Lo único que quedó

Capitulo 6 : "La promesa que se pudre"

El silencio en la casa era de un grosor casi físico. Adrian llevaba más de una hora sin moverse de la silla de la cocina. La taza de café, ya fría, se aferraba a su mano como un ancla.

Desde que Leo se había marchado con esa mezcla de timidez y entusiasmo —la misma que había tenido la noche anterior, al contarle entre susurros algunas de sus nuevas experiencias— Adrian sentía un cansancio que no se parecía a ningún otro. Un agotamiento moral. Como si cada respiración fuera un recordatorio de todo lo que había fallado.

Miró el calendario en la pared. El día en que Clara murió estaba tachado en rojo. Casi un acto reflejo. Una superstición absurda.

“Si marco este día, tal vez no vuelva a repetirse.”

Pero la pérdida se repetía cada mañana.

Se llevó la mano al pecho. A veces creía que su corazón se estaba pudriendo, como si la promesa que hizo junto a la cama del hospital hubiera empezado a infectarlo por dentro.

—Por favor… cuida de él… —le había rogado Clara, con la voz apenas un susurro—. No dejes que esté solo…

—Te lo prometo… —había contestado Adrian, tragándose su propio llanto—. Te lo prometo.

Cada día que pasaba, la promesa se volvía menos noble y más parecida a una cadena. Porque cuidar de Leo no era solo alimentarlo y darle un techo. Era soportar su mirada joven, su energía, su deseo de seguir adelante mientras él mismo se hundía. Era sentir que cada sonrisa de Leo confirmaba que ella estaba de verdad muerta.

Y aun así, ¿cómo podría soltarlo? Era lo único que le quedaba.

Leo no tardó en volver a casa esa noche. Había estado con Marcos otra vez. Adrian no le preguntó nada. Fingió interés en el periódico mientras lo escuchaba reírse por teléfono con Marcos antes de acostarse.

Cuando la casa se quedó en silencio, Adrian se levantó y fue hasta la puerta de la habitación de Leo. Apoyó la frente en la madera.

—Perdóname —murmuró.

Por sentir este deseo de que todo acabe.

Por no ser el hombre que Clara creía que era.

Regresó a la cocina. Sentía el pulso en la garganta, latiendo con violencia. De repente, la soledad se transformó en un vértigo. Como si alguien invisible se burlara de su debilidad.

Fue entonces cuando escuchó algo. Un leve golpeteo. Vino del salón.

Se giró con el corazón encogido. Nada. El silencio otra vez. Dio un paso, después otro, hasta que vio la mesa baja frente al sofá. Allí, perfectamente doblada, había una de las camisetas de Leo. La había dejado esa mañana. Adrian la tomó entre las manos. Sintió un pinchazo en la piel, un estremecimiento que no supo cómo interpretar.

La olfateó sin darse cuenta. Y ese gesto, tan miserable, tan humano, lo desgarró por dentro. Porque en ese momento volvió a darse cuenta que Clara ya no estaba, pero Leo sí. Y él se estaba aferrando a su presencia de un modo que rozaba la obsesión.

Cerró los ojos, avergonzado de sí mismo.

“¿Qué estás haciendo?”

Unos golpes suaves en la puerta lo devolvieron a la realidad.

Era Leo, en pijama, el pelo revuelto.

—¿Estás bien? —preguntó, mirándolo con la preocupación de quien ve a un adulto derrumbarse.

Adrian apartó la camiseta de inmediato, como si quemara.

—Sí. Solo… no podía dormir.

Leo no pareció convencido.

—Si quieres, puedo quedarme un rato…

Aquellas palabras se le clavaron como un cuchillo. Porque en su interior algo se encendió: un deseo absurdo de aceptar. De dejar que Leo se sentara a su lado. De cerrar los ojos y pretender que todavía tenía una familia.

Pero no debía.

No podía.

—No, ve a descansar —respondió, con un hilo de voz.

Leo asintió. Pero antes de cerrar la puerta, dijo:

—Mañana podríamos… ir a la casa vieja. La que era de mamá. Tal vez… te haga bien, y pueda ser un cierre.

Adrian sintió que le faltaba el aire.

La casa de Clara.

El lugar donde todo había comenzado.

Y donde, quizá, terminaría.

—Sí… —respondió, sin pensar—. Sí, podríamos ir.

Leo sonrió con timidez y desapareció en el pasillo.

Adrian se dejó caer en el sofá, presionando la camiseta contra su pecho.

Fue entonces cuando recordó algo. Una última imagen de Clara en el hospital. No el momento en que le hizo prometer que cuidaría de Leo, sino otra cosa, justo antes de cerrar los ojos para siempre.

“Prométeme que tú también seguirás viviendo.”

Era la parte de la promesa que había decidido olvidar.

Y esa fue la puñalada final. Porque comprendió que había fallado a Clara más de lo que creía. No solo por su tristeza. Sino porque su corazón se estaba convirtiendo en un pozo peligroso donde Leo estaba cayendo también.

Al día siguiente, cuando despertó, Leo ya se había marchado temprano. Adrian encontró una hoja blanca sobre la mesa. Al abrirlo, no encontró una amenaza ni un secreto de Clara.



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En el texto hay: juventud, dolor, psicologia

Editado: 16.07.2025

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