Pasaron los días y poco a poco Eloísa fue retomando su vida, aún no podía ver a una mujer embarazada y seguía despertando a media noche sudando escuchando el llanto de un bebé. Cada día eran más los desvelos y, sobre todo el cansancio le estaba pasando factura. No sabía que hacer, pero necesitaba cerrar el círculo.
A donde volteara estaba siempre Luis y Liz, pero tenía que enfrentarlo sola. Por más que dijeran que eran cosas del destino no podía perdonarse, no podía dejar esto pasar y sobre todo no podía olvidar.
Rememorando una de esas tantas noches que despertaba bañada en sudor y se puso a caminar por su departamento, recorriendo cada lugar.
En cada una de las estancias era un recuerdo constante de lo que había vivido y lo que pudo vivir.
Risas y momentos que siempre tendrá en su corazón, sin importar lo que dijo prefería mantener los buenos tiempos, para que recordar lo malo.
Hasta que vio la esquina donde fue golpeada y quedo inconsciente no había vuelto a saber de
Ernesto, que fue lo que aprendió de él, como llego Manuel, donde quedo Gilberto y Luis qué lugar estaba ocupando en el momento, no quería confundir lo que sentía.
-Que haces parada a esta hora – Envuelta en una cobija se podría ver su pijama y sus pies
descalzos, parada en el marco del pasillo que daba a las habitaciones, se encontraba Liz con una mirada preocupada.
-Pensando – Le contesto Elo sin que apartar la vista de esa esquina, recordando el dolor de ser golpeada, el aroma de su loción y pensando que no habría un dolor que se le pareciera.
Que tan equivocada podría estar. Lo que estaba pasando en esos momentos no se podrá comparar con ese antiguo dolor.
Lloró, abrazándose a sí misma. Queriendo que las lágrimas borraran todo lo que sentía
arrodillándose, ocultando sus gritos, un gran nudo obstruía los gritos que querían salir, lo única forma que encontró para poder desahogarse fue golpear el suelo, sentía ese frio que se colaba en sus palmas de las manos, que ya ardían por los golpes que le prodigaba al piso.
Por más que quiso parar no podía, tenía que hacerlo para sentirse viva para sentirse que su corazón palpitaba, ya se sentía muerta.
Liz solo la veía tirada en el suelo, sabía que no podía interrumpir porque lo necesitaba. La vio golpear y ver como se iban coloreando sus manos blanquecidas a un rojo por el frío del suelo y los golpes.
Ese nudo que obstruía su garganta se deshizo con un grito dando fin a su llanto. Lentamente se fue parando, respiro profundamente y volteo a ver a Liz que estaba con su cara bañada en lágrimas y sujetando fuertemente la cobija lo podría constatar los nudillos blancos. Con una sonrisa se abrazaron.
- Gracias por estar aquí, pero necesito superar todo esto. No se cómo lo are, pero tengo que
intentarlo.
- Me parece muy bien y tengo la solución, no quería proponértelo porque no sabía cómo lo tomarías. Pero es necesario que superes esto, ya lo hizo Luis y creo que le funciono. Y antes de que te arrepientas cámbiate que lo aremos en este momento.
Una vez cambiadas se dirigieron al parque Masayoshi Ohira, caminaron por los pasillos empedrados.
Un lugar mágico, se percibía el aroma a tierra mojada. La majestuosidad en cada rincón podría apreciarse. Estando en el puente rojizo, sobre un lago artificial. Liz el tomo de la mano parándola en el centro del puente con los ojos cerrados.
- Guarda silencio y escucha el sonido del agua, como el trino de los pájaros empiezan a romper el silencio.
Se quedaron en silencio ambas percibiendo como la naturaleza hacia su trabajo, como se iba despertando ese rincón asiático, el sonido de las demás personas, un pez que no había percibido en el lago. Eloisa los fue imaginando grandes carpas de color dorado, el trinar de los pájaros que no pudo identificar. Muchos sonidos que le decían que ella estaba viva, por obra y gracia de alguien.
- Sostén este hilo y no lo sueltes – Eloisa lo tomo. Sin abrir los ojos supo que era un globo de gas. No entendía a donde quería llegar
– Sientes comó quiere irse el globo, pero tú sigues escuchando los sonidos de la vida.
A cada segundo se escuchaba más sonidos de una vida que seguía como al niño correr, un perro ladrando o personas caminando. Pero todo rodeado de una tranquilidad, una paz.
- ¿Si lo tuvieras aquí que le dirías?
- Perdóname por no saber cuidarte, por no saber que existías. Pero ten por seguro que siempre estarás aquí, pero necesito seguir viviendo. Espero que lo comprendas y gracias por hacerme mejor persona.
Sin más soltó el globo viendo cómo iba elevándose hasta perderse de la vista. Tibios rayos del sol se colaron por entre las ramas, calentando poco a poco su cuerpo iniciando por los pies, no supieron cuánto tiempo estuvieron sobre el puente. Pero su cuerpo se sentía liberado y calentado por los
rayos del sol.
Se dio cuenta que no podía olvidar esa pequeña vida y que tendría que vivir por ella, no sabía qué hacer, pero por ella seguiría adelante. Y ahora tenía claro por dónde empezar.
- Gracias Liz, pero de donde aprendiste eso.
- Este… no te vayas a enojar, pero lo vi en una película y ya no sabía qué hacer con ambos así que se me ocurrió intentarlo.
Ambas soltaron una carcajada como no lo hacía desde hace mucho tiempo. Siguieron caminando por jardín que pareciera que estaba en otro mundo. Después de recorrerlo se dieron cuenta que regresaban a la realidad y tendría que enfrentar con entereza lo que se viniera en adelante.
El primer cambio que hizo fue mudarse, cambiar todo iniciar con un nuevo departamento. Poner a la venta ese y entre más rápido lo hiciera sería mejor. De regreso pasaron por cajas para poder vaciar lo que más pudieran de sus cosas, rentaría el lugar con todo y muebles mientras ella empacaba todo lo que no le trajera malos recuerdos.