En la habitación donde estaban los amantes se podía respirar un ambiente en calma después del acto amoroso e intenso que habían compartido en la cama del hombre, que miraba a su compañera con devoción. La mujer de cabellos rubios, intentó no apartar su mirada de él, aunque tenía las mejillas encendidas por las vehementes sensaciones que con él había sentido. Debajo de su cuerpo, al calor de sus manos, de sus labios y de sus caricias. Finalmente, acabó perdiendo la batalla porque la intensidad de su mirada le hacía traspasar la piel, hasta llegar a su corazón.
— No se avergüence — le pidió con ternura. No era la primera vez que se lo pedía. Aun así, ella no dejaba de tener ese rasgo. Lo que le provocaba que su pecho se hinchara de una emoción muy fuerte.
Se acercó. Unos minutos antes sus cuerpos habían estado unidos, ahora solo unos milímetros estaban separados. Se habían colocado enfrente del otro, mirándose hasta que ella rompió el contacto de sus miradas. Se acercó desnudo a ella, y a pesar de que su miembro volvía a reaccionar, se controló. Tomó su cara de porcelana y salpicada de pecas con sus manos y le levantó el rostro hacia él. Podría ahogarse toda la eternidad en sus ojos, que ahora estaban empañados por una capa de lágrimas reprimidas.
— ¿Por qué tiene los ojos tristes? — su estómago se encogió, y se dio cuenta de que temía la respuesta. Hasta su corazón se le paralizó —. Es porque le he dicho que no se avergonzara.
— No, no — le susurró cogiéndole de la mano y besándole en el centro de la palma —. Pienso que no le merezco. Debería estar otra mujer aquí, no yo.
Su confesión le hizo fruncir el ceño, y querer hacerle el amor para que se le quitaran las dudas. Sin embargo, no lo hizo.
¿Qué sentía por Clarette?
— Clare, somos un hombre y una mujer que se desean y... — se calló al decir que se amaban, paralizándose en el momento.
Las palabras que deberían consoladoras, no lo fueron, y menos para la mujer, cuyo corazón se lo había entrado sin que el destinatario lo supiera.
— Es normal la situación — prosiguió aún afectado por la mala jugada de su mente —. Tiene el mismo derecho de estar conmigo que con otra mujer.
Le dolía. ¿Qué esperaba una declaración de amor?
— ¿Solo soy una mujer más en su vida? — se irguió de la cama herida.
Charles se llevó una mano al rostro al percatarse que había metido la pata. Quitó el brazo, para mirarla. El dolor del orgullo herido se reflejaba en sus ojos, y algo más.
— No, no lo eres — la tuteó y mirándola con el corazón en carne viva , se acercó nuevamente —. Quizás, me haya explicado mal. Pero sea la situación en la que nos encontramos, no me arrepiento de haber yacido contigo. Eres importante para mí.
Clare asintió mordiéndose el labio. Ojalá, fuera el amor de su vida como lo fue su hermana para él. Las comparaciones eran odiosas, sin embargo, era lo mejor si uno quería saber la realidad que vivía. Ella no era Bryanne. No lo era; ni lo llegaría a ser nunca. Viendo que no podía superar ese amor, le dolía y la mataba por dentro.
— Clare, por favor — no quería verla alejada, no quería que esos minutos fueran amargos.
Además, estaba el prometido de ella. Pensar en él, se le revolvió las tripas. No quería que se marchara. No deseaba que fuera a casarse con un hombre que la haría infeliz.
— También, lo eres para mí — era un fraude. Su amor hacia él tampoco valía igual que el amor que tuvieron su hermana y él.
Pudo respirar con más tranquilidad al escucharla. Un calorcillo se expandió por su pecho. Sin embargo, todo se vino abajo cuando ella soltó:
— Por eso, es mejor que me aleje.
Negó con la cabeza y le sujetó la mano al verla con la intención de marcharse.
— Explícase — le demandó al sentir que su corazón volvía a detenerse, y latir dolorosamente.
— No soy la mujer que cree que soy, Charles — cerró los ojos porque no soportaba verlo, sintiendo que en su interior se estaba muriendo por la decisión que había tomado —. No soy libre. Me voy a casar. A su lado, debe haber una mujer que lo ame sin que su pasado sea manchado y sin ataduras.
El frío la tocó cuando notó la ausencia de su mano. No quiso mirar aún cuando se estaba partiendo en dos.
— ¿De qué pasado habla? — pudo escuchar el crujir de las sábanas y de la cama, se había levantado.
Se puso la bata. Estaba empezando a notar un helor que no era de la habitación.
— No soy buena, Charles — sollozó y el llanto fue imparable.
Sin poderlo evitar, el hombre la abrazó y la acunó en su pecho, encerrándola con su cuerpo y brazos.