Pacto Con Un Vampiro

Capítulo 2|"Un pacto"

Yo no era la persona más inteligente del mundo, y tampoco necesitaba serlo para saber que el color rojo en los ojos no era algo natural. De todos modos, no me había quedado allí para consultarle a aquel chico sobre su peculiar fenotipo, al contrario, había usado mis cortas piernas para salir corriendo a toda velocidad sin fijarme siquiera en el camino, sintiéndome como una autentica loca escapando del manicomio.

Mientras corría, no miraba hacia atrás, ni siquiera sabía adónde me dirigía, yo nada más pensaba en salvar mi vida, porque no creía que ese chico me fuera a decir algo como "Hey, iba por aquí, vi este apetitoso animalito y me lo comí, ¿Quieres la pata?" ¡No, claro que no! Lo más probable fuera que me consideraría a mí como su postre.

¿Qué rayos era ese tipo? ¿Le haría también al canibalismo! Cielos, yo sólo pensaba más incoherencias al entrar en pánico.

Me detuve cuando pensé que ya estaba a metros de él, y sólo entonces, reparé en que había corrido demasiado porque justamente ahora no tenía ni la más mínima idea de dónde me encontraba. Yo y las situaciones extremas no nos llevábamos bien.

Rodeada por árboles enormes que hacían ver todo oscuro, había conseguido distinguir algo entre las sombras: una pequeña cabaña. Y, por supuesto que encontrar algo así, casi como de la nada, no era algo normal. La situación se volvía cada vez más rara.

Tenía que encontrar la forma de salir de allí. Como medida desesperada para lograrlo se me ocurrió subir al techo de la cabaña. De ese modo, creía yo, podría ver desde la altura el camino de regreso. En ese momento me pareció que era una buena idea, y sí que lo fue. Una vez sobre el techo, pude ver que no estaba tan lejos de la escuela. De allí conseguí ver la misma puerta por la cual había salido y que hasta había dejado abierta. A Hunter, por suerte, no lo vi.

— ¿Qué haces aquí?

Estuve a un paso de caer del techo al escuchar una voz hablarme. Sin embargo, ese había sido un torpe efecto del susto, porque al prestar atención, noté que al dueño de esa voz yo ya lo conocía.

—¡Matthew!—Bajé de la cabaña tan rápido como pude y corrí a abrazar a mi amigo. A él de seguro le habría parecido de lo más extraño verme allí, y en todo caso para mí también lo era el que estuviera en ese sitio.

—Pequeña, no deberías andar por acá—, fui consciente de que Matt estaba intentando separarme de él. Tal vez mi abrazo había resultado ser muy acaparador.

—Profesor Leblanc y... señorita ¿Winsley?—.De la manera más incómoda comprendí él por qué Matt estaba tan rígido. El profesor Nícolas venía acompañándolo y yo no lo había visto. Matthew y yo le habíamos dado una muy mala imagen. Para un hombre tan correcto como él, seguro era rarísimo ver tanta cercanía entre profesor y alumna. Tenía que encontrar la manera de persuadirlo para no meter en problemas a Matt.

—¿Y bien?—Volvió a hablar el profesor más viejo—¿Qué está pasando aquí?

—Nada. Sólo la encontré perdida—Respondió Matthew luciendo serio y calmado. Recién entonces atiné a separarme de él. Me sentía muy avergonzada.

—¿Perdida?—El señor Nícolas me observó confundido, pero parecía de acuerdo con la respuesta de Matti—.Había dejado a un estudiante a cargo de ti hoy, supongo que ha hecho mal su trabajo. 

—Es evidente—, añadió Matt. Yo seguía preguntándome en qué andaban metidos esos dos. Era tardísimo para estar viendo asuntos de la escuela—.Ya vamos, es tarde.

Pensé en preguntar por Hunter, pero en seguida descarté la idea, ¿Qué si de pronto resultaba ser que esos dos hombres también tenían tendencias caníbales y se les ocurría formar un club? Yo no era buena disimulando y lo más probable fuera que acabaría siendo parte del ritual de iniciación.

— Genial, ahora sí que va a pensar malㅡ, comentó Matthew molesto en lo que iba conduciendo su coche. Durante el corto tiempo en que el Sr. Nícolas estuvo con nosotros nos había dado un sermón, insinuando que teníamos una relación amorosa y por más que le decíamos lo contrario, él se negaba a creernos.

Para colmo, Matthew se había ofrecido a irme a dejar a casa y el viejo gruñón pariente lejano de El Grinch se había dado cuenta de eso antes de despedirnos en el estacionamiento de la escuela.

—Tú te ofreciste a llevarme—, le reproché entonces—.Pude haberme ido sola.

—¡Claro! , luego te ocurría algo y tu hermano acababa matándome. Sí, cómo no—. Revoleé los ojos al oír eso—.Por cierto, ¿qué hacías en el bosque?

Observé por la ventana, recordando todo lo que había sucedido hacia un rato. No le podía contar a Matt la verdad. Luego acabaría pensando que yo era una loca y me llevaría directo a un manicomio. Estaba segura de que no me creería si le dijera, y es que, ¿cómo podría explicar lo de los ojos?




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