¡por los dioses, Helena!

XII

Ares

Cuando cruzamos la tierra y nos adentramos al Inframundo, todo a nuestro alrededor se volvió oscuro y macabro.

Yo por supuesto que estaba acostumbrado, pero ver a Helena asustada sin poder creer lo que veían sus ojos, seguro tenía que ser de las cosas mas graciosas que haya visto desde hace décadas.

Parecía una niña pequeña que apenas conocía el mundo y cada mínimo detalle le causaba curiosidad, aunque pensándolo bien, esa característica se asemejaba mucho a ella.

Claramente compartíamos algo en común y es que ambos habíamos abandonado nuestros hogares. Yo obligadamente, por supuesto y ella por elección propia. Pero al fin y al cabo los dos estábamos muy lejos de casa, como un par de huérfanos.

—Deberías dejar de asomarte por la ventana. Es peligroso.— dije intentando sonar racional, mientras apollaba mí cabeza en el respaldo del asiento.

Ella bufó y se cruzó de brazos.

—Aveces eres tan aburrido.—

Levanté mis cejas sin poder creer lo que escuchaban mis oídos. ¿Yo? ¿Aburrido? Solo bastaría una sola noche para hacerle creer lo contrario. 
Me reí tan solo al pensarlo.

—Estoy tratando de cuidarte.—

—Puedo cuidarme yo sola.—

Helena desvío su vista hacia la ventana, fingiendo disfrutar del lúgubre paisaje.

Está no era la forma en la que quería empezar nuestro viaje, más aún sabiendo lo largo que iba a ser. Por más que la idea de ser amable y paciente no me gustaba en lo absoluto, sabía que debía hacer un esfuerzo.

Suspiré intentando no comportarme como un bruto, como ella solía decirme.

—Realmente me encantaría que nos llevaramos bien. Sé que no empezamos con el pie derecho y gran parte fue mí culpa. Lo lamento mucho, Helena. Trataré de ser menos imbécil, en serio.—

Esta era una de las pocas veces que había  pedido <<perdón>> de forma sincera. Me enorgullecía y al mismo tiempo me hacía sentir extraño. El miedo a que ella no me aceptara, me ponía inquieto y a la espectativa. Por suerte ella respondió con una sonrisa y un fuerte alivio inundó todo mí cuerpo.

—Entonces estamos bien ahora.— respondió— Mira Ares, sé que accedí a hacer este viaje y estoy segura que quiero hacerlo. Pero me gustaría que antes de organizar algo que tenga que ver conmigo, me lo consultes ¿Sabes? Es que, lo que pasó con Artemisa me gustaría que no se volviera a repetir.—

Ya más relajado, me acomodé en mí lugar e intente mostrarme confiable.

—Por supuesto, no volverá a pasar. ¿Hay algo más que te moleste?—

Helena empezó a peinar su cabello y a rebuscar algo en su mente como si tuviera muchas cosas que decir. Yo no era tan patán ¿O si?.

—Bueno si, los hay.—

—Adelante.—

Se aclaró la garganta y por un segundo me lamente haberle dado la libertad de expresarse contra mí.

—En primer lugar, deberás hacer esto conmigo más a menudo. ¿Ves que las personas se entienden hablando? Sí solo te quedas en silencio, puedo interpretarte de mil formas y por como eres tú, no resulta positivo. También, quiero que me hables más de ti. No es que no confíe ni nada de eso, es solo que me resultas imposible de entender y eso es porque no se absolutamente nada.—

Esto último me tomó por sorpresa ya que pensé que era el único con intriga entre los dos. Sin embargo, me dispuse a ser un libro abierto con ella. Después de todo, tenía razón.

—Pregunta lo que quieras.— contesté y Helena se inclinó hacia adelante acortando nuestra distancia.

"No mires sus ojos", me repetí como un mantra.

—Creo que es muy tarde para preguntar después de todo, pero viendo la situación en la que estamos quisiera saber dónde estoy y en qué lugar del mundo estamos exactamente.—

—No salías mucho de tu casa ¿Verdad?.—

Quería sonar algo sarcástico pero al verla mirar un punto fijo, pérdida en sus propios pensamientos, me hizo darme cuenta de que la vida que había tenido hasta ahora probablemente no había sido tan fácil.

—Mi madre era muy sobreprotectora.—

—A la mía apenas le importo. ¿Qué crees que sea peor?— ambos nos burlamos de tal ironía hasta que el silencio se abrió paso entre los dos— Quizá debería contarte un poco sobre mí antes de que te tome por sorpresa.—

—Probablemente si.—

La verdad es que tenía miedo hablarle sobre todo lo que estaba viviendo, sobre mí y sobre las cosas que iban a venir. No quería que salga corriendo ya que su ignorancia había logrado que se mantenga estable, hasta ahora.

—Mira Helena, va a sonar extraño y muy fantasioso pero espero que creas cada una de las palabras que digo. Yo no miento, te aseguro que soy sincero. En fin. El mundo en el que vives se separa en dos partes: Está la Tierra mortal y la Tierra de los dioses. Tú vives en la primera, yo vivo en la segunda. El punto aquí es que raramente ambos lugares se cruzan entre sí. Solo pasa cuando algún dios quiere ir a divertirse del otro lado, a ellos les gustan mucho las chicas como tú.—

—¿Como yo?—

—Si, hermosas e inocentes.— Helena me sonrió y me arrepentí de haber pensado en voz alta.

—Ya entiendo, continúa.—

—Pues bien, nunca ha habido un mortal que cruce el puente. En primer lugar, porque el bosque que pasaste antes, es un escudo. Allí habitan ninfas muy peligrosas que se encargan de asustar a los humanos que pasan por ahí. En segundo lugar, ese puente, no es cualquier puente. En el mundo hay muchos que conectan tu mundo con el mío, sirven para que los dioses o semidioses regresen a sus templos. Pero el puente que se apareció frente a ti, fue el puente Nexum y muy pocas veces fue visto. Por lo general aparece cuando una divinidad está en peligro o necesita ayuda, ya que es la conexión directa con la Isla Creta. Ese lugar es exclusivamente de los dioses de alto rango. Allí te encontré y la verdad es que yo tampoco debí estar ahí. Yo soy un Dios exiliado, a mí no se me permite estar en un lugar tan sagrado, pero a Cerberus le suele gustar mucho caminar por ahí, así que...— me encogí de hombros esperando una reacción de su parte.



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En el texto hay: fantasia, dioses, romance

Editado: 05.10.2021

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