Para cuando Raúl contraatacó como una fiera, ya era demasiado tarde. La jueza de familia le tenía tanta inquina, después de familiarizarse con su expediente, y descubrir que él era putrefactamente rico, que lo pechó con 20.000 dólares mensuales para Alicia, hasta que ella alcance su mayoría de edad.
Él estaba obligado a resarcirle el daño patrimonial causado, ya que su herencia estaba dividida en tres y él lo había ocultado, mostrando a la jueza lo ladino y pendenciero que era.
El día en que la Dra. Berenice recibió la primera entrega de células madre para el tratamiento de la leucemia prenatal, material procesado por la empresa que Delia montó con el dinero prestado por la Sra. Fátima, ese mismo día salió la sentencia que anulaba su matrimonio con Raúl.
Y ese mismo día fue cuando Delia recibió su más violento shock. Raúl apeló la sentencia, alegando que Delia estaba psicológicamente disociada.
Resulta ser que Raúl contrató a un detective privado para investigar a Delia y, según él, podía demostrar que ella poseía una tara mental que no le permitía hacerse cargo de Alicia. Por lo tanto, sale el divorcio, pero él se queda con la niña y con el dinero de la manutención.
Indignada, Delia aceptó sin miedos pasar por el examen psiquiátrico ordenado por el tribunal.
En efecto, al especialista designado por la fiscalía, solo le tomó 5 días de diagnóstico para determinar que Delia padecía un trastorno oculto de personalidad escindida. Pero, para desgracia de Raúl, Delia había demostrado ser socialmente funcional, y una ciudadana ejemplar que proveía de suministros vitales al hospital de niños.
El tribunal, indignado ante tanta perfidia, se ensañó entonces contra Raúl, quien debía ahora aceptar, sin chistar, la patria potestad exclusiva de Delia sobre Alicia, y resarcirlas a ambas, sin más excusas, con el 50% de su patrimonio, más la mensualidad ya estipulada, como acuerdo de divorcio. Raúl tiene 4 meses para pagar, o será embargado, y encarcelado por 7 años. Así que él decide.
Los peritos estaban ya en el caserón, calculando el patrimonio de Raúl, cuando Delia pisó por última vez esa casa. Estaba alterada, sumamente confundida.
El psicólogo especialista designado por la fiscalía, un profesional increíblemente perspicaz e intimidante, curtido en miles de casos clínicos y penales que revolverían el estómago de una persona cualquiera, le hizo ver a Delia una cara de su moneda cuya existencia ella ni siquiera sospechaba.
Según él, Delia tenía varios años padeciendo de un serio trastorno de personalidad escindida. Su otra personalidad, que quedó revelada en la terapia de hipnosis, se llamaba Gaby, y era una chica bastante ácida y carcomiente, con una personalidad tan cautivadora, que hasta el doctor se enamoró de ella.
Pero Gaby era ficticia. Un demonio de rebeldía que solo existía en la mente de Delia, y al cual ella dejaba salir subrepticiamente, cada vez que entraba en crisis.
¿En qué forma la dejaba salir? El doctor no lo sabía, ya que Delia jamás exteriorizó a Gaby en público. Pero los otros casos que él conocía, no muchos, por cierto, solían aflorarlos sobre las tablas de un teatro, grabándose en Tik – Tok o escribiéndolos en diarios, que son las vías usuales para hacer brotar dichas personalidades.
Delia, arrasada en lágrimas, no lo podía creer.
Gaby fue por años su capitana, la que a diario la llevaba en la nave – colibrí para sobrevolar el jardín de las fantasías más hermosas que ha tenido en su vida. Las hojas de su diario eran los fragantes pétalos de las mil flores que coloreaban su jardín. Cada línea que Gaby escribía sobre ese diario, borraba mil líneas de tristeza del rostro de Delia.
Gaby fue quien coloreó su vida que sabía a charco inmundo, del mismo modo que Delia coloreó de m&m el helado de Alicia. Gaby era su padre, maestra, guía y mentora. Gaby había sido su única y mejor amiga durante la mayor parte de su vida. Gaby no podía ser mentira. Es imposible. ¡Imposible!
Pero las grabaciones de video hechas por el detective de Raúl eran claras. Delia llegaba al parque, se sentaba en una banca y garrapateaba sus angustias en una letra torturada. Cerraba el diario, y luego lo volvía a abrir para escribir de nuevo, pero esta vez, muy deprisa. Tanto, que las manos no se le veían.
Era escalofriante ver en el video cómo la cara de Delia se transformaba en la de Gaby. Con una calma y seguridad muy impropias del estado anterior antes de cerrar el diario, Gaby escribía en una letra que, el zoom de la cámara revelaba, era de una elegancia impresionante, llena de florituras.
¿Cómo hacía Gaby semejante escritura con tanta velocidad? El especialista reveló que sí, era impresionante sin duda, pero no singular en el caso de la personalidad escindida. Muy al contrario, era un síntoma muy típico de la condición, que no estaba clasificada como enfermedad.
“Usted debe estar permanentemente alerta de su condición. Sra. Delia. Recuerde que tiene una hija, y estoy seguro de que no desea convertirse en un peligro para ella. Pero lo más importante ya está hecho. Usted está consciente de su condición, y de seguro no bajará la guardia al respecto.”
Esa noche, después de acostar a Alicia, Delia se fue a su nuevo armario a abrir a Gaby por última vez. El dolor que llevaba en la sangre entraba en su corazón como afilados trozos de vidrio. “No. Primero muerta antes que tocar a Alicia con el pétalo de una rosa. Si Gaby es un peligro para Alicia, entonces Gaby debe dejar de existir.
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Editado: 22.06.2023