Maddie

Capítulo 5

La silueta de Elsa se eleva al compás de una tenue respiración. Duerme tranquilamente a mi lado, su figura se descubre bajo la ligereza de las sábanas. No hay duda de que es poseedora de unas bellas formas, líneas gráciles y sensuales. Conducirían a la perdición a cualquiera que la sienta tan cerca y no posea la suerte de tenerla a su lado. Y yo soy el dueño de tal bien. Yo soy quien ostenta los derechos de acceder al placer de su hermosura cada vez que así requiero de su querer.  Y ella sabe que es libre de hacer lo mismo conmigo. Por eso yace desnuda, ahora mismo, bajo el cobertor que vela por su descanso.

Hace ya una semana que guardo reposo desde que salí del hospital y ni bien se cumplió el alta impuesta por el galeno antes de permitirme realizar algún esfuerzo, cuando mi mujer hizo valer los derechos antes descritos y los cuales posee sobre mí. Con gusto atendí a todas y a cada una de sus demandas. Sus exigencias son órdenes para mí.

Mi cuerpo desnudo y empapado en sudor, no descansó hasta hacerla gemir de placer. Hasta verla arquear la figura entre mis brazos mientras la escuchaba exhalar los residuos de una colmada excitación. Aún resiento los golpes sobre mis costados, pero esto no impidió que llevara a término la tarea. Quizás es porque lo necesito con desesperación, necesito con urgencia agotar las fuerzas de mi cuerpo y de mi mente. Estar toda una semana tendido en cama y sin hacer nada, no ha sido de mucha ayuda para acallar las voces de mi conciencia y las cuales me han robado el reposo al no permitirme dormir, en absoluto, por las noches.

 No puedo dejar de pensar en ella. Todavía esta noche y al sentirme rendido después del esfuerzo realizado, pensé que podría conciliar el sueño con facilidad. Pero no fue así y aquí me encuentro una vez más. Advirtiendo, con profunda envidia, como el vaivén de las curvas de Elsa se mueven como un suave oleaje junto a mí, sumida en una profunda relajación. El eco de su respiración es apacible y da fe del descanso tan reparador del que disfruta.

—Esto es ridículo —resoplo con fastidio mientras retiro los brazos detrás de mi cabeza. Me incorporo del lecho y me alejo del inútil objetivo que tanto he intentado alcanzar. Es un hecho que esta noche tampoco podré dormir.

Esa voz en mi cabeza no ha dejado de atormentarme. Aquella voz, tan dulce y joven, frágil como la condición tan deplorable en la que se encontraba, no ha dejado de torturarme desde que llegué a casa.

“Está bien, Profesor. Lo haré sólo porque confío en usted…siempre lo he hecho”.

Pero, por qué…¿por qué confía tanto en mí, señorita Creek? ¿Acaso años de desinterés e indiferencia, hacia su persona, me han hecho merecedor de tal privilegio? No me percaté de tu existencia, como tal, hasta el día en que desapareciste y después de eso no hubo otra respuesta en mí que no fuese la conformidad de los procedimientos y luego…el olvido.  ¿Por qué dijiste eso, Allison? Me has dejado con el corazón envuelto en desaliento desde que te escuché pronunciar aquellas palabras.

Acaso…¿Acaso no me marché abandonándote de nuevo, pequeña? Me fui dejándote desamparada en medio de una pocilga. En manos de aquel rufián y el cual se hace llamar a sí mismo tu “amigo”. Con un grupo de delincuentes siguiéndote los pasos, sabrá Dios por qué causa o hecho. Lo más seguro es que ya andarán también tras los míos. Ahora que lo recuerdo ni siquiera había agua en ese maldito lugar, mucho menos alimentos. Por eso la delgadez tan extrema que presentaba esta niña, por eso su demacrada apariencia. Su desaliñada presentación carecía de cuidado alguno y una vez más no me importó, tan sólo quería salir de allí lo más pronto posible. De aquella asquerosa colchoneta tirada sobre el ras de un podrido piso de madera. Sábanas llenas de agujeros y percudidas de más suciedad. Un par de almohadas apestosas sobre las que alcancé a mirar y descansaba junto a mí, un pequeño oso de peluche en color marrón, vestido con un mameluco en color rosa, la cinta atada a su cabeza era del mismo tono. De toda la mugre por la que me vi rodeado, ese pequeño oso era lo único bien atendido y debo admitir, bien cuidado que había en el lugar, incluida la propia dueña.

No debí irme dejándola allí a suerte, pero en cuanto el auto de Marcus apareció, la silueta de Allison se esfumó entre las sombras del callejón sin dejar rastro siquiera de su mal olor. En un principio tuve la intención de halarla por el brazo y llevarla conmigo, mas cuando volteé a mirar ya se había ido.

Ahora no sé en qué condiciones se encontrará. Si tendrá comida o bebida que sustente el evidente estado de desnutrición en el que ya, de por sí, se encontraba. Si estará bajo la influencia de alguna sustancia tóxica suministrada por la cercanía del traficante de drogas y el cual podría estar abusando de ella en este preciso momento a cambio de sus servicios. Después de lo experimentado por mi propia persona, ni siquiera sabría decir, a ciencia cierta, si la integridad de Allison se encuentra intacta, a salvo de aquellos delincuentes. Su cuerpo podría yacer ahora mismo y sin vida en los rincones de cualquier húmedo y oscuro callejón del lado este. Podrían pasar días, hasta semanas enteras sin que nadie se percate de su desaparición. Un nauseabundo olor emergiendo de las cloacas y que los conduzca hasta las esquinas olvidadas de aquellas calles llenas de miseria, sería lo único que alerte a las autoridades acerca de un nuevo y triste desenlace. Y cuando pregunten por ella, por su pasado o busquen cualquier indicio de quien hubiese sido la joven en vida, nadie sabría dar fe de su identidad. Nadie perdería el tiempo en indagar más que lo debido y de este modo poder archivar así el caso para dar paso a situaciones más relevantes. Una adicta y desconocida chiquilla, perteneciente a las calles, no despertaría jamás el interés de las autoridades. Sería una más del creciente grupo de jóvenes abandonados a la suerte de las calles y las drogas. Y el nombre de Allison Creek pasaría desapercibido una vez más, formando parte únicamente de una lamentable estadística.




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