—Menuda nochecita, la verdad, oye, creo que ya está bien profundo, ¿no te parece?
—Ajá, che, tendríamos que estar regresando...
Dejamos a un lado las palas y regresamos por el mismo camino de tierra. Seguramente el Juanjo, con la pibita estaba esperándonos muy nervioso. Para sacarnos el estrés nos pusimos a recordar los viejos tiempos, de cuando éramos solo unos pibitos jugando futbol en la calle, apenas y conocíamos nada de la vida. Recordar esas épocas me traía melancolía, y la verdad es que, a pesar de todo, la estábamos pasando bien, por fin le conté de mi novia, que tenía un retraso en la regla, y que el tema me tenía muy nervioso.
—La Lucila quiere que nos juntemos, pero vos que me conoces mejor que nadie, sabes que yo no sirvo para ser padre.
—Tal vez te sirva para sentar cabeza... los bebes traen bendiciones.
—La neta, no estoy seguro, toda la noche me estado mandando mensajes, está loca... no sé lo que piensa hacer. La verdad es que estado pensando que lo mejor sería irme por un tiempo al Chaco.
¿Vos no la amas?
En ese momento, se escuchó un fuerte cruak, Luisito se tropezó y cayó al suelo. Chillaba peor que una mina, yo pensaba que no era para tanto, hasta que vi la desgracia que le había pasado, vi que el tobillo lo tenía doblado hacia atrás.
—¡Dios santo! Luisito...tenés que calmarte, ¿qué hacer? ¿Qué hacer? Esto está grave...
Me saqué la camisa para usarla de vendaje, pero Luisito, que jadeaba del terrible dolor, no permitía que le toque el tobillo.
—Vamos Luisito, hay que avanzar... Juanjo debe estar con los nervios de punta y tu abuelo...
—Mi abuelo me va a matar si descubre lo de Pibebank y Aldo...
Tuve que armarme de valor para vendarle el tobillo, mi amigo Luisito se mordió los labios para no gritar de dolor, mientras lo hacía. Con él, herido, no avanzábamos.
—Para... yo ya no puedo... —tartamudeó, con una voz que no era la suya.
Miré a mi amigo y noté que estaba mucho más pálido que antes, ardía en fiebre.
—No voy a dejarte solo... —le dije, yo sí soy buen amigo, vos lo sabes.
No pensaba dejarlo solo en ese monte, herido, no señor, eso no. Lo cargué a upa, pero era pesado, y no resistí por mucho.
—Vas a tener que hacerlo vos solo, volvé a la casa, yo acá me quedo... tenés que regresar pronto...
Luisito, mi amigo del alma tenía razón, me pesaba dejarlo, tirado como un perro, solo, pero no quedaba de otra, teníamos que enterrar a Pibebank y a Aldo. Con la ayuda del Juanjo en la Kombi lo buscaríamos y llevaríamos al hospital.
Pronto iba a amanecer, recordé a su vieja, a la Kombi, el lío que iba a tener mi amigo Luisito.
—Tu vieja...
—Esta vez me mata. —Luisito, mi amigo del alma curvó los labios en forma de una pálida y dolorosa sonrisa, tal vez sabiendo que aquello era verdad y no un solo presentimiento más. Pero Luisito era inocente, su único crimen en la vida era querer pasarla bien. Era muy injusta la vida con él.
Bueno, está bien, apuro el paso y dentro de nada estoy de vuelta con el Juanjo. ¿Ok?
—No te preocupes que yo de acá no me muevo...
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Editado: 11.10.2020