Nothing is easy [editando]

Capítulo 49

 

[Parte II]

Sigo guardando mi ropa.

-Yo me voy, yo me voy, por favor, no tienes que irte, no tienes donde quedarte, por favor sé razonable.

-¿Razonable yo? – lo miré ofendida – ¡Razona! Tú razona, un bastardo como dices, no tiene la culpa de nacer, la culpa de que sus padres hayan cometido un error y no haber sido responsables, ¡Un bastardo es una persona! No una maldición, ni el pretexto para aborrecerlo.

-Me equivoqué. – podía sentir su impotencia, podía sentir su desesperación, pero nada de eso me importaba. – Por favor quédate aquí hasta que encuentres un lugar donde quedarte, si quieres no vengo, no vengo, no me aparezco, pero quédate, es lo más seguro. Por favor, no lo hagas por ti, si no por tu hija, por la bebé, por su seguridad.

Lo odiaba, lo odiaba tanto en estos momentos porque tenía razón, tenía que pensar en mi hija, en mi bebé, su seguridad. El orgullo podría tragármelo, la seguridad de ella era lo primordial. Su seguridad.

Mis movimientos se detienen y mis lágrimas ya no salían, estaban secas en mis mejillas.

-Está bien – lo miro directo a los ojos -. Tres días, luego me voy. Solo hasta encontrar un lugar donde quedarme.

-Está bien, está bien. No te preocupes, puedes quedarte el tiempo que quieras, yo me voy.

Pone su maleta a un lado de la mía y comienza a guardar su ropa. Salgo de la habitación porque no podía estar en la misma que él, mi cuerpo no lo resistía, estaba enojada, asqueada, decepcionada.

Cuando salgo hacia la cocina, Leonardo ya no estaba, ya se había ido. Ni siquiera pude despedirme de él. Entré a la cocina en un intento de terminar la tarta, pero no podía, me sentía estúpida. Así que me dispongo a limpiar.

Luego de unos minutos, escucho como las rueditas de la maleta se acercan. Sigo con mi mirada en el trapo húmedo que tenía en mis manos.

-Me voy – no lo veía, pero podía asegurar que estaba al frente de mí, mirándome. – Puedes quedarte el tiempo que sea necesario. Se quedará el guardaespaldas, para lo que necesites. Por favor solo te pido que me perdones.

Me quedo en silencio mirando mi mano con el trapo entre ella, mis palabras estaban atoradas en mi garganta sin poder salir. Mi cuerpo tiembla.

-Mañana es el dictamen final.

Mi corazón se hace chiquito, porque sabía a lo que se refería, sabía lo que se venía para él. Solo asiento y al no escuchar ni una palabra, decide irse.

Levanto mi rostro, estaba cerca de la puerta. Detiene su paso y voltea, mis ojos se encuentran con los de él y sonríe tristemente.

-Mi número está a disposición de lo que quieras, y no olvides que te amo.

Sale del departamento y se me escapa un sollozo, tapo mi boca con la mano y la siento fría, pero eso lo que menos me importaba. ni siquiera me interesaba. Mi pecho dolía, mis manos tiritaban. Camino hacia la silla más próxima y me siento. Mi cuerpo tiembla ante la impotencia que sentía.

Había sido una tonta, me había comportado como una chiquilla, defendiendo el amor como una adolescente y creyendo en él. Me había sentido tan extasiada por la historia de amor que se estaba desarrollando, que me había olvidado de lo fundamental, estaba ignorando la realidad.

Lucas no era el hombre adecuado para mí, era perfecto, pero no para mí y eso me dolía porque lo amaba con toda mi alma, pero no más que a mi hija, a ella la amaba mucho más que a mí misma, y haría de todo por darle lo mejor. Y lo mejor era alejarme de Lucas, de un hombre que odiaba a su hermano por ser un bastardo, igual que la niña que llevaba en mi vientre. Éramos de clase social distinta, mi forma de mirar al mundo era distinta a la de él. Sus padres siempre estarían en contra de nuestra relación, porque era una mujer huérfana con una bastarda.  

Tenía que ser realista.

Me levanté de la silla y comienzo a preparar el pastel, tenía que ser fuerte y el primer reto era terminar la tarta, sin los ánimos suficientes, pero tenía que hacerlo…Al menos lo intenté, porque terminé botando toda la masa. Encendí el televisor, pero lo ignoré y me acosté en el mueble, me encontraba perdida en mi mente, escuchando la tortura de mis pensamientos.

Tonta. Tonta. Tonta. Tonta. Tonta. Tonta.

Tonta. Tonta. Tonta. Tonta.

Tonta. Tonta. Tonta.

Tonta. Tonta.

Tonta.

Muerdo la almohada conteniendo mis lamentos y me acurruco más. Otra vez estaba sola, otra vez.

Cuando era niña, siempre creí que mi padre estaría siempre conmigo, me acompañaría por el resto de mi vida, e ignoraba la muerte y el que un día él pudiera desaparecer. Morir.

En la vida nunca tuve opciones, siempre era seguir adelante ignorando mi dolor. Caminando con la herida abierta fingiendo que no dolía, huyendo del dolor y teniendo una meta fija, que era salir adelante.

No era de las personas que soñaban en grande, nunca tuve tiempo de soñar, nunca pude ir más allá de lo que me permitía la cruel realidad, terminé el colegio, trabajé y estudié algo corto. Mi padre siempre quería lo mejor para mí y siempre se enfocó en ello, recuerdo las mañanas donde me levantaba mintiendo que se me había pasado la hora y no me dejarían entrar al colegio, cuando me servía el desayuno en la mesa y como se esforzaba por mantenerme feliz, pero la verdad era que mi felicidad dependía de su presencia, de que él siempre estaría en mi vida.

Me duele reconocer que Lucas fue aquel consuelo que busqué desesperadamente, pensando ser la mujer más afortunada, ignorando la realidad y creyendo que me merecía todo lo que me estaba sucediendo. Desconocí mi lugar y comencé a soñar, me elevé en lo más alto, pero la cadena con la que había nacido me retuvo y me impidió seguir soñando, caí con fuerza lastimándome en el proceso y fue tan cruel que todo sucedió en un instante, cuando menos lo esperé, cuando estaba más feliz, o al menos eso parecía.



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En el texto hay: mentiras, embarazo, decepción

Editado: 01.07.2024

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