Descolocada y halagada
Sus mensajes no faltaron en estos días después de nuestra conversación. Un simple buen día, y mis pulsaciones se disparaban. Un Sticker gracioso por Whatsapp hicieron que mi sonrisa durara el resto del día.
Con tantas expectativas esperé que llegara el sábado, que ahora saber que no podré verlo como quería, hace me sienta rabiosa y molesta.
La razón: una fuerte gripe, producto de la lluvia del día de ayer. Llegué a casa empapada, una hora después, ya estaba experimentando los primeros síntomas.
Genial.
Me siento terrible, tanto que regresé del trabajo antes debido al malestar y la fiebre alta. ¿Por qué justamente hoy tengo que estar así? Más mala suerte no puedo tener.
—No voy a ir y dejarte acá sola —Repite Natalie cruzándose de brazos.
Cierro los ojos con fuerza, ya que el dolor de cabeza es intenso. Chuchos de frío me recorren, y siento en el cuerpo como si tuviera una bomba de tiempo a punto de explotar. Pienso que también el ejercicio de esta semana aumenta los dolores en mis músculos.
Estornudo varias veces, y cuando se me pasa, la miro.
—Nat, no me voy a sentir mejor aunque te quedes. No vale la pena que dejes vos también plantado a Adán por algo que no podés cambiar. Voy a dormir, es lo único que quiero hacer, ¿En serio te vas a quedar encerrada acá conmigo estando como estoy? Además podría contagiarte. —Estornudo de nuevo.
—Voy a estar preocupada, ¿Y si te sentís peor o te sube de nuevo la fiebre?
—Ya soy una nena grande, mami. —Contesto con voz congestionada. Vuelca los ojos. —En serio Nat, no me voy a levantar más de esta cama, así que no tiene sentido que te quedes.
Insisto, luchando por mantener los ojos abiertos. Realmente me siento agotada.
—No me hace sentir bien pensar en salir y vos acá, así.
—No es la primer gripe que tengo ni va ser la última —indico con simpleza. La observo por un momento, notando que no está muy entusiasmada con la salida. — ¿No será que estás buscando una excusa para no ir? —Planteo con atención.
Nat desvía la mirada, y después suelta un largo resoplido.
Lleva días en ese estado, retraída, seria, sin esa energía que la caracteriza. Sin embargo no invado su espacio, sé que en cualquier momento me contará lo que la tiene así.
—Me da cosa dejarte sola, es eso. —Expone luego de varios segundos.
Se aproxima hasta a mí, pone el dorso de su mano en mi frente y espera.
— ¿Ves? Bajó la fiebre —digo con voz nasal. —Dale andá, al menos la pasas bien por las dos y no te quedas aburriéndote como ostra.
Sonríe apenas echándose atrás.
— ¿Me vas a llamar si te ponés peor?
—Y sí, no tengo a nadie más a quién acudir, ¿No? —Asiente con la cabeza despacio. —Falta una hora, y las dos sabemos que no alcanza para que te prepares, así que empezá a arreglarte ya. —Sugiero, tapándome hasta la barbilla. —Antes que salgas me hacés el favor y cerrás las cortinas, la luz me está matando la vista.
Me acurruco de lado y me dispongo a cerrar los ojos cuando la escucho murmurar;
—No me voy tranquila, sabelo.
Sonrío aunque no me ve. Un instante después escucho la puerta cerrarse, quedando todo a oscuras. Suspiro y al segundo ya estoy dormida.
Entre sueños escuché la voz de mi amiga despedirse, pidiéndome que la llame si llego a sentirme peor. Le respondí entre balbuceos y continué durmiendo. Lo necesito, mi cabeza y cuerpo me lo exigen, así que apenas abrí los ojos cuando se fue.
Cuánto tiempo pasó desde que Nat salió, hasta que desperté sudando frío, no lo sé. Somnolienta y agotada me levanto para ir al baño. Los pasos que doy hacia la puerta son pesados, me cuesta levantar los pies del suelo por lo que los arrastro. Increíble que esté así de mal, no me acuerdo cuándo fue l última vez que tuve una gripe tan fuerte.
Me baño y en casa movimiento mis extremidades se quejan. Resoplo. La tos me raspa la garganta, y producen más dolor de cabeza.
Dios, dame un respiro... No puedo sentirme así de fatal...
Salgo envuelta solo con una toalla, cuando el timbre suena haciéndome saltar. Arrugo el gesto, y me pregunto si será Natalie que finalmente regresó y olvidó sus llaves.
Entro rápido a mi cuarto y agarro del placar la primer remera que encuentro, ropa interior y un pantalón de tela fina. Ato mi pelo así como está, sin esmero en que se vea bien, y vuelvo a salir justo cuando vuelve a sonar el timbre.
Llego hasta ahí y miro hacia el llavero en la entrada, ahí están las llaves de mi amiga... por lo que estoy segura es ella.
Abro la puerta, y me quedo quieta sosteniéndola, mientras veo que me equivoqué y no es Nat quien volvió.
— ¿Uziel? —Musito sorprendida.
—Hola Maia. —Me saluda con su tan linda sonrisa dibujada en su boca. —Cómo estás.
Mi piel se calienta, y no es la fiebre.
Ya empezamos...
—La verdad, no muy bien. ¿Pero qué hacés acá?
—Uh, mi cita con una linda chica se canceló, así que vine a verte. —Bromea.
— ¿Ah sí? Qué mala suerte. —Digo, siendo atacada por la tos. Cuando me calmo, lo miro apenada. —Creí que igual salías con los chicos...
—No, me interesa más estar acá. ¿Puedo pasar?
—No creo que sea buena idea, puedo contagiarte. —Planteo, reparando en que trae dos bolsas cargadas.
—Soy duro para los resfriados —repone ligero. —Traigo algunas cosas que te van a hacer sentir mejor. —Alza lo que carga.
Sin ganas de estar de pié, y sin pensar demasiado en si está bien o mal, me hago a un lado dándole espacio para entrar.
Cierro y camino detrás de él, dirigiéndome al sofá donde me siento.
Uziel se queda parado, mirando alrededor.
— ¿Puedo poner esto en la cocina? —Pregunta, posando su atención en mí.
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Editado: 11.10.2022