado.

Suspira. —Qué raro, ¿Crees que le pasó algo?

Hago una mueca. —No… no sé, no sé qué decirte.

Sean toma su teléfono. —Lo llamaré —lo acerca a su rostro esperando que conteste—. ¿Anthony? ¿Qué rayos te pasó? Me quedé esperando mi comida… ah, está bien… sí, adiós.

— ¿Qué pasó? ¿Qué te dijo? —pregunto.

Guarda su teléfono. —Me dijo que está con Hugo, que lo ayudó con algo.

—Ah —respondo mientras nos dirigimos ahora al pórtico de mi casa.

Sean levanta sus ojos hacia el cielo que poco a poco se está oscureciendo. — ¿Qué piensas de esas historias?

Yo también elevo mi mirada a las nubes. —Yo… bueno, no esperaba que las personas confesaran todo eso.

Mi teléfono vibra una vez, al revisarlo noto que mi “mamá” ha publicado una fotografía más. Seguramente es con su hija. Con la que sí quiere.

— ¿Quieres entrar? —le pregunto—. Voy a avisarle a mi abuelo que ya regresó el señor Bradford.

Sean asiente y me deja pasar primero para que abra la puerta.

Mi abuelo está sentado viendo las noticias, comiendo un sándwich y tomando café. No sé porque pero ahora, viéndolo aquí, me siento triste. Normalmente pasaba mucho tiempo con él y ahora yo he estado afuera, con otras personas.

Supongo que es normal, es parte de crecer pero, eso no significa que no me haga sentir mal.

—Hola, abuelo —saludo.

Él voltea. —Hola, Belle —mira a Sean—. Ah, hola…

—Sean —se acerca para estirar la mano y estrecharla. Sean no parece el tipo de chicos que hace ese tipo de saludos pero, supongo que lo es.

—Un placer, ¿es tu nuevo amigo, Belle? —pregunta.

Bufo. —No sé si llamarlo amigo —Sean me fulmina con la mirada—. Oye, abuelo… ya regresaron, digo, en caso quieras hablar con ellos.

Asiente lentamente. —Gracias pero, cero que esta noche será mejor darles un poco de privacidad.

Me acerco al sofá y me siento a su lado. — ¿Qué? ¿Por qué?

Suspira. — ¿Tu sabes para qué fueron hoy al doctor? —Niego, mi abuelo continúa—: bueno, hoy iban a entregar otros resultados y… es probable que ahora sepan que tan grave es.

Muerdo mi labio inferior mientras una sensación de vacío se percibe en mi interior. —Pero, abuelo, ¿No pueden hacer nada?

Ni siquiera comprendo totalmente la condición del señor Bradford pero es así natural pensar que los médicos pueden arreglar cualquier problema, aunque claramente no sea así.

Baja la mirada. —Creo que, ya no hay mucho que hacer.

Trago saliva. —Espera, pero, ¿Cómo? Digo, él no se ve mal. Parece bien, no hay…

—No lo sé —responde—. Los médicos le han dicho lo mismo, no comprenden como él no está más débil… pero, lo estará. Es parte de la vida, no siempre tendrás energía y no siempre podrás “salir de ello”

Respiro profundo. —Eso… yo…

Mi abuelo toma mi mano izquierda. —Ahora, Tony necesita que estés con él —afirma—. También Hugo y Leonor, si puedes. Ellos están atravesando algo muy complicado, por favor —su voz se quiebra, aclara la garganta—. Para nadie es fácil.

Miro a mi abuelo y recuerdo el primer día que conocimos a nuestros vecinos. Recuerdo ver como su mirada se iluminó y como de pronto, parecía muchos años más joven.

Vuelvo a respirar profundo. —Sí —lamo mis labios—, está bien, yo… Um, hablaré después con Anthony.

Me levanto del sofá. Es suficiente charla emocional por ahora, no puedo hacer esto. No sirvo para lidiar con emociones tristes, no tengo las palabras correctas.

Veo a Sean, quien permaneció de pie en el lado contrario del sofá, escuchando todo. —Vamos —pido—. Um, revisemos las historias.

Le hago una seña para que me acompañe a la cocina. Tengo hambre y es el único lugar a donde puedo escapar ahora.

Sean me sigue en silencio, luego de entrar él se sienta en una silla de la encimera y yo me acerco al refrigerador. Por suerte papá fue hace unos días por comida y trajo varias latas de refresco.

Tomo una y se la doy a Sean. — ¿Tienes hambre?

Levanta un hombro. —Algo así.

Voy por una caja de galletas y una bolsa de papas fritas que va por la mitad. Las dejo a un lado de la lata que le di a Sean, me siento a su lado y abro la caja para comer una.

—Anthony… —Sean habla—, ¿Por qué siempre luce tan feliz?

Trago la galleta. —No lo sé, supongo que lo es.

Recuesta su codo. — ¿Qué hay de ti? ¿Eres feliz?

Resoplo. — ¿Ahora eres mi psicólogo?

Destapa la lata y le da un sorbo. —Sí, entonces, ¿lo eres?

Tomo la bolsa de papas. —Pues, la felicidad es subjetiva, ¿no?

Mete la mano en la bolsa y toma varias. —No lo sé, digo, ¿hay algo que te gustaría cambiar de tu vida?

Bufo. —Sí, sin duda.

Mastica sin decir nada más.

Yo lo veo. — ¿Qué hay de ti? ¿Eres feliz?

Sin quitar la mirada de la lata, responde: —No —toma más papas.

Recuesto mi brazo en la superficie, aun viéndolo. — ¿No? ¿En absoluto?

Sonríe de lado. —Es subjetivo, ¿no?

Chasqueo la lengua. —Nunca eres serio —acuso.

Aun sonriendo, él dice: — ¿Recuerdas que hablamos sobre películas tristes? —Asiento—. Creo que mi vida fue producida, escrita y dirigida por alguien que le gustan las películas tristes.




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