Ese día que había temido llegó como la lluvia después de unos días de calma. Fue de imprevisto y de sorpresa.
Por la fortuna del Dios, quiso que Charles estuviera presente. No había ido ese día a la consulta porque aún quedaban cosas por instalar en la nueva casa que habían comprado en un barrio humilde de Londres, ya que el piso de soltero era demasiado pequeño para los dos. Cuando fue a ayudar a su mujer a meter unas cajas, cosa que podría hacerlo los sirvientes, pero aún no los había contratado, por lo que tuvieron que hacer ellos.
— Puedo hacerlo — objetó su esposa cuando le quitó una caja de las manos . Sus padres les habían enviado una vajilla nueva —. Soy fuerte.
Aún no le había dicho sus dudas sobre su posible embarazo. Desde que le dijo que había vomitado, no se había vuelto a repetir, pero eso no quería quitar de que podría ser. Se estaba haciendo mucha ilusión, pensó negando con la cabeza.
— Es muy pesada — arguyó — , y podrías hacerte daño.
— Jajajaja. Mira como me rio.
— Muy graciosa, como médico te aconsejo que no hagas ningún esfuerzo...
— ¿Por qué? — cruzó los brazos mientras él colocaba la caja encima de una mesa que había en lo que se suponía que era el comedor. Aún faltaba algunos muebles para que fuera un comedor de verdad.
— Porque... — estuvo a punto de decirlo, pero fue interrumpido cuando los dos escucharon a la lejanía unos golpes en la puerta.
— ¿Alguien está tocando?
— Parece ser que sí. Veremos quiénes son — ella asintió.
Fueron hacia al vestíbulo para abrir la puerta. Charles fue quién lo abrió. Podría haberla cerrado porque la visita no era más que los padres de su esposa y el prometido, que iba detrás de ellos. Se acercó a su esposa y le cogió la mano para darle apoyo. Los presentes vieron el gesto con disgusto. La madre se atrevió a hacer una mueca.
— Hija, apártate de ese hombre. Haz el favor — dijo lady Rawson.
— No. ¿A qué habéis venido?
— Señorita Rawson — inquirió Erikson —. No avergüence más a su familia. Obedece a su madre.
Charles Caruso cuando lo escuchó, dio un paso adelante queriendo molerlo a golpes, pero su mujer le paró. Ambos se miraron.
— No tiene el derecho de dirigirse así a mi esposa — apartó la mirada y le dijo en un tono bastante tranquilo, pero que podía cortar como la hoja de un cuchillo. Afilado y cortante.
— No es su esposa — replicó el caballero.
— Sí, lo soy — lady Rawson echó chispas por la mirada al escucharla —. Nos casamos en Gretna Green. Tenemos testigos que lo pueden corroborar.
— No quisimos creerlo. ¿Cómo has podido? Eras nuestra hija — le dolió que hablara en pasado — . Te dimos todo; así nos lo agradeces, yéndote con ese... bastardo.
— ¡No es un bastardo! — en unos rápidos segundos, su marido se puso delante de ella y paró la bofetada que le iba a dar su propia madre. Otra vez.
Negó con los ojos tristes.
— Lady Rawson, no voy a permitir que se injurie o maltrate a su hija, que doy gracias a la vida que sea mi esposa.
— Puede quedársela. ¡Ya no es nuestra hija! — se soltó de la mano del hombre y lo miró con inquina.
Clarette jadeó y se le revolvió el estómago.
— Vámonos — dijo lord Rawson —. No podemos hacer nada aquí. No se nos ha perdido nada importante.
— ¡Qué lamentable escena! Espero que sepáis valoras lo que habéis dejado. No os preocupéis, ella estará bien, cosa que no habéis molestado en preguntar. Fuera de nuestra casa. Tampoco, os necesitamos.
Lord y lady Rawson ni siquiera la miraron cuando salieron por la puerta. Erikson envío una mirada de desdén. Charles cerró la puerta con todas las ganas de estampársela. Dio un golpe en la puerta. ¡Qué familia más horrible, agradecía cada vez más el cariño y el amor que le habían dado Dante y Diane. Ojalá, todos los niños tuvieran ese cariño.
Se giró hacia su mujer, y le lastimó verla con los hombros encogidos. Se acercó y antes de envolverla con sus brazos, ella se abalanzó sobre él, abrazándolo por la cintura. Charles fue respondiendo al abrazo.
— No te merecen — susurró sobre sus cabellos al sentirla llorar.
— Yo tampoco— hipó.
— Eh, no digas eso — la meció como un bebé en sus brazos —. No hiciste nada malo, te guiaste por tu corazón.
— Oh, Charles. Me han dolido sus palabras.
— Si fueran unos padres de verdad, no te dirían ni te golpearían.
Sollozó y él la apretó más en contra de su pecho. Deseando que ese momento se olvidaran de sus mentes. Se quedaron un rato más así dejando que los minutos pasaran y pasaran.