En las últimas semanas había vivido Rosa un verdadero infierno de ansiedad. No había tenido noticias de Frank desde aquel día último que se vieron, cuando destapó el caldero revelándole la aventura de Amelia mientras recorría el mundo cumpliendo su trabajo. Se sabía segura por haberlo hecho, de que fue lo correcto, pero no bastaba para tranquilizarla cuando el filo imprudente de su lengua lograba martirizarla. Algunas ocasiones, días apilados a veces, distantes otras, pero siempre en igual medida, sus dudas la hicieron presa del miedo por cuanto su revelación había desatado. Y entonces se arrepentía por como había obrado.
Cuando recibió la nota aquella mañana, reconoció la letra que la remitía escrita contra el sobre y antes de desplegar la hoja sintió un escalofrío; al mismo tiempo alivio y con él también preocupación, tan agitados pensamientos que lograron aturdirla. La breve esquela se resumía en el pedido de Frank por regresar a casa. Era un ruego angustioso, lo percibió en el mensaje, la desesperación, si hasta la letra estaba apenas corrida, garabateada, signo del temblor en la mano sobre ella. La escasez no resolvía ninguna pregunta y fue peor enmienda para sus temores. Se desenvolvió con presteza, abandonó sus labores y abordó un taxi inmediatamente.
El llamado contra la puerta hizo eco en la sala. Cuando Frank respondió a ella y abrió, su apariencia pasmó a Rosa, por unos instantes viéndolo enmudecida como quien enfrenta a un desconocido. Con una lánguida sonrisa le recibió y se arrojó a sus brazos como lo hiciera un niño. La rodeó entre los suyos sin vigor y la oprimió con fuerza contra su pecho implorando mudo consuelo. Dejaron correr el momento, dejó que desahogara el infeliz su pena, conmovida, deshecha por cuánto en él podía percibir. Al separarse por fin, la condujo a la cocina y en la confianza que el espacio cerrado les permitía, le contó cuánto había sucedido desde su último encuentro. Se abrió por completo con ella y no reprimió detalles ni lamentos. La liberación le fue sanadora, como si soltara un peso que le aplastaba el corazón; pero infectó a Rosa de aversión su ánimo y se sintió ofendida en lo más hondo, tan agudo que borró su siempre risueña faz. Se horrorizó al escuchar la historia, se irritó en sobremanera y dejó escapar de su carácter la contraparte de sus virtudes. La desfachatez de Amelia le llegó como un insulto a su condición de madre y condenó ciegamente su complot contra la ingenua vida que llevaba en su vientre.
Sus palabras fueron fuertes y crueles, se resolvió cruda ante la situación, pero fue Frank quien sufrió los efectos de las verdades manifiestas. Vio desmoronarse al fin su rígida templanza, quebrado y fatigado por tanto azote recibido, y que en la entera confianza en que ahora se sentía lloró valientemente la bronca y la tristeza que en su interior se había acumulado. Se libró de la presión y Rosa estuvo ahí para él, sin dejarle sufrir solo, para tenderle una mano donde sujetarse y evitarse arrastrar por el alud. No le pidió contenerse, no le reprimió su necesidad, mas le animó a entregarse a las lágrimas y vaciar así su pecho para lavar la herida y poder sanar. Nunca le había visto tan devastado, desarmado de su normal compostura, tan emocionalmente débil y viéndolo entregarse a la pena, le partió el corazón y su dolor se hizo también de ella. Al cabo recuperó las riendas y consiguiendo controlarse, secó sus ojos inundados, su rostro pálido y enfermo, se ajustó de nuevo a la forma de su asiento y logró una sutil sonrisa, avergonzado por mostrar abiertamente su debilidad. Pero ya estaba más sereno, más liviano, y fue para Rosa la misma cosecha. Fue toda culpa para ella el sentir por acotar tan bruscamente a las peores medidas del dilema con sus deliberaciones, pero Frank no vio en su juicio la falla por la que se disculpaba.
Cuando Amelia entró a la cocina, la plática que ahí se daba y las aguas que agitaba se dieron por terminada con un punto certero al anudarse las lenguas a un asunto del que no se la quería partícipe ni por enterada. Bañada por aquella nueva faceta que fiel a su verdadero ser hacía, desde el marco intercambió con Frank una mirada colmada de negativos significados, hostil, llena de resentimiento; mas cuando descubrió quien hacía su compañía y confidencia, su actitud se aseveró y le mereció sin disimulo un desprecio sobrenatural. Rosa daba de espalda a toda su violencia y no prestó el menor reparo por cuanto sabía le hacían causa. Se privó con suficiencia manifestar los sombríos matices que por Amelia sentía retorcer en sus entrañas. Prefirió callar, humilde, tragar como saliva sus ganas por cantarle las verdades que por acumulación le pesaban en toneladas. Se llamó a silencio, conciente de lo inflamable que se sentía, pero Amelia no se inspiró de ella y en su vileza comenzó a salpicar veneno, presta a la guerra. Con filosas insinuaciones escarbó a la intrusa de su espacio y sin decoro declaró su descontento con su presencia. Chocó contra Rosa con amorosa insolencia. Pronto perdió los estribos, su voz incesante y los intentos de Frank por callarla nomás le hicieron encrudecer sus afrentas contra él también.
#4646 en Novela contemporánea
#12329 en Joven Adulto
romance, suspenso amor desepciones y mucho mas, traiciones y secretos
Editado: 06.08.2019