"Amazing Grace, how sweet the sound
that saved a wretch like me,
I once was Lost, but now am found, T'was blind but now I see..."
Fue la canción que inundaba todo el lugar cantada por los cuarenta y siete chicos que pertenecían al coro; los otros veintitrés estaban encargados de los instrumentos.
Realmente era una grandiosa canción, una de mis favoritas y disfrutaba del poder cantarla. Hacía que me olvide de este horrible y espantoso lugar al cual llamamos por desgracia "hogar", y me lleva a imaginar una vida sin restricciones, de felicidad, amor y tantas cosas más.
Según me dijeron estoy aquí desde prácticamente los cinco años, nadie sabe cómo es que llegué o el porqué, solo que aparecí de repente deambulando por los jardines, lo que ahora son puros pastizales y personalmente ya no quiero saber más nada de seguir aquí. Por desgracia, tengo que esperar dos años más para que esta cárcel me deje en libertad.
El coro. Un lugar contradecible.
Muchos chicos pasan por este enorme salón bien decorado, aunque medianamente limpio; lleno de gigantes ventanas "o vitrales" durante todos los días de cada semana del año, para generar melodías y armonías acompañado de singulares voces, únicas e irrepetibles, sobre un escenario, lo cual es grandioso hasta que llega un alfiler a romper este hermoso globo: la prohibición de todo tipo de música, sonido o ritmo, y sí, eso incluye el canto, lo que para mi suerte, es mi pasión.
En este lugar nunca fui muy querida y no entiendo el por qué. Bueno, tal vez sea por las bromas que les gastaba a las monjas cuando era más chica lo que hizo que me ganara su intolerancia.
Solía poner pegamento en la silla donde se sentaba una monja llamada Rose; amargada y colérica por cada molécula de aire que respirábamos. Se merecía quedarse pegada a la silla. Fue muy divertido porque no recuerdo que pegamento usé, pero se le quedó la mitad de la tela pegada y por consiguiente un agujero en su vestido; salió gritando de aquel antiguo salón de clases y todos los chicos la vieron mientras reían a carcajadas.
Hoy en día, su amargura e irritación siguen en pie, por lo que no nos queda otra cosa que seguir soportándola.
También puede ser por aquella vez que robé la cofia de Amelia, una monja un poco más joven, lo hice porque estaba aburrida y quería saber cómo me vería si fuera monja también. Aunque luego se la devolví porque podré hacer las mil y un travesuras pero me carcome el alma robar. Eso, y que de mucho no me servía aquello, más que para futuros problemas.
Admito que fue divertido verla correr por los pasillos como un mono buscando su preciado tesoro, y gritando a los cuatro vientos quien rayos se lo sacó. Estoy segura que si se enteraran que fui yo, posiblemente ya estuviera muerta.
Creo que la distracción me mantuvo fuera de estar alerta por mucho tiempo mientras cantaba y me sumergía en mis pensamientos. No sé qué habré hecho, si reí, o dije algo en voz alta, porque al abrir los ojos, todas las miradas estaban puestas en mí y Rose me estaba retando a puros gritos del porque no termine a tiempo la melodía como todos los demás. Ridículo. Es un ensayo y suele pasar las primeras veces así, pero ¿qué más se puede esperar de Rose?
«Parece que hoy alguien no se levantó con el pie derecho... ¡Que mujer tan amargada!», pensé desviando la mirada hacia mis compañeros. Esa señora asusta con solo verte, a veces me pregunto si no necesitará alguien que le ayude con su salud mental, o directamente un exorcismo. Algo anda mal con ella.
—¡A los salones!, ¡¡TODOS!!—ordenó con voz autoritaria.
«¡Por fin!» me dije. Ya era muy avanzada la noche y quería realmente descansar.
—Menos tú, Aria—dijo cuando cruzaba por su lado. Me detuve para verla a la cara, tras soltar un bufido de indignación.
—Estoy frita—susurré contra mi pecho.
—¿Qué dijiste?—preguntó.
La mujer me miraba como si del mismísimo anticristo se tratara.
—Nada, no dije nada—contesté.
—Te encanta llevar la contraria, ¿no?—dijo Rose con el ceño más fruncido que nunca. Parecía una pasa.
—¿Qué hice ahora?—pregunté, ya cansada de la situación y molesta por tanto drama.
—¿¡A parte de arruinar la canción, el tiempo y todo el esfuerzo que pusimos!?—gritó tan histérica como siempre.
Los chicos me miraban con preocupación al pasar por nuestro lado, pero con suerte saldría sin tener ningún problema. Como algunos dicen por ahí, perro que ladra no muerde.
—Ahora...—sentenció—¡Te ordeno que me digas que fue lo que dijiste!—insistió una vez más cuando ya pensé que se había olvidado del tema, acompañada de su no tan agradable voz chillona.
—N-no dije nada...—repliqué en un intento de mantener el control; bajé la mirada y me dispuse a salir corriendo antes de caer en su juego y replicar de mala manera, pero fue más rápida y me agarró del brazo.
No me importaba el castigo, su histeria no tenía límites, pero no podía dejar sola a mi amiga Thal. Ella había sido fuerte por mí muchas veces, y ésta vez me tocaba a mí soportar todo lo que dijeran.
—Te lo advierto Aria, que sea la última vez y ni se te ocurra salir corriendo—dijo esta, adivinando mis repentinas intenciones, por lo que me fui mirando hacia abajo, con un paso más que ligero que solo caminar.
Cuando salí, me di cuenta de la intensidad con la que mantenía mis puños, y la marca que mis uñas dejaron en mis palmas. No funcionó para mantener mucho mi auto-control pero, al menos estoy tratando de manejarlo.
Lo que me extraña de este lugar, es que prohíben cualquier tipo de música, ¡Pero si tienen un coro!, ¡Qué ironía!
Realmente odio este lugar, no me dejan ni siquiera estar balbuceando canciones, ni hacer cualquier tipo de sonido o ruido porque ya me mandan de reporte con el reverendo. A veces me dan castigos y a veces no, pero da igual; ya estoy acostumbrada y cada vez falta menos para salir de este espantoso sitio. Llámenme impulsiva, despreocupada, terca o irrespetuosa, pero con el tiempo te das cuenta que hagas lo que hagas siempre terminas en el mismo lugar, sin importar que tipo de apariencias hayas mantenido.