Maddie

Capítulo 4

—¿Señor Henry?

—Si, dígame.

—¿Cómo se siente?

—¿Cómo me siento? Pues, ¿qué le puedo decir? Para haber sido asaltado, golpeado y pateado brutalmente en el abdomen y el rostro, la verdad es que me siento bastante bien. Duele un poco cuando respiro.

—Si, bueno, es normal después de recibir semejante paliza cerca del diafragma. Las buenas noticias es que aquí tengo los resultados de sus exámenes. Al parecer no hay ningún hueso roto, los análisis de sangre también son normales y la herida en su brazo debo decirle que fue debidamente atendida. No muestra signos de contusión, tan sólo los golpes y unas cuantas heridas superficiales. Si todo sigue como hasta ahora, le daremos de alta en las próximas horas. Podrá irse usted muy pronto a su casa.

—Eso suena fantástico, doctor.

—¿Vino acompañado usted de alguien?

—Si —respondo de inmediato, al tiempo que intento acomodar el dolor de mi cuerpo sobre las sábanas. Estas malditas camillas de hospital son tan incómodas, que no veo la hora de regresar a casa y dejarme envolver por el calor y la suavidad de mi propia cama. Un leve quejido de inconformidad da fe de mis reclamos—. Mi amigo y compañero de facultad, se encuentra ahora mismo esperando afuera, él fue quien me trajo hasta acá.

—Muy bien. Le diré, entonces, que puede pasar a verlo.

—Muchas gracias, doctor.

—¿Señor Henry…?

—Dígame.

El galeno interrumpe su lenta salida y deteniéndose un segundo sobre una pose pensativa. Se decide, por fin, y torna el cuerpo de nuevo hacia mí.

—¿Está seguro de que no quiere reportar este incidente a las autoridades? —Menciona mostrando su inquietud sobre el asunto—.  Lo que le sucedió fue algo muy grave, pudo haber perdido usted la vida.

—Si, yo lo sé. Es sólo que…—Mas mis palabras se detienen en corto y esto se debe a que mis pensamientos se dirigen de inmediato hacia ella. Hacia la pequeña y frágil jovencita que me rogó y me insistió hasta el cansancio que, por favor, no lo hiciera. Ella no descansó hasta que arrebató las palabras de mi boca. Me hizo hacerle una promesa, así que no...—No pienso hacerlo. Agradezco mucho su preocupación, doctor, pero…

—Está bien, yo le entiendo —me indica éste y cortando de tajo mis explicaciones, se encoge de hombros y sale de la habitación en la que me encuentro recluido. De seguro ha de pensar que soy un cobarde y que le temo a las posibles represalias en mi contra; pero, eso es algo que no debería importarme, ¿cierto?…Yo sé lo que hago.

Leves golpes sobre la puerta me sacan del retraído semblante en el que me encuentro y al elevar la mirada, descubro a mi buen amigo Marcus sonriéndome desde afuera.

—¿Se puede?

—Claro, hermano, pasa.

Le sigo los pasos hasta verlo caer, con evidente cansancio, sobre la silla al lado de mi cama. Se repasa los cabellos de arriba abajo con la figura inclinada hacia el frente. Cuando por fin eleva la mirada y la dirige hacia mí, sonríe de nuevo.

—¿Cómo te sientes?

—Ya mejor, muchas gracias.

—Tremendo susto el que nos diste, ¿eh? Por algo dicen que las llamadas después de media noche nunca auguran nada bueno.

—Lo siento, no quise molestarlos.

—No te preocupes, el que lo va a sentir muy pronto soy yo. Dentro de un par de horas tú estarás durmiendo como un bebé entre los brazos de Morfeo. En cambio yo…Ja, tendré que lidiar con un grupo indomable de adolescentes cargados de acné y más hormonas.

—No te preocupes, tú te conduces sin ningún problema entre los chicos, creo yo. Tú comportamiento no dista mucho de ellos —El intento de burla me sale caro, muy pronto me miro sosteniéndome el costado con fuerza, en un empecinado intento por contener las risas—. Ya te dije que lo siento —proclamo a través de una diligente mueca cargada de dolor—, no supe a quién más llamar.

—Si, bueno, pues Elsa no ha dejado de timbrarme en toda la noche. Si te soy sincero cuando llamaste ni siquiera había pegado los ojos, esa mujer estaba histérica. Me llamaba cada media hora preguntando si, por fin, sabía algo sobre ti.

—¿La llamaste?

—Si, claro, en cuanto se lo dije se puso como loca, ya viene en camino.

—Oh, rayos —promulgo mientras me tomo de la cabeza—, por eso no quise llamarla en un principio, sabía que entraría en pánico.

—No es habitual en ti perderte de su radar, era lógico que reaccionase de ese modo. Hiciste bien en llamarme, amigo. —El semblante de Marcus de pronto se vuelve dubitativo y mientras comienza a rascarse la barbilla, pareciera enfrascarse en medio de una duda—. Oye…—pronuncia de repente—, algo mencionó el médico de que te negaste a levantar la denuncia sobre los hechos acontecidos, ¿es verdad?

—Ah, eso —respondo resolviendo el misterio—. Si, es verdad. Sabes, es que no le veo el sentido.

—¿Disculpa?…Eric, te atracaron en medio de la calle, por poco y te matan a golpes.

—Si, eso ya lo sé, lo que pasa es que…Mira, yo…yo ni siquiera pude ver sus rostros.

—Te introdujeron a la fuerza en un auto y fuiste a dar a uno de los lugares más peligrosos del lado este. Hasta donde yo sé eso es secuestro, aunado al delito de robo y agresión agravada. No sé cómo hiciste para escabullirte de ellos. De otro modo, de seguro, ya estarías muerto.

—Pero, no fue así —respondo elevando con soltura las manos; revelando ante el mundo ciertos aires de gracia. El semblante de Marcus permanece serio y sombrío, así que suelto una honda bocanada de aire, me desinflo y decido sincerarme con él—. Si te soy honesto, me rehusé porque no puedo hacerlo. —Su rostro se vuelve cada vez más curtido—. Yo hice una promesa, dije que no hablaría, que no daría parte a las autoridades, por eso no denuncié el ataque. Por lo mismo no llamé a las autoridades. —Su mirada se ciñe cada vez más en contra mía—. ¿Me estás entendiendo lo que te estoy diciendo?

—¿Qué? Ah, se, se, claro —me dice en medio del despertar de sus ademanes—. Lo que yo entiendo aquí es que te golpearon tan fuerte la cabeza que te volviste idiota, hermano. Te hiciste amigo de los secuestradores, entre todos se profesaron amplias promesas de amor y por eso es que ahora les estás cuidando el culo, ¿no es así?...A Elsa le encantará escuchar todo esto, Eric.




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