—¡Papá! —gritó la pequeña niña apenas entró al hogar.
No tiene más que seis años, pero a pesar de que su rostro es la viva imagen de su madre, su fría mirada y su carácter es copia fiel a su padre.
La pequeña malhumorada miró cada rincón vacío de la mansión seguida por la mirada atenta de los sirvientes. La niña suele saludar a cada persona que encuentra en su camino de forma educada y cortes como le enseñó su madre. Si hubiera sido criada solo por su padre sería una criatura insoportable y mimada sumando a ese carácter petulante y agresivo de su herencia paterna.
Afortunadamente su crianza estaba mayoritariamente en manos de su madre. Amanda Stravros es la única luz que ilumina el sombrío hogar de Emanuel. Y la niña caminó por el pasillo hasta encontrarse con la amarga expresión de su padre, que presa de las consecuencias de haberse emborrachado el día anterior le duele horriblemente la cabeza.
—¿Es necesario que cada vez que vengas a esta casa no dejes de chillar de un lado a otro? —se quejó antes de entrar al baño dando un fuerte portazo que asustaría a cualquiera.
Pero la pequeña Amanda solo cruzó los brazos con expresión furibunda.
—Le diré a mamá que otra vez te emborrachaste —se quejó la niña apenas lo vio salir del baño.
Emanuel detuvo sus pasos y se giró hacia la niña con serio semblante.
—¿Y a mi qué? ¿Acaso crees que voy a escuchar las quejas de tu madre? Además, si me emborracho todo es culpa de ella —respondió luego de notar como los ojos de la pequeña se abrían de par en par.
Esa expresión es tan propia de su madre, Rose solía mirarlo de así cuando él le hablaba de esa forma. Pero Amanda a diferencia de su madre no se quedaba en silencio.
—Papá es malo, es feo y malo. Tío Tomás es más lindo y me quiere y me cuida, ¡No como tú! —y dicho esto se fue corriendo por el pasillo, sollozando.
Emanuel se despeinó impaciente antes de soltar un suspiro y mirar al cielo. No está de mejor humor. Pero hay algo que lo hace sentirse más fastidiado, es que la niña suele sacarle en cara que el marido de Rose es mejor que él como padre cada vez que tienen una discusión.
—Maldita sea —masculló apretando los dientes.
Se vistió en silencio, y al buscar una corbata en uno de los cajones alto sus dedos palparon un objeto duro y al intentar sacarlo cayó un pequeño saco al piso. Estaba lleno de polvo y se notaba que había permanecido en ese lugar por años. Se inclinó a recogerlo y al abrirlo vio un par de gemelos de poca calidad.
Emilia se los regaló en su cumpleaños el primer año de su matrimonio. Entrecerró los ojos con amargura recordando como despreció dicho regalo frente a ella llamando “basura” algo por lo cual ella pareció buscar con tanto afán, incluso vendiendo sus propios objetos para poder comprarle ese par de gemelos. No sabe como ese regalo terminó en ese lugar cuando ese día se lo devolvió antes de decirle “si vas a regalarme esta basura mejor no me des nada” luego de eso Emilia no volvió a darle otro regalo.
Lo aprisionó en sus manos con tanta fuerza que incluso sintió dolor. Pero eso no alivió el arrepentimiento de sus acciones.
Cuando al fin bajó, su hija estaba en la cocina comiendo galletas. La niña le sonrió como si nada, parecía entretenida con escuchar las historias de doña Luisa, quien regaloneaba a la niña luego de que ella llegara corriendo a sus brazos llorando porque “papá es malo”.
La anciana levantó su mirada severa hacia Emanuel y aquel solo desvió la mirada sin decir nada. De seguro quiere reprenderlo por otra vez hacer llorar a la pequeña Amanda.
—Papá ¡Que bonitos gemelos! —soltó de repente la niña con intenciones de tocarlos, pero Emanuel alzó el brazo impidiéndoselo.
Amanda se quedó mirando confundida la acción de su padre, pero solo hizo una mueca y volvió a lo suyo tomándose un largo sorbo de su vaso de leche.
—El collar que me dio mi mamá es más bonito —dijo en voz alta antes de comerse otro par de galletas.
Emanuel solo se quedó mirando los dos pequeños moños de la cabeza de su hija que se movían de lado a lado atados con dos elásticos con pequeñas frutillas de color rojo.
—Tu madre debe estar por llegar —señaló doña Luisa acariciándole la cabeza a la niña.
—Sí —exclamó la niña alzando ambos brazos—, quiero contarle a mamá todo lo que vi en el zoológico, y el enorme helado que comí, todo fue muy divertido.
La alegría que la pequeña mostraba en su rostro pronto fue invadida por cierta desilusión, y miró a su padre de reojo antes de darle la espalda.
—Me gustaría que papá fuera quien me llevara de paseo, pero siempre está ocupado y me manda con su secretario. Todos los niños van con sus padres… yo no…
Doña Luisa miró en silencio a Emanuel, tal vez esperando que dijera algunas palabras para consolar a la niña. Pero se quedó en silencio desviando la mirada con impaciencia. La mujer mayor suspiró y se inclinó tomando las manos de Amanda.
—Mamá ya está por llegar —le dijo para animarla.
La niña movió la cabeza en forma afirmativa y sonrió.
—Mañana Tío Tomás me prometió llevar al cine y comeremos palomitas de maíz, muchas, muchas —dijo levantando las manos como si llevara una enorme caja en sus manos—. Al tío Tomás le gusta mucho acompañarme a ver películas, dice que se divierte mucho conmigo, que soy una niña muy lista por saber elegir bien las películas… no como mi papá. Además, va a comprarme un nuevo vestido. Claro él no sabe mucho de modas, pero yo le estoy enseñando.
Emanuel escuchaba en silencio. Sin embargo, mientras más escuchaba más su rostro se colocaba más serio. No le bastó a ese tipo con haberle robado a Rose ahora también quiere robarle a su hija.
—Señor Stravros —una sirvienta apareció en el lugar en ese momento—, la señora Rose ya vino a buscar a la señorita.
Amanda al escuchar esto se bajó de un salto de su silla y salió corriendo a ver a su madre. Apenas abrió la puerta se lanzó a los brazos de la mujer que esperaba cerca. Rose la recibió cariñosamente.
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Editado: 20.05.2024