—Hay algo que quiero hacer hoy, quiero ver el mar —señaló Emilia sonriendo.
A ella siempre le gustó mirar el mar, pero solía hacerlo cuando estaba triste. Le contaba que desde niña cuando escuchó, en el orfanato, el cuento de La sirenita pensaba lo bonito que sería liberarse como ella lo hizo.
Nunca entendió lo que quiso decirle. Nunca entendió que su esposa sufría a su lado, y que esa sonrisa que mostraba no era sincera. Que ir al mar para “liberarse” no era lo que él pensaba, sino que Emilia quería entrar al mar para nunca volver a salir.
No era feliz en su matrimonio. Un matrimonio donde no era amada y cuyo marido solo la despreciaba y humillaba, prefiriendo acostarse con otras mujeres que, compartiendo la cama con ella, sin ocultar las huellas de sus apasionadas noches con sus amantes mientras su esposa lo esperaba sentada en la mesa esperándolo para cenar juntos hasta que se daba cuenta que él no volvería a casa esa noche.
Los recuerdos le pesan. El ruido del tic tac del reloj se escucha tan fuerte en aquel despacho vacío que su dolor de cabeza se hace aún más fuerte. Dejó su vaso de whisky a un lado para darse cuenta en ese momento de la presencia de su hermana.
Solo verla en ese momento le trae recuerdos de sus continuas peleas ante su maltrato hacia Emilia. “¡Sigue tratándola así y un día vas a perderla, ese día lloraras sangre por no tenerla a tu lado!” en ese entonces se burló de sus palabras estaba seguro de que eso nunca pasaría, su esposa no podía vivir sin él, pero se equivocaba, cuánta razón tenía su hermana.
—Ella ahora debe ser feliz, desaparecer de este mundo fue lo que siempre deseó —musitó Emanuel con una sonrisa irónica—, nunca imaginé que al ya no tenerte a mi lado estaría muerto en vida… es irónico cuando fui yo quien decidió acabar con el matrimonio…
Clara, su hermana mayor, lo contempló preocupada, es evidente que solo habla incoherencias, y se acercó a su lado alejando todo el alcohol que estuviera cerca.
—Te lo puedes llevar, pero en cuanto te vayas volveré a pedirlo —le dijo su hermano con cierta rebeldía.
—¿Has vuelto a dejar de lado tus citas al psicólogo? —lo cuestionó arrugando el ceño.
Emanuel bufó de mala gana.
—Quería mandarme al psiquiatra para que me recetara pastillas. No necesito medicarme —le respondió fastidiado de que siempre le saque el mismo tema.
Clara suspiró cansada. Contempló con compasión el estado de su hermano. Aunque sabe que fue él mismo quien se dejó caer en ese foso por culpa sus propias acciones. ¿Cuántas veces no le dijo que se olvidará de Rose e intentará ser feliz con Emilia? Pero su obsesión, su egoísmo, lo llevó a perderla.
—Deberías comer algo, no es bueno llenarse la panza de solo alcohol, te podrías enfermar de gravedad y…
Emanuel comenzó a reírse, en forma burlesca.
—¿No crees que eso sería bueno? —preguntó ante la expresión incrédula de su hermana—. Tal vez Emilia vuelva si me ve sufrir de esa forma.
Clara quiso decir algo, pero prefirió callar. Ella no volverá, es imposible. Tocó la frente de su hermano y se dio cuenta que tiene fiebre, esa es la explicación del porque habla de Emilia de esa forma. Llamó a unos empleados de la casa para que la ayudaran a llevarlo a su habitación.
Luego tomó su teléfono para comunicarse con el doctor. Y apenas colgó estuvo a punto de llamar a Rose, pero se detuvo apagando el aparato, ya cometió ese error antes pensando que aún había esperanza para ellos dos. Pero lo único que Emanuel hizo entonces fue insultarla y tratarla tan mal culpándola por lo que le pasó a Emilia, como un desquiciado que no era capaz de asumir la realidad, aferrándose a una mujer que nunca existió, y que al final terminó haciendo que Rose se alejara aún más.
Suspiró llevándose la mano a sus sienes y masajeándolas para mirar de reojo el jardín exterior de la casa. ¿Aun así debería llamarla? No, ya sufrió demasiado como para seguir haciéndola preocupar por el estado de Emanuel.
—Si no fueras tan testarudo y permitieras que los psicólogos pudieran ayudarte —señaló apretando los dientes.
No es fácil ver como su hermano, aquel que se mostraba fuerte y orgulloso se esté desmoronando por su manía de oponerse a los consejos médicos e incluso haciéndose ilusiones falsas de que su exesposa volverá a su lado.
El médico que fue llamado por Clara, luego de revisarlo le dio indicaciones de dejar el alcohol y comenzar con una dieta balanceada antes de que su mal hábito termine por perjudicarlo aún más.
—Es como si no quisiera conformarse con su realidad—le dijo el hombre mayor a Clara luego de hablar con ella.
En un principio no entendió lo que quiso decirle el médico, pero luego al ver a su hermano dormir, despeinado, con el cuello de la camisa abierta, con las evidentes ojeras bajo sus ojos, empezó a entender las palabras del hombre.
Emanuel bebe sin control porque no quiere reconocer que perdió todo. Por añorar a Rose, por querer perseguirla, pidió el divorcio dejando a Emilia, su esposa, de lado mientras corría detrás de una imagen idealizada que nunca fue real.
—Si hubieras sido bueno con tu esposa, si no la hubieras maltratado y herido de esa forma, el final tal vez hubiera sido distinto, tal vez incluso… —musitó bajando la cabeza antes de salir de la habitación y cerrar la puerta.
Apenas salió Emanuel abrió los ojos. Arrugó el ceño disconforme con las palabras de su hermana. Se aferra a la idea de que nada fue su culpa, no fue su culpa herirla, ni maltratarla, ni siquiera cuando intentó matarla… nada es su culpa… ella debió entenderlo, en vez de irse y tomar sus cosas cuando le pidió el divorcio pudo igual haberse aferrado a él. Arrodillarse en el suelo, suplicarle, pero no, se fue en silencio. Tal vez le hubiera permitido ocupar una habitación en esa casa mientras él corría tras de Rose, tal vez hubiera descubierto la verdad antes de que su esposa se alejara tanto que no pudiera alcanzarla.
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recuerdos dolorosos, arrepentimiento culpa infidelidad, matrimonio roto
Editado: 20.05.2024