No me odies #5

Capítulo 17

En los días que tenía días libres, iba hacia el club donde se reunía con sus amigos y tenía momentos de distracción. Aunque no era de fumar, los acompañaba y charlaban de temas nimios. Hasta una camarera le miró coqueta mientras dejaba las bebidas en la mesa. La ignoró. No creyó que hubiera hecho una especie de herejía por ignorarla, pero sus amigos habían estado pendientes de dicho gesto y no habían tardado en saltar atónitos. 

— Amigo, ¿cómo puede ser que tengas hielo en las venas? — dijo Lawrence aún con la mirada puesta en la camarera— . No la has echado ni un vistazo, aunque ella sí te ha he echado un largo repaso con la mirada. ¡Maldito afortunado!

— Tendrá en sus pensamientos a la aburrida medicina o a sus pacientes—hablando de él en tercera persona, como si no estuviera —. ¿No puedes darte un respiro?

Charles se reclinó más en el sillón como si tuviera todo el tiempo disponible para relajarse. 

— Sí, pero no estoy interesado en la camarera —les replicó sin ofenderse.

— Uhhh —  Lawrence era peor que una alcahueta, o un perro que no dejaba el hueso ni para ir a hacer sus necesidades — . Ahora que lo pienso, no te hemos visto últimamente con una mujer. Mejor dicho desde que llegaste de viaje. ¿Estás enfermo?

—No —apartó la mano irritado —. Estoy más sano que un roble.

— ¿O tienes una enamorada en secreto? — esa pregunta le provocó una carcajada seca.

El amor para él esta vetado. Dejó de reírse y se encogió de hombros. 

—  Tienes mucha imaginación. ¿Por qué no creas una obra, Lawrence? — le preguntó y cogió su vaso.

Bebió y no pudo evitar pensar en ella.

¿Cómo estaría después de la resaca?

No sabía nada de ella desde ayer, cuando se fue hacia la casa.

¿Podría mandarle una carta?

—  No vas mal, amigo.  Estoy escribiendo una novela autobiográfica  — tanto Teo como él lo miraron incrédulos —. Es verdad, me ofendería que pensarías lo contrario. Es pura sabiduría masculina que vale oro, cualquier joven lo compraría. A veces, uno necesita un manual.

  — Pues yo te lo compraría para darle comer a las palomas. Será un fiasco de libro — se aventuró a decir Teo dejando atrás el tema amoroso de Charles.

—  Eh, no te atreves decir eso de mi futuro libro. Estarás suplicando cuando te venda uno — Teo puso los ojos en blanco — . Pero no estamos hablando de mí, sino de ti — le señaló con el puro en la mano. 

No habían tardado mucho en volvérselo a recordar. 

— A tu pregunta, no la tengo. Estoy ocupado con las dos consultas y no tengo cabeza para dar inicio a una nueva aventura — les podría haber contado el roce que tuvo con la prostituta, pero no le dio importancia, así que no les contó sobre ello.  

Sus amigos no estaban conformes con esa respuesta y le animaron a irse de juerga que él rechazó provocando que los recelos de sus amigos aumentaran. Una vez que él se marchó del club. Lawrence dijo a Teo:

  — Este tiene una relación con una mujer y no lo quiere decir.

—  Será que está casada — los dos asintieron cavilando la respuesta. 

—  Posiblemente —  ese podría ser una buena razón para que su amigo fuera tan reservado en ese tema.  

***

Charles, en vez de tirar para su casa de soltero, fue hacia la del duque  Werrinton, así vería a su hermana y, de paso, a sus sobrinos, a los cuatro pequeños. El más grande, Adam, tenía siete años. Luego, estaba Rose, de cuatro años, Lucy y Hayden, los mellizos de dos años. Se había perdido prácticamente la infancia de cada uno de sus sobrinos. Ahora que estaba allí, iba a aprovechar el tiempo perdido. 

  — Creía que andabas desaparecido — le recibió su hermana, hermosa como siempre.

Los niños menos los más pequeños fueron a recibirle entre gritos.

  — Hola, renacuajos. 

  — Tito Charles —  Adam le demandó un abrazo, que él dio. También, Rose, que se unió a ellos, provocando las risas de los cuatro.

Sus sobrinos eran los niños más cariñosos que conocía. Bueno, también, sus hermanos. Formaban una gran familia. 

— ¿Lucy y Hayden? —  no veía a los mellizos. 

—  Arriba con la niñera. Si preguntas por el duque, ha ido a hablar con Matthew sobre unos negocios. 

  — Bien, bien —  se irguió y le preguntó algo que le venía rondando en la cabeza. 

— ¿Me puedes prestar un papel y una pluma?

—  Claro. Charles, ¿estás bien?

—  Mejor que nunca.  ¿Por qué lo preguntas? — no era la única que se lo había preguntado.




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