Si las luces se apagaran

55. "Ciclos cerrados"

Creí que, después de resguárdame en sus brazos y que él al prometerme que nada pasará, las formas de tentar al destino cambiarían serían imposibles. Me doy cuenta de que nada ha cambiado. Ahora estoy sentada al lado de un hombre desconocido, recorriendo cada parte de mi pueblo. Soy capaz de darme cuenta de que un destino nunca puede ser escrito como se desea. Las cartas de la vida siempre pueden girarse a una dirección cualquiera, incluso cuando crees que todo acabará.

Recorrer la misma calle de hace años atrás, es regresar al tiempo en que veías el mundo desmoronarse a tus pies. Aunque, debo ser sincera. Puede que aquel muro que levanté con cada traspié en mi vida, otra vez yace como escombros en las plantas de mis zapatos, pero ahora sé que soy capaz de volver a construirlo. La vida me ha enseñado a luchar cuando creí que todos se empañaban a hacerme la vida imposible. Llegar a los brazos de Derek, no fue por una simple coincidencia del destino. Encontrar a mi esposo, fue la manera de hallarme a misma cuando me creí perdida. Derek, significó el fortalecimiento de mi autoestima y la fuerza que necesité para enfrentar a todos los que destruyeron una parte de mi camino junto a él.

Salimos por el pueblo, subiendo aquella empinada colina. No era mucho de venir a ese lugar, fueron tres o cuatro las ocasiones que marcaron un hola y el definitivo adiós. Ver esa casa no es como revivir todo, sino que es como terminar una guerra a la cual puedo hacerle frente. El mismo portón lo dice todo, al abrir sus puertas. Todo me indica que estoy por pisar campamento enemigo. El chofer se detuvo y yo bajé, viendo un jardín marchito que trasparenta una vacía vida.

—El señor la espera en su habitación. Es la última del pasillo a la derecha —Me indicó al abrir la puerta principal.

No objeté nada, solo di pasos firmes hacia la casa. Ya adentro, el hombre la cerró. Todo lucía ajena, ni siquiera un solo mueble en su lugar. Todo parecía hundiéndose en el silencio, ni siquiera ese acogedor ambiente estaba aquí cuando se llega a casa. Solo un objeto cobraba vida en ese lugar, aquel piano disuelto entre las arañazos y golpes que le dio la vida. Caminé y subí con lentitud la escalera imperial, mientras mi mano con delicadeza se llenaba de polvo en el soporte. La segunda planta era igual de helada en varios aspectos y cada forma o su manera de serlo, hacía que cualquier persona se deprimiera al entrar. Di algunos pasos, estudiando lo oscuro de la casa, por las cortinas que aún no han sido apartadas de la ventana. Llegué a esa puerta y respiré hondo, sin precipitarme ya que el bebé se ha dormido. No toqué nada, solo giré la manilla y le di un leve empujón a la puerta.

Nunca imaginé como sería al dar un paso en su cuarto. Ahora me doy cuenta de que todo va más allá de un simple pensamiento. Me adelanté con pasos hacia ese hombre que yacía en un colchón, pálido y siendo por primera vez, victima de algo que depende su vida.

—No pensé que... —Tosió sin reparos y volvió agregar—, vinieras.

—No hubiera venido, pero cuando quieren hacerle daño a mi hijo, las cosas cambian —Le manifesté con la voz seca queriendo tirarle todo en cara—. Olvidé que sus matones juegan así de sucio.

—Les dije que no fueran de esa manera contigo. Pero siéntate, quiero hablar contigo —Indicó a duras penas un sillón apartado de la cama y el tubo de oxígeno.

—Y si yo no quiero, ¿Me obligará? —Lo encaré con una ceja levantada.

Suspiró entrecortadamente y negó.

—Ya no tengo armas con que hacerlo, así que eres libre de irte —Manifestó.

—Bien, porque no soporto si quiera verlo.

Caminé con brusquedad lista para irme, incluso salí de su habitación. Las ganas de querer desaparecer de un lugar tan marchito como el hombre que yace sobre ese turbio colchón, me sofocaban. Sin embargo, a medio pasillo, mis ojos como rebeldes imposibles hicieron que su habitación fuera mi guía. Me detuve otra vez desviando aquel destino y me adentré a su recuerdo. Todo tal cual parece intacto, igual como el orden de aquella vida un tanto equilibrada. Sus cosas fueron las únicas que no se perdieron después de tanto. Pasé mis manos acariciando el polvoriento escritorio y abrí un cajón normal. Sus calificaciones excelentes, notas antiguas que lo hacía común de él y entre algunas cosas suyas, nuestra nota segó mis ojos. Pasmada la tomé entre mis manos, leyéndola y pensé por algunos segundos que significó esa manera tan triste de acabar. Me recordé a mí misma como llegó en ese momento tan crucial. En aquel baño donde lo perdería todo, pero me abrazó con protección. Reflexioné como aquella vez después de que él me mostrara el futuro. Creí en él como a mí misma. Ahora todo comienza a tener un poco de sentido en mi cabeza.

Volví dejando la nota en colchón y me senté al momento de verlo ya con los ojos cerrados. Los abrió sonriéndome de una manera sincera. Tomé un poco de valor para escucharlo, pues a pesar de estar aquí es imposible no olvidar cada lagrima que derramé por culpa de él.

—Eres la única manera de llegar a él —Confesó al cerrar los ojos y agregó—. Al perder a mi mujer, todo se fue tornando tan oscuro que el único culpable al que veía era mi hijo. Tal vez esa era la manera de poder desquitarme con una vida vacía a la cual aferrarme para morir. Derek no tuvo la culpa de nada y solo hasta hace siete años me di cuenta del daño que le he causado. Pero era mi manera de quitar toda esa culpabilidad que me atosigaba. Ahora también pierdo a mi hijo...

—¿Cree que golpeando a su hijo haría la diferencia? —Pregunté irónicamente, pues las lagrimas de rabia estaban por salir—. Usted no perdió a su hijo, lo abandono. Hizo que lo odiara y se aferró a esa idea como una capa más de piel. No solo cometió un error, lo hizo varias veces. Le quito a las únicas mujeres que consideraba su más único salvavidas. Me apartó de él casi siete años y de nada le sirvió, sigo con él y ahora tengo un bebé al que llamará padre a Derek ¿Sabe que es lo más hermoso? Es que al despertar sabré que nunca será como lo es usted. Él no acabará con la sonrisa de ninguna persona, como lo hizo usted hace años.




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