—Fue toda una pesadilla, dime que es así —apoyó su cabeza en las manos que se mantuvieron quietas sin moverse.
La mujer abrió los ojos sin creer lo que acaba de escuchar.
—Tuve un maldita sueño, te juro que era tan real que pensé que enloquecería. Te había perdido como un idiota sin saber que jamás podría recuperarte, te pedía el divorcio, te mandaba lejos de la casa y tu jamás volvías a mi lado… desde hoy todo cambiara, te haré feliz, te cuidaré, incluso celebraremos cada aniversario juntos e incluso podríamos planificar tener un par de hijos…
—Emanuel, no sigas —lo interrumpió la mujer preocupada liberando sus manos de entre las suyas.
Tragó saliva sin saber que decir, no había escuchado el nombre de Emilia desde hace tantos años que ya no era capaz de reconocerlo como suyo.
Pero ¿Por qué dice esas palabras? ¿Felicidad, cuidado, hijos? ¿Acaso no odiaba tanto a Emilia como para ahora mostrarse aliviado de tenerla frente suyo prometiéndole una vida que nunca le dio? E incluso le sonríe de una forma que en el matrimonio nunca lo hizo. Cuantas veces no la despreció para ahora hablarle como si no hubiera querido eso.
—Pediré al alta para que vayamos a casa —exclamó Emanuel sonriendo, de solo pensar que esa fría casa de sus pesadillas debe haber vuelto a ser igual de acogedora que cuando Emilia vivía ahí con él—. Debes haber pasado toda la noche aquí ¿Ya tienes hambre? Le diré a doña Luisa que nos prepare el desayuno al llegar ¿Qué te gustaría?
La mujer sin embargo siguió mirándolo, preocupada, no hubo respuesta. Y aunque su silencio lo hubiera molestado antes esta vez solo la contempló con una sonrisa comprensiva.
—Tranquila, todo lo que digo es cierto.
Aquella no pudo evitar tensar su rostro. Y esa expresión confundió a Emanuel, su aparente esposa luce triste pensaba que sus palabras podrían alegrarla y parece ser todo lo contrario. No puede culparla, después de todo su maltrato, de su desconsideración en la vida de casados que él le ha dado no debe ser fácil creer ahora en sus palabras. Con cuantas amantes no se lució frente a ella con la única intención de causarle daño, cuantas veces no usó palabras mordaces e insultos humillantes solo por hacerla sentir mal.
—Te prometo que las cosas ahora serán distintas —se comprometió, pero la mujer solo desvió la mirada.
—No… estás bien, deberías seguir descansando.
No entendió esas palabras y cuando estaba a punto de preguntar la puerta se abrió de golpe.
—Perdón, Rose, ya estoy aquí, me demoré con el doctor… —Clara detuvo sus palabras al ver a Emanuel despierto—. Menos mal que ya has despertado, pero te mereces un sermón.
A pesar de lucir aliviada no pudo evitar cruzar los brazos, esto no hubiera sido así si su hermano le hubiera hecho caso al médico de dejar de beber.
Sin embargo, la mirada de Emanuel se quedó detenida en el rostro de Rose. Fue como ver como su castillo de naipes que levantó por unos segundos, se derrumbaba de una vez. No era su Emilia, la pesadilla continua y está es su realidad. Su fantasía de llegar a una casa acogedora y desayunar con su esposa se resquebrajaba frente a sus ojos.
En eso Rose de repente sacó su teléfono que no dejaba de sonar solo bastó que mirará la pantalla para que su rostro se iluminara de una forma que Emanuel jamás había visto antes. La mujer se giró dándole la espalda a ambos.
—¿Tomás? Sí, estoy acá aun ¿Ya has llegado? Todo bien con mi cita, es probable que me den el alta ¿Celebrarlo? No seas bobo pero esa cena la acepto —luego en voz baja se dirigió hacia Clara—. Debo irme.
Le susurró antes de abrir la puerta, detuvo su mirada preocupada sobre Emanuel, pero aquel arrugando el ceño desvió la suya y solo sintió la puerta cerrarse.
—Esta es mi absurda realidad, ya no tengo a Emilia, no tengo a Rose, ahora es la Rose de otro hombre —musitó sin mirar a su hermana, para luego apretar los dientes y meterse en la cama tapándose hasta la cabeza.
Clara guardó silencio, no esperaba que los cinco minutos que le pidió a Rose que vigilara que su hermano no se despertara y escapara del hospital, removiera a Emanuel de esa forma. Fue una coincidencia encontrarla en el lugar, ella le contó que venía a ver a su psicóloga.
—¿Por qué mierda tiene que venir a torturarme? —se quejó Emanuel en voz alta—. Después de todo me abandonó por salir detrás de ese hombre, es una mujer injusta y egoísta que solo pensó en ella…
Clara bajó la mirada mordiéndose los labios sin saber cómo hacerlo entender que su rol en toda esta situación puede ser cualquiera, excepto la de víctima.
—Tres veces.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó a su hermana sin entenderla.
—Tuviste tres oportunidades, tres veces, para amarla y no lo hiciste. Una en el instituto cuando ella te buscaba y la ignorabas, sabías cuanto sufría por el acoso y el bullying cruel de ese grupo de infames amigos tuyos, no hiciste nada. La segunda vez fue ese matrimonio, ni siquiera un año de felicidad le diste, te dedicabas a acostarte con otras mujeres, a preferir estar afuera que, en casa, y todo por no querer verla. Y la tercera, fue cuando no querías tomar un tratamiento psicológico, en ese entonces fui yo a suplicarle que estuviera a tu lado, me aproveché de su bondad. Aun cuando sabía que ya había entregado su corazón a Tomás, egoístamente aprovechando que él se fue del país quise creer que aun tenías una oportunidad —Clara calló tensando su semblante—. Hiciste todo lo contrario de lo que esperaba, le gritabas cosas horrendas cada vez que venía a casa a verte, le dijiste lo peor, la culpaste de que todo por querer aparentar lo que no era, incluso fuiste capaz de arrojarle el agua de un vaso que ella misma te había servido para que te tomaras esas pastillas que te había recetado el médico. Y un día Rose dejó de venir, dejó de venir porque tus insultos le provocaban ataques de ansiedad, tus reacciones violentas no permitían que su tratamiento psicológico avanzara. Fue su misma doctora la que le prohibió verte. Y poco a poco terminó alejándose tanto que ya no podías alcanzarla.
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Editado: 20.05.2024