Y a pesar de que corría, desesperado, aterrado por los pasos de los soldados retumbando en el piso de la avenida, usando las sombras de un par de farolas apagadas para esconderse de los ojos asesinos que lo tenían en asedio, no pudo escapar del frío sabor de la muerte. El gatillo fue pulsado y un cuerpo frente a él cayó desvanecido: era una mujer con su niño en los brazos, llorando a voces su pena.
Y, aunque se supo que murió pegándose también un tiro, todos aseguraron oír sólo un disparo.