No me odies #5

Capítulo 14

La señorita Rawson se ganó una buena bronca por su tardanza. Aunque había tenido la suerte de encontrar un carruaje de alquiler y este hubiera ido lo más pronto posible a su casa, no llegó temprano. Se le había hecho tarde, eso no podía cambiarlo, ni retrasarlo. 

Lady Rawson no estaba preocupada, sino enfadada. Con razón, había llegado casi anocheciendo y su madre no veía la hora que llegaba. Así que cuando la vio aparecer. No la recibió con los brazos abiertos. 

  —  Madre, lo siento — no se esperó la bofetada que le dio.

La mujer respiraba fuertemente y la miró con expresión iracunda.

  — ¿Dónde has estado? — le exigió sin mostrar el leve arrepentimiento de haberle dado una guantada. 

Sin poder creer que su progenitora le había hecho eso, intentó articular palabra pero enmudeció cuando la tía de Erikson apareció. 

—  Me he entretenido más de la cuenta  ayudado a las monjas — se tocó la mejilla que ardía  —. Una de ellas se hirió y tuve que curarle.

Dijo lo primero que se le ocurrió. 

—  Tu doncella nos dijo que estabas en otro lugar — le había dicho que había ido a ver a la tía de su prometido sin esperar que esa mujer estuviera en la casa.  Su mentira fue papel mojado.

—  No quería preocuparte, entonces, le pedí que dijera que estaría en su casa — le dolía la mejilla y respiró hondo para controlar sus emociones —. Si me disculpáis, estoy cansada.

Se dio la vuelta pero su madre la volvió a llamar

— Antes que te vayas a tu cuarto. Discúlpate, Margaret se merece una disculpa de tu parte por haberla utilizado en tu mentira.

Se tragó la ardiente sensación de llorar y bajó los escalones que había subido. Sabía lo que estaba haciendo su madre, la estaba rebajando y castigando por su tardanza. ¡Le parecía tan injusto! Cuando su hermana había llegado tarde de sus salidas secretas con Charles, nadie la había regañado, pero a ella sí por haber querido ayudar y estar más tiempo con él.

  — Lo siento, señora.  

  — Espero que la próxima vez no intentes mentir, porque no dudaré en castigarte. Ten en cuenta que pronto te casarás y no quiero que muestres una actitud de rebeldía. No lo toleraré. No hagas que me arrepienta al haberte dado mi permiso. Ahora, te puedes marchar. 

Ella asintió y se marchó hacia su cuarto. Lady Rawson por querer ser la dueña y controladora de su vida, no se percató que la había herido. Primero, físicamente, y segundo, humillándola al pedir disculpas.

Al cerrarse en su cuarto, su doncella que la estaba esperando, se levantó del sillón. Vio la tonalidad rojiza en su mejilla derecha.

  —  ¿Se ha enfadado mucho? Lo siento, señorita. Usted me dijo lo que me pidió que hiciera sin saber que ella estaba aquí.

  —  No se preocupe, me podría traer una crema para aliviar esto —le señaló la mejilla magullada—. También, necesitaría un baño. Hoy parece ser que no ha sido mi día.

  — Se lo avisé. Deberíamos habernos ido, pero no me hizo caso. ¿Cree que ha merecido la pena retrasarse y enfadar a su madre?  

  — Sí, lo ha merecido — se guardó sus pensamientos para ella y vio a su doncella mover la cabeza no muy convencida. 

Salió para traerle la crema y que le trajeran cubos de agua caliente para el baño. Tenía el cuerpo molido, y encima, las nalgas le dolían. El golpe contra el suelo había hecho su efecto. Parecía que unos caballos hubieran pasado delante de ella. Se tocó la mejilla sensible y sintió una punzada de dolor. 

A diferencia de su hermana, su madre la había tratado con más dureza y exigencias. No lo comprendía. Ella que había tomado una actitud respetable y a la altura de su rango, se le exigía más. Por haberse retrasado una hora o dos y haber mentido, le había dado una bofetada. Una lágrima rebelde se le escapó de su ojo. 

— Sí, ha merecido la pena — se repitió a sí misma. 

Rezaba para que la herida de Caruso cicatrizase pronto. No había sido una cuchillada profunda. Ni había perdido mucha sangre, pero el hecho que estuviera herido, entraba en ella una pizca de preocupación. 

¿Cómo para no preocuparse por él? 

Hubiera sido peor si el hombre lo hubiera acuchillado hiriéndole en los órganos internos. Por suerte, no fue así. 

Muchos días pasarían sin verlo. No sabía si él pasaría consulta en Mayfair, teniendo en cuenta su estado de salud. Quizás, no. O sí. Ojalá, tuviese la excusa perfecta para visitarlo y saber cómo estaba realmente. Sin embargo, le tocaba rezar para que se recuperase pronto. Mientras tanto, el momento que había estado con él, aunque fuera para curarle, lo guardaría en un rincón de su alma. 




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