Quiéreme en carnaval

Río de Janeiro

Anoche aterricé en la ciudad. Es hermosa,  y por la noche cobra vida. Adoro ver los espectáculos callejeros, la música, los colores. Esta mañana salí a recorrer un poco y he quedado fascinada con la cultura brasileña. Ojalá Uma estuviera aquí; es raro salir a buscar aventuras sin tu mejor amiga, pero simplemente no le gustan estos eventos. Bueno, siempre ha sido algo aguafiestas.

En lo que iba de la semana, me dediqué a conocer el lugar, ir a fiestas, bailes, y cruzaba a uno que otro garoto que parecía hecho por dioses. Entonces llegaba el momento en que se acercaban a la barra donde me encontraba, y mi corazón comenzaba a acelerarse hasta que me daba cuenta de que a quien buscaban era a alguna chica de al lado. Pero, ¿cómo culparlos? Estaba en la cuna de los cuerpos perfectamente estructurados, con mis kilos de más haciéndose notar en cada prenda que me pusiera.

De todas maneras, mi objetivo que tanto se hacía esperar, por fin había llegado. Me encontraba en el famosísimo sambódromo, enamorada de los bailarines  y la fiesta en general. Lo primero que hice al llegar fue comprar un pomo de espuma, por supuesto. Todo era perfecto, la gente se divertía entre sí, y yo no me quedaba atrás. Bailaba al ritmo de la música de los corsos sin cesar y daba una que otra vuelta hacia la cantina hasta que... lo vi.

Unos ojazos color miel, su piel perfectamente morena, más ardiente que el sol, un garotinho brasilero 'al palo'. Dejé, por un momento, que mis ojos disfrutaran de la vista antes de pedir una caipirinha en la cantina. Después de un par de sorbos, se me erizó la piel al escuchar una mezcla de español y portugués proveniente de una voz como la de un locutor de radio.

- ¿Cómo te llamas? - hubo un silencio incómodo. Me paralicé. - Soy Atilio.

- Helena. - alcancé a decir. Maldita sea mi timidez.

- Qué nombre más bonito. - creo que en ese momento me oriné encima.

¿Acaso el bombón que mis ojos habían visto hacía un rato mee estaba hablando? ¿A mi? El viaje estaba empezando a mejorar. Comenzamos a conversar, más la música fuerte no nos dejaba escuchar bien, por lo que él propuso salir a caminar. Debo admitir que al principio dudé, nunca fui fan de salir con extraños; pero supuse que a lo mejor sólo intentaba ser amable, y no debía preocuparme tanto, así que lo seguí.

Caminamos por algunas calles donde se podían apreciar los hermosos espectáculos callejeros. Definitivamente, una noche no alcanzaría para recorrer todos los lugares a los que quería llevarme. Probamos algunas comidas callejeras, bailamos un poco en algunos lugares. Más tarde, me acompañó hasta el hotel donde me hospedaba, y de pronto me sentí nerviosa. ¿Y si sus intenciones eran de 'pasar la noche'? Yo puedo ser aventurera, divertida, curiosa; pero no me atrevería a simplemente acostarme con el primer chico del que salieran piropos de su boca. A veces me sorprende la manera en que mi mente crea situaciones que a lo mejor no son lo que está sucediendo. Lo único que atiné a hacer es darle un beso en el cachete y dirigirme a la puerta rápido. Entonces escuché:

- Mañana paso a buscarte y seguimos recorriendo la ciudad. - Pero no tuve tiempo de responder, pues se había ido.

Al dia siguiente... al siguiente... y al siguiente... Atilio me mostraba distintos lugares de Río, y mientras más hablábamos, más sentía que nos conocíamos desde hacía siglos. Pero el mejor de aquellos días fue cuando nos dirigímos al sambódromo. Bailabamos al son de la música mientras veíamos los corsos pasar y la espuma caía sobre nosotros desde diferentes sitios. Parecía una fotografía perfecta. Entonces, me agarró de la cintura y cuando me di cuenta, me besó.

Algunos dicen que esos besos son de los que te hacen olvidar de todo lo que pasa a tu alrededor. Lo cierto, es que sentí cierto vacío en el pecho, y ni siquiera cerré los ojos durante el beso. De todos modos, ignoré aquel sentimiento. Y esa noche, al llegar al hotel, no pude dormir. Estaba ansiosa, y no podía evitar pensar en cómo funcionaría aquella relación, cómo y cuándo nos veríamos, quién visitaría a quién. De pronto se me vino a la mente una relación hermosa, un futuro junto a él.

Mis últimos días en Río los pasé junto a él, besándolo, caminando de la mano, gustándonos. El día antes de partir, fuimos a la playa y llevamos una carpa para nuestras cosas y para poder acostarnos un rato a mirar el paisaje. Mientras charlábamos, tomé coraje y pude decir:

- ¿Si intentamos algo podría funcionar?

- ¿Por qué no? - respondió, indiferente.

- Entonces podríamos hablar por Skype, o por WhatsApp, ¿no?

- Me parece perfecto.

- Y también visitarnos de vez en cuando.

- Buena idea, Helenita.

 

Esa misma noche me acompañó por última vez al hotel. Fueron tantos los besos que nos dimos esa noche, que un rato en la vereda se convirtió en horas de una despedida que ninguno quería que sucediera. Sin darnos cuenta, comenzó a amanecer, así que corrí a guardar mis cosas mientras él se iba a guardar las suyas, ya que tenía que volver a São Paulo, donde vivía. Un par de horas después nos dirigimos al aeropuerto, nos besamos por útima vez e intercambiamos teléfonos.




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