La semana había pasado en un abrir y cerrar de ojos. Por fin era viernes y el timbre que anunciaba la salida se había retrasado 5 minutos y el profesor que me tocó en la última hora de clase no quería dejarnos salir a la hora que era, solo dijo «Hasta que no suene el timbre no salen», me parecía algo patético, o sea, si el jodido timbre se dañaba y no sonaba, nos quedaríamos para siempre en el aula, tal vez estoy exagerando, pero es que hoy no fue un gran día, solo quería que acaben las clases para poder regresar a casa y recuperar mis horas de sueño.
— Hola Ally — me saludó Steve—, no pensé que adelantar la alarma te fuera a afectar tanto, tienes cara de muerto.
— Hola Steve, tú también te ves genial, ¿qué haces aquí?
— Lo sé, siempre me veo genial, es algo con lo que debo lidiar todo los días.
Steve, es la persona más adorable que puedes conocer, aunque tiene un gran ego. Nunca creí que esa combinación pudiera ser posible, hasta que lo conocí a él. Nos conocimos en una de las pocas fiestas a las que fui, estaba sosteniendo una pared, él aseguraba que si la soltaba se iba a caer, así que imaginaran el estado de ebriedad en el que se hallaba. Él es como yo, no somos muy tolerantes al alcohol y preferimos quedarnos en casa haciendo cualquier cosa antes que estar en fiestas.
— Esa es una de las razones por las que tienes el primer lugar como el chico con el ego más grande en el instituto.
— Y eso no es lo único que tengo grande.
— Steve —dije escandalizada—, demasiados detalles, no necesitaba esa información.
Me miró serio por un momento, como si no entendiera lo que le había dicho y después empezó a reír a carcajadas, mientras mis mejillas adquirían un leve tono rosa. Al parecer él no lo decía en el sentido que yo interprete, a veces olvidaba que no era como los demás chicos.
— Oh, lo siento—se disculpó cuando paró de reír—, no pensé que ibas a interpretarlo de esa manera, ni siquiera yo lo interprete así, ¿qué anda pasando por esa mente, pequeña señorita?
— ¡¿Y cómo querías que lo interprete?! Si por lo general los chicos hacen comentarios así, ni siquiera entiendo por qué lo hacen —comente exasperada.
— No creo que todos hagan comentarios así, pero si lo hicieran, depende de cada uno el sentido que le den.
— ¿Qué haces todavía aquí?, pensé que solo quedarían los de mi clase, puesto que fuimos los últimos en salir.
— Hay varios maestros que usan el «Hasta que no suene el timbre no salen», como si esos minutos hicieran una diferencia en la clase. Además, te estaba buscando a ti, necesito un consejo.
Steve siempre me buscaba cuando quería que alguien lo escuchara de verdad o cuando necesitaba que le dé mi opinión en algo, rara vez venía a mí en busca de consejo.
— Esta bien, pero déjame avisarle a Max que voy a demorarme en llegar a casa, sabes que se puede poner paranoico si no le aviso.
— No te preocupes por eso, le dije que te iba a robar un par de horas, pero con todo llámale o déjale un mensaje.
Seguimos caminando hacia la puerta principal mientras llamaba a Max, pero como no contestó le dejé un mensaje de voz y otro de texto, casi nunca escuchaba los mensajes de voz pero no perdía nada con intentarlo.
— Ya le avise, vamos a Vendetta y ahí hablamos.
Vendetta era una cafetería-heladería a la que iban los estudiantes para estudiar o reunirse con amigos, es un lugar tranquilo y por lo tanto es un buen lugar para hablar.
Además, todo lo que sirven ahí es una delicia para el paladar, me gusta probar las distintas cosas que hay, también hay un ambiente familiar que me da paz y las vibras que transmite el lugar da tranquilidad.
— Genial, hace tiempo que no voy por ahí.
Subimos al coche y nos dirigimos hacia el lugar, no estaba muy lejos, pero hasta caminar me daba pereza. Los fines de semana trabajo en una cafetería, para poder pagar mis cosas y una que otra factura, los turnos son rotativos, pero ayer no nos avisaron que no abrirían, así que un compañero tuvo la idea de ir por unas copas, aun no entiendo por qué acepte, pero lo hecho, hecho está.
— ¿Estás bien Ally?
— Si, solo estoy cansada. Nunca más vuelvo a ir de copas un domingo y mucho menos madrugar un lunes.
Steve sonrió socarronamente sin dejar de ver la carretera, sabía cuales iban a ser sus siguientes palabras.
— La pequeña señorita no podrá brillar—dijimos al unísono y empezamos a reír.
Tal vez no le encuentren sentido a lo que acabamos de decir, pero al día siguiente de conocernos estábamos con una resaca de infierno, él más que yo, ya que no estuve sosteniendo paredes, pero casi llego al punto de hacerlo. Esa mañana yo dije que madrugar y una noche de copas no me permiten brillar en mi totalidad, ya que siempre debo brillar sin importar qué. Y él nunca pierde la ocasión en la que pueda recordarme esas palabras.
Por estarnos riendo casi nos pasamos del lugar y por suerte encontramos en donde estacionar. Al bajar del coche, tomo aire profundamente y sonrío.
— Entremos o la gente pensara que estás loca por estarle sonriendo tontamente a la puerta del local.
No le he dicho a nadie, pero cuando me siento abrumada y creo que el mundo está en mi contra, suelo ir a la terraza, ahí hay un pequeño sofá, una frazada y varios foquitos blancos que alumbran el espacio. Ese lugar lo descubrí gracias a la dueña del local, Lily. Hace tiempo que no la veo y la echo mucho de menos.
El dulce aroma invade el lugar, se me hace agua la boca de solo pensar en lo que sirven aquí. Hay dos personas haciendo fila y no hay nadie en la barra.
— ¿Ya sabes lo que vas a pedir? —pregunta Steve, mientras miro el menú.
Lo regreso a ver para responderle y me doy cuenta que mira disimuladamente a una chica que está sentada cerca de la ventana del local.
— Si, pero al parecer no hay lo que tú vas a pedir.