—¡Corra, Profesor! ¡No se detenga!
El eco de su voz me hala con fuerza y hacia ella en contra de la dirección del viento. La mano muy firme sobre mi costado izquierdo, si acaso logro respirar. La sangre permanece descendiendo a través del corte que quema ahora mismo sobre mi labio inferior. Sin embargo, no me detengo. No podría, cómo hacerlo y continúo avanzando al escuchar los empecinados pasos que todavía nos persiguen a lo largo de aquel oscuro y húmedo callejón. Ni siquiera volteo a ver atrás. Estoy seguro de que mi avance es torpe y descoordinado. El cuerpo se me va de lado con cada golpe de suela que azota el brillo de la calzada. Mas me mantengo firme en el deseo de preservar la vida.
—Por aquí, Profesor, apresúrese —Esa voz, aquella misma voz, se halla inmersa en medio de una agitada respiración—…Deme su mano.
Extiendo la mano con rapidez hacia ella. Aún en medio de mis dificultades me las ingenio para impulsarme y comienzo a subir por las escaleras de emergencias de un desvencijado y abandonado edificio de apartamentos. Se oculta muy cauteloso detrás de las sombras de un lúgubre y grisáceo atardecer.
Con cada escalón que avanzo me tambaleo de lado. El dolor sobre cada respiración es terrible y punzante, no me permite abandonar la presión que ejerzo sobre mi costado, por eso me libero de ella. Por eso es que mi rostro se desfigura en una retorcida mueca. Creo que, al menos, he de tener una costilla rota…si no es que dos.
—Vamos, suba, ya falta poco…¡Apresúrese!
—Deja de gritar, ¿quieres? O nos encontrarán —La reprimenda es aventada con urgencia a través del rechinar de mis dientes ensangrentados. Por culpa de esta mocosa es que me encuentro en esta situación. Yo ni siquiera debería estar aquí. No en este lado pútrido de la ciudad.
—¡Vamos!… —Continúa ésta y haciendo caso omiso de mis reclamos, y obviando por completo los quejidos sobre los cuales se sostiene cada movimiento de mi cuerpo, tira de mi saco con la ayuda de aquella enclenque figura de chiquilla abandonada y termina de hundirme en la oscuridad de uno de los ventanales. Ambos nos estrellamos contra la madera podrida del piso. El golpe es estrepitoso y seco, por poco y caigo con todo el peso de mi humanidad sobre ella. Pero es como si esto no le importase a esta chica. Un sagaz movimiento felino la pone rápidamente en alerta y sobre sus cuatro extremidades.
Quisiera poder decir que he hecho lo mismo; no obstante, aún no logro incorporarme. Mi mirada todavía está ausente, puesta sobre los vidrios que hemos atravesado con vertiginosa urgencia. Están rotos y cubiertos de una gruesa capa de polvo mezclada con mugre. Ahora mi sangre se desliza también a lo largo de aquellos cortes irregulares.
—Gracias —rechino, una vez más, por medio de mis dientes—…Esto…esto era lo único que me faltaba —La piel de mi brazo ha quedado untada sobre la desigualdad de unos filos puntiagudos cargados de parásitos y más bacterias. Trastabillo tratando de ponerme en pie—. Muchas gracias, señorita Creek.
—Allie.
—¿Qué?
—Dije que mi nombre es Allie, profesor Henry…O que diga, más bien, Allison.
La impaciencia de mi mirada se posa sobre ella.
—Eso ya lo sé, señorita Creek. ¡Qué rayos hacemos aquí, en este lado tan peligroso de la ciudad!
—Shhh…Cállese, Profesor, baje la cabeza —No lo pienso dos veces, su silueta se sumerge junto a la mía. Ambos quedamos al ras de los límites del ventanal, tan sólo para emerger lo suficiente y vislumbrar como la fornida estructura de aquellos cuatro sujetos, asistidos de sus respectivas armas, pasan debajo de nuestra cautela. De nuestra casi nula e imperceptible respiración.
Nos volteamos a ver por medio de las mismas previsiones y acordamos en unánime silencio, sin necesidad de mencionar palabra alguna, hundir de nuevo nuestros cuerpos, hasta quedar con el rostro sudoroso al nivel del astillado y sucio piso de madera.
Sin temor ni pena a equivocarme, me considero ser un hombre hasta abarcar todo el sentido de aquella extensa definición; pero debo admitir que mi cuerpo no ha dejado de temblar como si fuese una simple hoja acarreada por el viento. Nunca antes me habían amenazado con un arma, mucho menos me habían golpeado con alguna de éstas. Y esta cagada, este remedo de estudiante desertor mío ha de haberlo notado enseguida, pues tornando la precaución de su mirada castaña hacia mí y sosteniéndose en aquella misma posición, como si agudizase el oído, no se mueve de allí hasta que escucha el rastrillar de unos neumáticos barriéndose sobre la húmeda calzada.
—No se preocupe, Profesor, creo que ya se fueron. Ya no tiene nada por qué temer —pronuncia. Se aventura a asomar la cabeza fuera de nuestro escondite, así que me apresuro y la sostengo por el brazo. La obligo a refugiarse de nuevo—. No tenga cuidado, Profesor Henry. ¿Qué acaso no escuchó el sonido del auto?
—Si, pero no sabemos si son ellos —murmuro entre apretados pronunciares. Evitando, así, que la gravedad de mi voz se eleve más de lo debido.
—Era su auto…créame.
—¿Qué acaso tú los conoces, Allison? Dime, ¿quién, demonios, son estos tipos?
Pero esta niña no me dice nada, simplemente gira el cuerpo y cae sentada con la espalda pegada contra la pared. Sus ojos se cierran en obediencia a un claro resuello cargado de alivio. Así que me decido a hacer lo mismo y quedo sentado junto a ella sosteniendo con fuerza mi costado. Muy pronto la sangre que emana del corte de mi brazo tiñe, con bastante rapidez, el inmaculado color blanco de la camisa de vestir que tengo puesta. Algunas de mis estudiantes la elogiaron esta mañana junto al resto de mi indumentaria, y ahora…ahora está por completo roja.
Esto no está bien, nada bien, no me gusta la sangre, mucho menos verla…percibir su desagradable olor metálico. Siempre fue de ese modo, desde que era un niño. Siento que me debilito.
—Oiga, Profesor, ¿se siente bien? ¿Qué le pasa? Se ve muy pálido —La voz de Allison se pierde a lo lejos de mis descomposiciones—. No sea niñita, si tan sólo es una poca de sangre.
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Editado: 11.08.2024