Entonces en ese momento, siento un leve ardor en mi brazo. Al verlo noto el moretón que me había causado el piquete de la aguja. En ese momento recuerdo todo. Entiendo todo. Entiendo que nada de lo que había vivido esta noche había sido real. Que todo había sido una creación de mi mente envenenada por la Flor Negra que me inyectara ese sujeto desagradable. No importaba cuán real pareciera todo, no fueron más que alucinaciones producidas por la droga. Mi bella Katrina nunca estuvo junto a mí, a pesar de lo real que yo la sintiera, solo fue una alucinación más. Todo fue falso, sus besos, sus caricias, su aroma. Nada de eso fue verdadero. Katrina está muerta y no fue su espíritu lo que vino anoche a visitarme.
La amargura regresa a mí de un modo cruel y despiadado. Las tristezas desaparecidas la noche anterior me abrazan nuevamente con toda su fuerza. Había revivido de nuevo en esta realidad indoblegable en la que nada había cambiado. Nuevamente era este despojo de hombre, desesperado y abatido por la soledad. Mi llanto se transforma en ira, en furia contra mi maldito destino lleno de espinas que se clavan en mi alma. Me vuelvo loco de bronca, empiezo a destrozar todo, destruyo todo lo que esté a mi alcance. Quiero vengarme, tengo que liberarme de esta ira que me devora.
Pasan las horas. Caigo en un abatimiento total. Estoy completamente perdido, sentado en uno de los sillones que con un cuchillo acababa de destripar intentando expulsar esta furia y esta tristeza. Mi cuerpo tiembla, siento una ligera pero constante molestia que me recorre de pies a cabeza. Pero no me importa. Ya casi termina el día, llega la noche otra vez. Ya no lo soporto. Quiero ver a Katrina nuevamente, quiero tenerla a mi lado, sentir su calor. Quiero decirle una vez más cuánto la amo. Ya no aguanto estar separado de ella. Sé que lo de la noche anterior no fue real, ni ella ni sus palabras, ni ninguna otra cosa. Pero la felicidad que generó en mí fue muy real. La inmensa felicidad que me embriagó y me elevó hasta la cima de la gloria fue muy real. Es por eso que la necesito, ya no puedo aguantar no verla, no sentirla a mi lado. Tengo que hacerlo de nuevo o me volveré loco.
Solo hay algo que puedo hacer para que este dolor desaparezca. Me visto, me calzo los zapatos y mi revolver a mi espalda como la noche anterior. Salgo de mi casa con un único rumbo. Siento que muero de impaciencia, tengo un estremecimiento en mi interior, como un hambre incontrolable que me impulsa a repetir la locura de la otra noche. Es como una voz dentro de mí que me atormenta y me domina con su oscura voluntad. Pero no opongo ninguna resistencia a su control. Tengo que hacerlo, tengo que envenenarme una vez más. Solo así podré estar al lado de Katrina. La necesito tanto, más que al aire o al agua. Tengo que hacer que vuelva a mí y esta es la única manera.
Se repite el esquema de la noche anterior. A cambio de mi preciada arma, el sujeto de la puerta gris me inyecta otra dosis de Flor Negra. Nuevamente la realidad frente a mí se deforma y se funde con la ficción de mi mente contaminada. La oscuridad se transforma en colores, las formas bailan, el suelo se hace blando como si caminara sobre un manto de nubes. Pero no me dejo distraer. Todas estas cosas no me interesan. Corro hasta mi casa. Entro.
¡Katrina, Katrina, ya estoy aquí! ¿Dónde estás, mi amor?
Pero ella no está en casa. La busco en cada habitación, en nuestro florido jardín cuyas flores brillan como el oro. No está, Katrina no está en casa.
Me siento en la cocina. Siento que me corroe la desilusión. A pesar de las dulces sensaciones que la droga me provoca, como si tuviera miel en vez de sangre corriendo por mis venas, no puedo evitar sentirme desesperado. ¿Cómo es que aún no ha llegado? ¿Es que hoy no vendrá?
Entonces dos brazos me envuelven por la espalda. Suspiro aliviado. Al fin había vuelto.
–Ya estoy aquí, querido –me dice al oído –. No te pongas triste. Siempre estaré aquí para ti.
–Te extrañaba, mi amor –le digo sujetando sus brazos.
–Yo también te extrañaba –Katrina me rodea y se sienta en mi falda. Me acaricia lentamente –. Pero ya estamos juntos otra vez. Pronto estaremos juntos para siempre.
Despierto al día siguiente. Esta vez no me despiertan los rayos del sol filtrándose por la ventana. Esta vez me despierta una agonía insoportable. Estoy acostado en posición fetal, encerrándome en mis propios brazos, sufriendo un dolor indescriptible. Siento como si tuviera navajas dentro de mi cuerpo cortándome constantemente. Tengo nauseas, un dolor de cabeza atroz. Es la contraparte de tanta felicidad. El terrible precio por estar con mi querida Katrina una vez más, un precio que estaba dispuesto a tolerar sin ninguna queja. Pero después de la cuarta vez en recurrir a este método mortal de consecuencias agónicas en pos de reencontrarme con el amor de mi vida por un pequeño momento que se hace más escaso cada vez, supe que esta locura acabaría conmigo. A cambio de unas horas de felicidad pura y perfecta, entregaba mi vida. Cada noche que me llenaba las venas de Flor Negra, un pedazo de mí se perdía, se destruía.
Me miro al espejo y solo veo un despojo humano. Estoy demacrado, ya no me reconozco. Mi piel se ha oscurecido por el exceso de veneno dentro de mí. Mi rostro está cadavérico, mis ojos están rodeados por enormes ojeras. Me cuesta mover los brazos y las piernas. Las siento entumecidas, rígidas y pesadas. En los lugares donde la aguja me inyecta, muestra un grotesco color de descomposición. Sí, estoy muriendo, mi cuerpo ya no soporta mi vicio descontrolado. Ya no es capaz de resistir el recurso de mi necesidad apremiante de cada noche. Pago el precio por ello, pero no me arrepiento en absoluto de haberlo hecho, de haberme hundido en esta podredumbre. De todos modos, estaba muriendo lentamente antes de empezar con esto, ahogado en penas y alcohol, llorando cada día, lamentándome cada noche.
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Editado: 06.08.2019