No me esperes

4

— No pueden estar hablando en serio —dije incrédula.

— Queremos que vuelvas a casa, a vivir con nosotros, y también podrías ayudarnos a pagar las deudas que tenemos —afirmó el energúmeno de Javier, mi padrastro.

Así que solo me quiere cerca por mi dinero. Si cree que voy a gastar mi dinero para pagar deudas que ni siquiera son mías, está muy equivocado. Tengo otros planes.

— ¿Y quién les asegura que yo quiero irme con ustedes? Además, no tengo dinero, mi sueldo es bajo, y es responsabilidad de ustedes pagar sus propias deudas —dije en tono cansado.

— Somos tu familia cariño, por eso estamos seguros de que quieres estar cerca de nosotros y aquí no tienes a nadie —argumentó mi madre—. Si me disculpan, voy al servicio.

Esperó a que mi madre no estuviera cerca y por fin mostró su verdadera cara—: No te hagas la tonta, sé que tienes el dinero suficiente como para librarnos de deudas, el viejo de tu abuelo te dejo una gran cantidad de dinero y la casa en la que vives, es lo único bueno que has tenido por parte de tu padre.

Eso sí que no, no iba a permitir faltas de respeto, ya no era aquella niña que le temía. Ahora podía defenderme y defender a los que más quiero.

— No voy a permitir que hables mal de mi padre o mi abuelo —dije entre dientes—. No eres quien para juzgar a alguien, así que piensa muy bien lo que vas a decir antes de hablar. ¿Cómo sabes de la herencia que recibí? —Inquirí enfadada— Ni siquiera mi madre lo sabe.

— Tengo mis contactos, mocosa.

— Me lo imaginaba, pero no pienso hacer nada de lo que me han ofrecido — aseguré, haciendo comillas con los dedos.

— Parece que olvidas que eres menor de edad, tu madre tiene tu custodia compartida, por lo tanto debes hacer lo que ella diga.

— Él que no recuerda eres tú, hace unos meses cumplí 18 años, así que puedo hacer lo que me dé la gana. Ah, y por si no lo sabes, en cuanto salí de su casa mi padre solicitó la custodia completa y la obtuvo, así que legalmente él está a cargo de mí, imbécil — y el veneno en mi voz estaba presente. Al parecer no sabía nada de eso, en sus ojos se leía perfectamente la sorpresa.

— Vaya, la niña ahora tiene carácter —, no pudo agregar nada más, porque mi madre llegó y no podía arruinar su imagen del padrastro perfecto.

No tenía duda alguna de que amaba a mi madre, lo sabía por como la veía y se comportaba con ella, el problema lo tenía conmigo, me odiaba.

La mayoría de mis suposiciones del por qué me odia derivan a una persona, mi padre, puesto que gran parte de mis rasgos los herede de él y su familia. Tengo el cabello ondulado y rojo, la nariz respingada y un hoyuelo en la mejilla derecha al sonreír, igual que él, la única diferencia es el color de los ojos, mientras que los míos son grises como los de su madre, es decir mi abuela, los de él son café oscuro llegando a negro. Supongo que cada vez que me ve lo recuerda a él.

— ¿Todo bien? —pregunta preocupada mi madre, notaba la tensión en el ambiente.

— Si cariño, estoy acostumbrado a oír las impertinencias de tu hija.

Mi boca forma una “o” por la sorpresa, que descarado.

— Mamá, yo no he dicho nada malo, él fue quien empezó y solo me defendí.

— Ally, te conozco —dice viéndome fijamente, su mirada es dura— los conozco, no trates de mentirme. Él ha sido como un padre para ti desde que tienes cinco años.

Si tan solo me conociera un poco, sabría que siempre trato de decir la verdad.

— Yo ya tenía un padre antes de que él llegara, puede que no haya sido el mejor, pero estuvo conmigo cuando lo necesitaba, fue el único que creyó en mí y no me dio la espalda cuando salí del hospital —sentía que de un momento a otro me pondría a llorar, pero no les iba a dar el gusto de verme así.

— Lo acusaste de haberte querido ver muerta y aun así está aquí porque quería verte. Y te recuerdo que fuiste tú quien se quiso ir de casa.

— No lo acuse sin motivos, él me vio y entró a casa, sé lo que vi esa noche. Me fui porque era lo mejor, mi propia madre no me creyó, es como si lo hubieses preferido a él antes que a mí.

 — Tranquilízate Ally, estas llamando la atención —dice suavemente mi madre.

— Cariño, eso es lo que pretende tu hija, le encanta llamar la atención, por eso dijo todo aquello cuando la vimos en el hospital.

Apoyé las manos en la mesa, me levanté y mirando fijamente al energúmeno dije—: No me conoces, no sabes nada de mí, por tu culpa mi relación con mi madre se destruyó, ojala nunca hubieras llegado a nuestras vidas —mi madre me abofeteo antes de que pudiera seguir.

— Nunca me habías golpeado —las lágrimas se acumulaban en mis ojos, pero no las dejaría salir, podía sentir la mirada de satisfacción de Javier—. Sé que esa vez fue su enojo el que habló, pero les pido que recuerden sus palabras de aquel día «Has muerto para esta familia»

Al salir sentí el viento en mi cara y permití que las lágrimas abandonasen mis ojos.

Por el momento no quería ir a casa, sabía que ellos regresarían ahí para recoger sus maletas.

Max se iba a preocupar si no me veía llegar con ellos, así que le envié un mensaje:

 

Estoy bien :’). Avísame cuando se hayan ido de mi casa. Cuando llegue hablamos

 

Y la respuesta no se hizo esperar.

 

Acaban de llegar. Te avisaré. Hablaremos cuando te sientas lista ‍☺

 

Llevaba caminando una hora, me dolían los pies y la espalda, la mochila había comenzado a pesarme. Frente a mi había un parque y me dirigí hacia los columpios, no lo dude un segundo y me senté, empecé a columpiarme, disfrutaba mucho hacerlo porque me recordaba a mi infancia, cuando no tenía problemas y el único dolor que sentía era al caerme.

Pequeñas gotas de lluvia empezaron a caer, siempre llevaba un paraguas en mi mochila, el clima era tan cambiante que uno nunca sabía lo que le esperaría. No era buena idea seguir caminando y no pensaba quedarme en medio de la lluvia. Suponía que aún no se iban ya que Max no me había escrito, así que no sabía a donde ir, estuve pensando un momento mis posibilidades y de repente se me prendió el foco. No sé porque no lo había pensado antes, así que me dirigí hacia la calle principal para buscar un taxi.




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