(Narrador)
Las olas chocaban contra las rocas y la arena de la playa, produciendo un acompasado y grato sonido. Renata lo escuchaba desde el balcón de la habitación de hotel –en el segundo piso-, sentada sobre la baldosa fría sin más intermediarios que una manta de lana color púrpura. La noche había caído lentamente sobre el cielo, dibujando nada más que una pálida luna a lo lejos y dejando el horizonte cubierto de una espesa bruma oscura.
Era la última noche. Precisamente, la noche del cumpleaños de Damian. Desde la mañana todo había sido agitación y gritos, risas y alborotos que acabaron con una sencilla reunión al atardecer tras lo cual todos se separaron. La semana concluía así, más calma que a su inicio y con la promesa de no haber dejado pendientes.
El mar sin embargo parecía reclamar por cosas no dichas.
De espaldas a la pared Renata tenía la vista fija en el cielo. Sus manos sobre la manta frotaban la tela para calentarse, pues a pesar de la brisa templada que insistía en circular, la exposición al aire libre daba pronto escalofríos. El cabello suelto le caía graciosamente sobre los hombros, cubriendo las finas tiras amarillas de la parte superior de su vestido del mismo color. Éste llegaba solamente a la mitad de sus muslos, dejando sus piernas sin más protección que la que ofrecían un par de polines blancos bajo la rodilla. A sus pies descansaba un cojincito mullido color rosa pastel, cerca a uno de los bordes de la frazada.
La playa traía recuerdos en cada ola, en la espuma producida al reventar en la orilla. El aroma salino y la tranquilidad conjugaban para volver al ambiente un propicio sitial de reflexiones.
Y “rayo de luna”, ¿dónde estará?
La chica había pasado siete días preguntándose aquello, imaginando la posible respuesta. Llevaba sobre sí la extraña inquietud de quien se sabe al borde de un descubrimiento inapropiado, pero inevitable. Él debía ser parte de ello. Él, secreto mayor de los misterios y sombra que la luz sobre nada desprendía.
Las jornadas en la playa, con el sol en la cumbre del cielo y el mar bañando a turnos la costa no fueron lo bastante placenteras como para llevarse la incertidumbre que la embargaba. Los tiernos devaneos de mar y sol no habían logrado sino adormecer el malestar –cual analgésicos temporales-, semejándola más que nunca en la condena que se sabe ha de llegar tras la última petición de vida.
¿Quién se escondía tras el antifaz, tras el misterio?
Renata cerró los ojos para aspirar mejor el aroma de la sal mezclada con sueños inconclusos y travesías nocturnas. No es que lo abstracto desprendiese fragancia alguna, era sólo que la oscuridad benevolente ayudaba en su recurrir al nacimiento de todo un despliegue de imaginarias sensaciones. El mundo se transformaba en un lugar cálido y familiar cuando cada una de sus partes se conjugaba, pues nada entonces quedaba fuera de control o en acto de rebeldía contra los elementos restantes. Sólo entonces la existencia se resumía en algo tan simple como la inexistencia, dando origen a una paradoja cósmica e incomprensible.
Y no más tardes en bikini – regresó Renata a un pensamiento superficial.
Era un alivio saber que las miradas de sus compañeros varones y de las propias chicas no siguieran inspeccionándose unos a otros. Cada atributo o falta de él era tan notorio cuando unos pocos centímetros de tela los cubrían, y con la presencia de Natalia y Vanessa alrededor se sabía inevitablemente relegada a un tercer lugar.
Los recuerdos de las noches pasadas ya eran bastante para atesorar, destacando los de una en particular:
- ¿Verdad o desafío, Ren? – preguntó Damian con su mejor tono de divertida malicia.
Ella dudó un poco, terminando por preferir el “desafío” y evitar preguntas comprometedoras como estaba convencida de que su amigo le era capaz de hacer.
- Pues bien, te la pondré fácil para que luego no te vengues de mí. Tienes que besar a alguien de aquí, a quien sea.
Dijo eso, pero su mirada se desvió ostensiblemente hacia Tomás, que pareció incómodo con la situación.
- Ah vaya, ¿a quién sea?
Damian asintió, y aunque Renata consideró la presencia de Anthony, tanto como del mismo cumpleañero, acabó por levantarse decididamente en dirección de otra persona.
Justo frente a Tomás y Vanessa:
- Lo siento, pero quizá alguna vez ya había querido hacer esto – se agachó con total calma, tomando el rostro de su amiga en sus manos y rozando sus labios brevemente -. Listo Damian, me toca elegir…