No podía quitarse la tensión de los hombros, ni siquiera encogiéndolos.
Hacía tiempo que no sentía ese malestar recorriéndole por las venas. Pero ver a la señorita Rawson en el teatro sin haberle respondido a la carta, y más con la presencia del soso de Bernard, le puso extrañamente furioso. La pareja no iban solos; estaban acompañados por la familia de ella, seguramente para proteger la reputación de la dama. Aun así, dicho malestar no desapareció de su cuerpo.
Por lo que tenía entendido era una alianza de conveniencia, pero no entendía por qué la joven se había fijado en él como candidato para que sea su marido cuando podría ser otro. ¡No Bernard! Ese hombre no era gracioso, divertido, alegre. Parecía más mustio que unas hierbas secas.
Se equivocó al pensar que harían una buena pareja. Ahora, viéndolos con otros ojos, le disgustaba un poco que él fuera pronto su marido.
Su acompañante se dio cuenta de su distracción, pero le hizo el favor de no mencionárselo.
Se había visto a sí mismo a pedírselo a una "amiga", cuyo estado civil era viuda, que fuera con él al teatro ya que solo no quería ir. No supo la razón verdadera que le había impulsado a ello a proponérselo. Solo se conocían por haberla tratado en la consulta y ella, en más de una ocasión, le dejó caer que estaba interesada. Quizás, había sido por la charla que había tenido con sus amigos. Dicha conversación le había hecho darse que su vida sentimental era muy solitaria.
Realmente, no quería dar esa apariencia de un hombre ermitaño que no le gustaban las mujeres. Porque no lo era. Seguía siendo joven y gozaba de una buena salud. ¿Qué iba mal en él?
Sin saber la razón de ello o sí porque Bryanne era una sombra aún de sus sentimientos, finalmente, le había pedido a la señora Grandson que lo acompañara, con la sorpresa que ella aceptó su propuesta, sin preocuparle si la viesen con él o no. Aunque era viuda, las malas lenguas podían ensañarse con ella por estar en la presencia de un hombre que no fuera relacionado con su familia.
No importaba que una mujer fuera viuda, soltera o prometida, no iba a ser bien visto, o al menos que tuviera otra intención, como el de contraer matrimonio. Él no estaba por la labor de pasar por esa experiencia de nuevo. Bastante había sufrido y aprendido la lección con su anterior compromiso fallido. Aunque no tuviera la idea, debería haber estado más atento y pendiente de Grandson que el estar echando algún vistazo por la rabillo del ojo a la otra dama, que no era la que tenía a lado. En ningún momento, ella se dio cuenta de su privada observación. Lo que le molestó más, cosa que no comprendía ni llegaba a entender.
La viuda se percató de su malestar e intentó animarlo con una promesa que le podía interesar después de marcharse del teatro. Dudó si aceptar la íntima invitación o no. Queriendo quitarse esos sentimientos, su cuerpo habló por él.
***
Eso creía él, que no lo había visto. Pero sí lo había hecho, aunque fuera para darse cuenta de que no iba solo a ver la función. ¿Cómo iba a ir solo? Cuando había mujeres, las que él deseaba, podía ir colgada de su brazo. Además, era un hombre soltero y apuesto. Nadie le podía achacar con quién iba a su lado. Ni siquiera ella, que no se consideraba alguien importante para él.
Recuerda que te había enviado una carta.
Carta que no había abierto. Pero, ahora viéndolo con esa mujer, se reafirmaba de haber hecho lo correcto, no abrirla.
Antes que él la pillara observándolo, apartó la mirada, no sin sentir los ardientes celos que la recorrían por todo el cuerpo. Enfadándose con él y con ella misma.
Tienes que ser fuerte, Clarette.
Por culpa de él, no estuvo atenta a la obra, ni después, tras el descanso que hubo. Hasta se ganó un adormecimiento del cuello por haberse obligado a sí misma a no mirarlo. Aunque no le había echado una mirada, su cuerpo se había estado tenso todo el momento, sabiendo que estaba abajo.
Afortunadamente, la obra no duró tanto y pudo regresar a casa, fingiendo que no había visto al médico con la presencia de otra mujer.
¡Había sido una velada fantástica!
Incluso, lord Erikson no se molestó en toda la noche en preguntarle si estaba bien o no. Solamente obtuvo de él un beso en la mano antes de ir al teatro y después, cuando se despidieron. Por lo demás, era pura apariencia.
Podría considerar su vida como una tragicomedia.
Sí, una auténtica tragicomedia.
***
Parece ser que el episodio de la borrachera se había esfumado de sus mentes, porque tanto el señor Caruso como la señorita Rawson no lo mencionaron cuando volvieron a verse en la consulta. Parecía un día nuevo para ello, en el cual los dos intentaban trabajar como otro día cualquiera. Ella detrás detrás de su mesa y él, dentro de su consulta. No había nada extraño, ni algo importante por tener que uno preocuparse. Sin embargo, aunque pretendían y aparentaban que no había pasado nada en esas cuatros paredes, había tensión en el ambiente. Había que decir mucha. No era bueno esconder los verdaderos sentimientos debajo de una alfombra o una sonrisa que no sentían realmente. No había que ser tonto para no notar esa tensión. Hasta la señora Joyce se fijó que algo raro había pasado.