Holly se situó delante del espejo de cuerpo entero y contempló su reflejo. Obedeciendo las órdenes de Gerry, se había comprado un conjunto nuevo. Para qué, no lo sabía, pero varias veces al día tenía que hacer un gran esfuerzo para no abrir el sobre correspondiente al mes de mayo. Sólo faltaban dos días para que pudiera hacerlo, y la expectativa no le dejaba pensar en nada más.
Se había decidido por un conjunto negro, acorde con su estado de ánimo actual. Los pantalones negros le hacían más esbeltas las piernas, y estaban cortados a la perfección para que terminaran justo sobre sus botas negras. Un corsé negro que le realzaba el busto completaba el conjunto a las mil maravillas. Leo había hecho un extraordinario trabajo con su pelo, recogiéndoselo en lo alto y dejando que unos cuantos mechones cayeran sueltos sobre los hombros. Holly se retocó el pelo y sonrió al recordar la última visita a su peluquero. Había llegado al salón de belleza con el rostro enrojecido y sin aliento.
—Lo siento mucho, Leo, me he quedado colgada al teléfono sin darme cuenta de la hora que era.
—No te preocupes, encanto, tengo al personal entrenado para que cada vez que llames pidiendo una cita la anote media hora más tarde. ¡Colin! —vocíferó, chasqueando los dedos en el aire.
Colin dejó lo que estaba haciendo y se alejó.
—Dios —prosiguió Leo—, ¿acaso tomas tranquilizantes para caballos o algo por el estilo? Mira qué largo tienes ya el pelo, y apenas hace unas semanas que te lo corté.
Pisó vigorosamente la palanca del sillón, elevando a Holly.
—¿Haces algo especial esta noche? —preguntó Leo, sin dejar de bregar ,on el artefacto.
—El gran tres cero —contestó Holly, mordiéndose el labio.
—Y eso qué es? —inquirió Leo—. ¿El número del autobús que va hasta cu barrio?
—¡No! —protestó Holly—. ¡Son los años que cumplo!
—,Crees que no lo sé, cariño? ¡Colin! —bramó otra vez, chasqueando los dedos.
Al oír la señal, Colin salió de la trastienda con un pastel en la mano, seguido por una fila de peluqueros que entonaron junto a Leo el Cumpleaños Feliz. Holly se quedó atónita.
—¡Leo! —fue cuanto pudo decir. Trató de contener las lágrimas que le llenaban los ojos, pero fracasó de manera lamentable. A esas alturas todo el personal se había sumado al coro, y se sintió abrumada ante aquella muestra de afecto. Cuando terminaron de cantar, todos aplaudieron y volvieron a sus quehaceres.
Holle estaba sin habla.
—¡Dios Todopoderoso, Holly, un día estás aquí riéndote tanto que por poco te caes del sillón y al siguiente te echas a llorar!
—Oh, pero es que esto ha sido increíble, Leo. Muchas gracias —dijo Holly, enjugándose los ojos antes de darle un fuerte abrazo y un beso.
—Verás, tenía que vengarme de ti después de la vergüenza.que me hiciste pasar —dijo Leo, incómodo ante el sentimentalismo de su amiga y clienta. Holly rió al recordar la fiesta sorpresa del quincuagésimo cumpleaños de Leo. El tema había sido «plumas y encaje». Holly llevó un precioso vestido ceñido de encaje y Gerry siempre dispuesto a pasarlo bien, se puso una boa de plumas a juego con la corbata y la camisa rosas. Leo sostuvo que le habían hecho pasar un bochorno horrible, aunque todos sabían que en el fondo disfrutó de lo lindo con tantas atenciones. Al día siguiente Leo llamó a los invitados que habían asistido a la fiesta y dejó un mensaje amenazador en sus contestadores automáticos. Durante semanas, a Holly le dio pavor concertar una cita con Leo por si éste decidía tratar de asesinarla. Corrió el rumor de que el peluquero tuvo muy poca clientela durante aquella semana.
—Bueno, de todos modos no me negarás que el chico que hizo el striptease te gustó —bromeó Holly.
—¿Que si me gustó? Salí con él durante un mes después de aquello. El muy cabrón…
Cada cliente recibió un pedazo de pastel y todos se volvieron para darle las gracias a Holly.
—No sé por qué te dan las gracias a ti —murmuró Leo entre dientes—. Soy yo quien ha comprado esta puñetera tarta.
—No te preocupes, Leo, me aseguraré de dejar una propina que cubra los gastos —dijo Holly.
—¿Te has vuelto loca? Tu propina no cubriría ni el precio del billete de autobús hasta mi casa—replicó Leo.
—Leo, vives en la puerta de al lado. —¡Precisamente!
Holly hizo un mohín y fingió enfurruñarse. Leo se echó a reír.
—Treinta años y sigues comportándote como una cría. ¿Adónde vas a ir esta noche? —inquirió Leo.
—Oh, no pienso hacer ninguna locura. Sólo quiero pasar una velada tranquila con mis amigas.
—Eso fue lo que yo dije cuando cumplí los cincuenta. ¿Quiénes seréis?
—Sharon, Ciara, Abbey y Denise; hace siglos que no la veo —contestó Holly.
—Ciara está aquí? —preguntó Leo.
—Sí, y lleva el pelo teñido de rosa.
—¡Dios nos asista! Se mantendrá alejada de mí si sabe lo que le conviene. Muy bien, doña Holly, estás fabulosa, serás la reina de la fiesta. ¡Pásalo bien!
Holly salió de su ensoñación y volvió la vista hacia su reflejo en el espejo del dormitorio. No se sentía como una treíntañera. Aunque a decir verdad, ¿cómo se suponía que debía sentirse una a los treinta? Cuando era más joven, los treinta le parecían muy remotos, pensaba que una mujer de esa edad sería sabia y sensata, que estaría bien establecida en la vida con un marido, hijos y una profesión. Ella no tenía ninguna de esas cosas. Seguía sintiéndose tan despistada como cuando tenía veinte años, sólo que con unas cuantas canas más y patas de gallo alrededor de los ojos. Se sentó en el borde de la cama y siguió contemplándose. No acababa de ver nada especial en el hecho de cumplir treinta años que mereciera ser celebrado.
Sonó el timbre de la puerta y acertó a oír el parloteo y las risas de las chicas en la calle. Intentó animarse, respiró hondo y pegó una sonrisa a su rostro.
—¡Felicidades! —gritaron todas al unísono.
Al ver sus rostros alegres, de inmediato le contagiaron su entusiasmo. Las hizo pasar al salón y saludó con la mano a la cámara que sostenía Declan.