Pasado
Al día siguiente que su hermana le soltara esa jarra de agua bien fría como era la noticia de su compromiso secreto, quiso desfogar su furia en algo. Por desgracia, decidió en esa mañana hacer un arreglo floral para su madre. Ella quería que se dedicara a una tarea propia de una dama, algo delicado que demostrara las cualidades de una correcta dama. Pues había pensado en cortar unas cuantas rosas y petunias. Sin embargo, eso era su intención cuando lo pensó hasta que se pinchó con una rosa y la cortó a pedacitos. No podía negar que estaba descargando su frustración contenida en ella. Las otras corrieron con la misma suerte.
— ¿Qué está haciendo con las pobres rosas?
La voz familiar de ese hombre le hizo que volviera la cabeza hacia él. Hizo visera con la mano y se levantó. Era Owen, el amigo de Charles. Tenía una sonrisa de oreja a oreja que contrastaba con el tono horrorizado que había empleado.
— Lo siento, señor Olsen. No quería que viera esta masacre — él abrió los ojos como platos sorprendiéndose —. Estoy terriblemente avergonzada. Parece ser que se me ha escapado de las manos
—¿Una de ellas la ha enfadado? — le señaló las que había cortado y no de buena forma.
— Sí — confesó no muy orgullosa de su hazaña. Ahora que lo veía era un desastre —. Por pincharme. Una tontería.
— Uy, entonces hay que tener cuidado de no enfadarla — ella asintió pesarosa. No se le daba bien hacer una cosa mínima como el hecho de cortar unas cuantas flores —. Me ha sorprendido.
—¿El qué? — preguntó sabiendo que la curiosidad mató el gato.
— Tiene voz. Debo añadir que muy bonita, lo cual debería usarla más —dijo así sin más—. Ella pestañeó sin entenderlo —. No importa, voy a adentro a hablar con su padre. Me alegro de verla.
Le guiñó el ojo antes de darse la vuelta y entrar por la puerta principal, que se abrió dejando paso a su hermana. Casi iban a chocarse, pero su hermana se apartó antes de tiempo y lo miró con malas pulgas. El joven, que fue simpático con ella, tuvo otra actitud diferente con Bryanne. La saludó con una sonrisa sardónica y levantando el sombrero.
— ¿Qué hace él aquí? — preguntó su hermana mirando hacia atrás como si quisiera comprobar si estaba.
— Venía a hablar con nuestro padre — musitó sin saber realmente la razón de esa inesperada conversación.
— ¿Nuestro padre? — ella asintió —. Espero que su visita no se convierta en algo habitual.
— ¿Por qué lo dices? Él es el mejor amigo de tu prometido — intentó controlar que su voz fuera neutral.
Ella frunció el ceño y miró las rosas.
— Aunque sea el mejor amigo, no me transmite buena confianza — se acercó a ella y le confesó — . Creo que no le caigo bien.
¡Vaya sorpresa!
El joven Olsen era el primer hombre que no caía rendido a los pies de su hermana. Eso le causó más simpatía hacia él. Por supuesto, mucha curiosidad.
— ¿Te lo ha dicho? — preguntó y recogió las flores que habían destrozado. No quería que las viese su madre. Sino le daría un desmayo.
— ¡No! — exclamó espantada por la idea —. No me lo ha dicho. Las veces que nos hemos visto, ya sea con la compañía de Charles o sin él, no me miraba bien. ¡Hasta me da escalofríos! Es como si creyera que no fuera digna de su amigo.
Ella se mordió la lengua y se calló. Porque en su corazón ella pensaba igual. Bryanne no debería ser la dueña de Charles. Ni su prometida. Cargó con las flores.
— No deberías preocuparte. Con quién te casarías, sería con Charles, no con el amigo.
— Shhhh, calla. Alguien te puede oír.
Todavía era un secreto lo de su compromiso. Le había pedido que esperase hasta que ella se sintiera segura de hacerlo. Le gustaba mucho Charles pero también las fiestas de la temporada social. Su hermana no sabía lo que tenía enfrente suya y él, simplemente, estaba enamorado de ella. Tanto que era capaz siglos por solo que ella fuera su esposa algún día.
— No hay nadie. Puedes quedarte tranquila. Tu secreto aún sigue bien guardado — cosa que le producía una pena por dentro que solamente ella sabía.
Sin más palabra que añadir entró en la casa. Pasó por la puerta de la biblioteca y se fijó en la puerta cerrada. Se encogió de hombros y subió a su habitación con las flores mustias, las tiraría en un cubo. Así su madre no sería testigo del desastre que había hecho en su rosal. Podría tachar de su lista lo de arreglos florales. Otra cosa más que se le daba mal.