No dejes que me encuentre

Capítulo 11

Mis tímpanos estuvieron a punto de explotar de un momento a otro, lo que pude percibir como un potente grito llenó todo el bosque y el rostro de Ela perdió todo color. Algo malo estaba pasando y todo el bosque se preparaba para ello.

—Es el gritón —dijo ella y por puro milagro la escuche.

—¿Qué? ¿Es alguna especie de alarma sobrenatural? —dije con las manos cubriendo mis oídos. —Si es así, ¡¿qué clase de alarma es esa?!

—Nunca lo he visto y no tengo ni la más mínima curiosidad —dijo apresurada en busca de algo entre sus tantas pociones. —Salgamos de aquí —dijo y corrimos fuera de la cabaña. —Tenemos que alejarte del gritón —explicó mientras seguiamos corriendo entre miles de ramas, aplastando todo tipo de hojas en el suelo, pero sin realmente poder alejarnos del agudo chillido. Estaba seguro que los oídos me sangraban, no había escapatoria. Por un momento, empecé a creer que en vez de distanciarnos, nos estábamos acercando a la fuente del ruido. Sin embargo, seguí corriendo, cada vez más rápido y sin cubrir mis oídos para no perder potencia. Maldición, perdería toda audición antes de siquiera llegar al colegio en el bosque.

Me sentía impotente y con la cabeza latente, el aire se me escapaba y sudor frío corría por mi cuerpo, hasta que dos figuras aparecieron cerca de la edificación y el gritón finalmente se sintió como un sonido lejano, pero insistente. Me detuve de golpe al darme cuenta que frente a mi se encontraban Marco y Daniel, por un segundo, casi creí que mis ojos me jugaban una broma.

—¿Chicos? ¿Qué...?

—Ya viene, puedo sentirlo —Marco interrumpió y Daniel, tan nervioso como la última vez que lo vi, llevaba un bate consigo. —Finalmente viene por ella —señaló a la chica detrás de mí y me di la vuelta para ver su rostro indescifrable, pero en sus ojos vi el temor que todo sentíamos.

—Marco, ahí no hay nadie —dijo Daniel y ambos lo miramos incrédulos, él no podía vela. Pero, ¿por qué Marcó la veía?

—Se podría decir que lo he traído de la muerte — me dijo ella. —Lo salve como lo deseabas.

—¿Qué hacen aquí, chicos? Además, ¿no te habías ido, Daniel?

—Sí, me fui… Soy un cobarde y no lo voy a negar, pero… Llevo días sin dormir, me persigue sin importar que esté consciente o inconsciente. Entonces, tomé una decisión. Vine a enfrentar la muerte. Aunque primero quise visitar a Marco y justo en el momento en que llegaba al hospital, te vi desaparecer frente a un auto.

Me miraba aterrorizado y con mucho interés, yo estaría igual. Y aquí estábamos en medio del bosque, pero, seguía sin comprender como Marco había llegado al lugar. ¿Lo habían dejado fuera de vista y escapó del hospital?

—Tenía que venir —me dijo Marco. —Cuando desperté, en lo único que podía pensar era en regresar, porque él ya está aquí.

—Espera, ¡¿por qué no empezaste por eso?! —Dijo, Daniel exaltado. —¿Dónde está?

Una sensación extraña se extendió a nuestro alrededor sin previo aviso o forma de explicarlo. Las hojas que caían nunca llegaron al suelo, todo quedó suspendido en el aire, incluso el tiempo. El viento o la brisa fue inexistente, los sonidos de la naturaleza se perdieron entre tanto silencio y los árboles se volvieron estáticos. ¿Qué estaba sucediendo? El tiempo pareció haberse detenido.

—Esto es malo —dijo Ela.

—¿De dónde has salido? —Daniel retrocedió asustado al ver a Ela.

—Es más fácil si él me ve —dijo ella a modo de explicación. —Soy la bruja del bosque, pero si deseas estar en mi lado bueno, me llamaras Ela.

—Mucho gusto, Ela —se apresuró a decir el chico del bate.

—Será mejor que nos movamos —dijo Marco y empezó a ir en dirección al colegio con paso apresurado. —Tenemos que matar esa cosa.

—Pero, es la muerte… ¡¿Cómo pretendes matar a la muerte?! —exclamó Daniel.

—No lo sé, pero no puede seguir por aquí. ¡¿Acaso no recuerdas lo que me hizo?! Dime, ¿realmente regresaste por tus cobardes excusas o algo sucedió? ¡Dinos la verdad! —Exigió Marco.

—Mi madre, ella de repente tiene cáncer —confesó Daniel. —Ella estaba muy saludable, pero entonces empezó a sentirse mal de un día a otro. Quise creer que era una coincidencia, hasta que mi padre tuvo un accidente y luego mi tío cayó por las escaleras… Obviamente, nada de eso fue una coincidencia.

—Lo siento —Marco puso su mano sobre el hombro de su amigo, tratando de reconfortarlo, puesto que lucía miserable, aunque tratara de ocultarlo.

—Que mala suerte —dijo Ela como si nada. —Matar a la muerte no es algo fácil —continuó. —Alguien debe tomar su lugar —explicó.

—¡¿Qué?! —Daniel la miro aterrorizado.




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