Sálvame de mí

Capítulo 28

«Tengo ganas de amarte, como tú me has amado Dios. Tengo ganas de darte mi corazón» canturreaba Andrexa mientras preparaba las bandejas con sándwiches de jamón y queso para la reunión. Estaba feliz por el progreso que estaban teniendo en la obra que se les había sido encomendada. El grupo creció demasiado. Se habían sumado dos parejas más con sus hijos adolescentes. Era una bendición ser parte, de tener el privilegio de ver con sus propios ojos cómo el Señor se movía en cada corazón que era tocado cada sábado.

Aún faltaban dos horas, pero para ella era mejor preparar todo con tiempo. Al terminar subió hasta su cuarto para darse una ducha y alistarse. Tomás le había avisado que no iba a poder estar presente porque debía servir en su iglesia y luego se reuniría con Lorena para tomar algo y charlar sobre el trabajo que tenían que hacer juntos. Una sonrisa iluminó su rostro al pensarlo. Su amigo era un hijo de Dios fiel. Fiel a su iglesia, a sus padres, a sus amigos. Que honor ser su mejor amiga. Se ponía feliz por él y ahora más por Lorena. Tantos años enamorada de Tomás y guardó el secreto y sufrió en silencio hasta ahora que tenía la esperanza no sólo de poder conquistarlo sino también de entregarle su corazón a Jesús.

―Andrexa, ya casi es hora ―gritó desde la planta baja su tía.

―Bajo enseguida ―respondió mientras tomaba la biblia de su escritorio.

Sólo faltaba media hora. Así que la familia McGregor dedicó unos minutos para encomendar a Dios cada segundo de la reunión. El timbre suena y la joven se apunta a atender mientras sus tíos terminan la oración.

La puerta se abre y el panorama se vuelve espejo. Dos chicos enfrentados mirándose a los ojos con asombro. Su respiración se les entrecortaba, y las piernas se les aflojaban al mismo tiempo.

― ¿Qué haces aquí? ―preguntó seria.

―Yo… Yo vine porque… Por el trabajo ―balbuceó Tyler que aún no salía de su asombro. ¿Qué hacía ella ahí? No entendía nada.

―Andrexa, ¿Quién vino? ―preguntó la mujer mientras se acercaba a ella.

―Es un compañero de clase. Vino para que organicemos un trabajo que tenemos que entregar después de las vacaciones, pero ya se iba.

Carla se acercó y al ver de quien se trataba abrió los ojos como platos entre la felicidad de que se haya decidido por ir y por la sorpresa de enterarse que también conocía a su sobrina. Quiso saludarlo, pero Tyler le rogó con un gesto que no revelara que se conocían ya que tendría que dar explicaciones y lo que menos quería es que alguien se enterara que hacia terapia. Lo iban a ver como un loco.

―Un gusto. Yo soy Carla.

―El gusto es mío. Creo que voy a volver más tarde ya que al parecer ella está ocupada.

―Estamos por merendar con amigos en un ratito. Ya deben estar por llegar. ¿Quieres acompañarnos?

Andrexa la miró de reojo con ganas de asesinarla. ¿Tyler, merendar con ellos? ¿El mismo que la trato mal unos días atrás? ¿El mismo que no se podía sacar de la cabeza?

―No sé si sea prudente.

―Sería un placer. Todos los sábados nos reunimos y nos encanta que vengan personas nuevas. ¿No te habló de nuestras reuniones en la escuela?

―No, creo que se olvidó ese detalle. Igual no la culpo. En la escuela no compartimos muchas cosas como para que me tenga esa confianza ―dijo él con una sonrisa amable.

―Pues, pasa. No se habla más.

Sentía que el rubor de sus mejillas cambiaba de rosado a morado de la vergüenza. Lo único que notaba raro era la fluidez de la conversación entre su tía y él. Ella no medió palabras. Él entró encantado de la invitación. ¿Qué hará cuándo se entere que esta reunión es para hablar de Dios? ¿Saldrá corriendo? Era una de las posibilidades más seguras.

Fueron llegando poco a poco las personas al salón. Tyler estaba cabizbajo y Andrexa no sabía si hablarle o no por lo que se mantuvo ordenando todo o al menos fingiendo que ordenaba para no sentirse incómoda al no saber que decir. Roberto saludaba a los recién llegados y Carla se había acercado a Tyler para hacerlo sentir a gusto con el momento.

El timbre vuelve a sonar y al abrir entra la última pareja que faltaba. Comenzaron a saludar a todos hasta que se frenaron en seco frente al joven que estaba sentado hablando con Carla.

―Tyler, ¿Qué haces aquí?

― ¿Qué hacen ustedes aquí? ―se sobresaltó.

―Creo que vinimos a lo mismo que tú y estoy feliz por eso ―dijo la mujer abrazando a Tyler.

―Es nuestro hijo ―comentó Mario a todos los espectadores de la escena. Luego saludó al chico con un beso en la frente y se sentaron junto a él.

Tanto ellos como Carla y Andrexa se sorprendieron por cómo se dieron las cosas. Sin pensarlo toda la familia Sánchez estaban en el lugar correcto para sanar sus corazones dolidos.

Toda la bronca que sentía por su compañero de ojos claros se esfumó ante la alegría de saber que sea lo que sea que le estuviera pasando, Dios lo iba a restaurar. Y no sólo a él sino a toda su familia. Sólo tenía un temor. Tyler fue por el trabajo no por las reuniones. ¿Y sino se sentía cómodo? No lo quería pensar. Prefería aferrarse a la fe de saber que Dios tiene la última palabra.




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