Reveses de la vida

40. Romeo y Julieta

Maratón final 3/5

Easy - Camila Cabello        

Easy - Camila Cabello

Qué difícil intentar salir ileso de esta magia en la que nos hayamos presos        

Qué difícil intentar salir ileso de esta magia en la que nos hayamos presos. —Julio Cortázar

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A la mañana siguiente de domingo, ambos se despertaron, pero sintiéndose perezosos y un tanto agotados por tanto jugueteo de besos y caricias. Y también se sentían un poco ansiosos, pues hasta que Maggie tuviera al bebé y terminara la dieta, Andrew acordó con ella a que no pasaría nada entre ellos. Y no era por falta de deseo, porque ese sobraba y bastaba para los dos, sin embargo, él tenía miedo de lastimarla y, asimismo, sentía el nerviosismo y recelo de Margarita. ¿Y cómo no estarlo?, para ambos aquella situación era nueva.

No obstante, las relaciones maritales no eran la única forma de tener intimidad. Y ellos lo confirmaron esa noche.

—¿Sabes?, el otro día pasé por el teatro y vi un afiche publicitario, están pasando la obra de Romeo y Julieta, ¿qué dices si vamos a verla juntos? —propuso él, la tenía sobre su pecho y podía sentir el roce de su barriga en la parte de la cadera.

El calor de Margarita le encantaba, y si a eso le sumábamos su aroma y sus risas, Andrew se sentía en el jodido paraíso.

—Claro, me encantaría ir contigo —dijo y en primera respuesta Andrew le sonrió de forma soñadora—, ¿alcanzamos aun alguna función para hoy? —preguntó y seguido los ojos del aludido brillaron con emoción.

—Sí, hay una ahora. Está para las siete de la noche, ¿no importa? Podría terminar muy tarde y no quiero que te excedas, tienes que cuidarte mucho, amor.

Maggie se encogió de hombros, a continuación se abalanzó sobre él y le robó un lánguido beso.

—No importa, creo que William Shakespeare se molestaría si declino a la oportunidad de ver semejante clásico —respondió con voz baja, casi sobre la boca de Andrew.

—Sé que suena tonto, pero comienzo a tener celos de un muerto... —murmuró él.

La asió de la cadera y pegándola a su cuerpo. Ambos carecían de ropa, por lo que sabían que debían de ir con cuidado. Maggie soltó una carcajada y besó uno de sus pectorales. Le encantaba sentirlo bajo su tacto, percibir los movimientos de su tórax al respirar, su olor.

—Bésame... —Y él obedeció sin titubeos.

El resto de la mañana Margarita la pasó ahí, en casa de Andrew y Elena. Y esta última se mostraba muy feliz de su presencia, y era tan bueno su ánimo, que le enseñó a cocinar uno de los platillos favoritos de su nieto y de paso le compartió secretos para disminuir la hinchazón en los pies, y otros tantos para cuando naciera la bebé.

—Tienes que traerla cuando nazca, me muero por conocerla —murmuró Elena, ambas estaban en la sala de estar esperando a que Andrew bajara de su habitación. Ya pasaba del medio día.

—Por supuesto que sí, se lo prometo.

Siguieron conversando otros minutos más, en los cuales Margarita conoció cierta información sobre los padres de su novio. Lo cual la hizo comprenderlo, y que sus creencias tenían un sólido fundamento inculcado por la crianza de sus abuelos.

Andrew la fue a dejar a casa de Melissa, para que pudiera bañarse y prepararse para ir a cenar juntos y luego ir a la función en el teatro. Se despidieron, quedando en que él iría en ese preciso momento a comprar los boletos. Ya dentro de la casa, Maggie se sentía presa de un sueño, estaba exultante. Y también su amiga se mostró muy feliz, pues todo parecía que marcharía bien. Parecía que la tormenta se estaba disipando.

Un par de horas después, Andrew pasó a recogerla. Y se miraba guapísimo, con el cabello engominado y con su ropa casual en colores oscuros. A ella se le hizo agua la boca y, por ello, lo besó sin reparos.

Maggie se había enfundado un vestido azul de mangas largas, el mismo le llegaba hasta arriba de las rodillas, por lo que debajo se puso unas medias negras. Afuera hacía frío, y más el clima húmedo, no tuvo deseos de llevar el cabello suelto, por lo que se lo trenzó y por último se calzó unas botas de un ínfimo tacón.




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