—Buenos días, señor Stravros —se presentó la mujer frente suyo apenas había bajado las escaleras de su casa.
Su actual ama de llaves, Doña Luisa, lo esperaba en la sala junto a su sobrina, una mujer de cabellera castaña atada a la altura en un peinado perfecto que no dejaba escapar ningún cabello de su lugar, de mirada serena, pero a la vez serena y profunda, y piel clara que hace contraste con sus ojos de color miel.
Emanuel vagamente ahora recordaba que su ama de llaves le avisó hace unos días que traería a alguien para que pudiera conocerlo y quien sería su reemplazo. Pero se había olvidado de eso por lo que la presencia de la mujer lo tomó por sorpresa, de forma desagradable. No ocultó lo que sentía y su semblante se mostró disconforme.
—Uhm… —fue la única respuesta que dio antes de mirar detrás suyo al sentir los pequeños pasos que lo seguían.
La pequeña Amanda que bajaba las escaleras detrás de su padre corrió de inmediato hacia doña Luisa deteniéndose frente a la mujer desconocida de expresión severa, la cual le sonrió a la niña con amabilidad sin moverse de su lugar.
El cabello tomado en dos colas revotó ante la abrupta detención de sus pasos y mantuvo sus ojos quietos sobre la futura nueva mano de llaves observándola con una atención propia de un niño de su edad.
Luego de inmediato sonrió emocionada, sin poder contenerse, ya que le recordó de inmediato a un personaje de una de las películas que había visto con tío Tomás hace unos días.
—Mary Pop*** —exclamó sin contener su emoción.
Al escuchar aquellas palabras dicha por la niña Emanuel de inmediato tensó su mirada, para luego toser incomodo y darle una severa expresión a su propia hija por su improperio. Acababa de cometer una imprudencia dentro de los estándares de buenos modales incluso que un niño a su edad ya debería manejarlo, o eso es lo usual, pero de seguro Rose no ha cumplido con hacerle entender a la niña que apuntar a una persona con el dedo y gritar de esa forma no es correcto. Amanda a pesar de notar la mirada de su padre procedió a ignorarlo inflando sus mejillas, molesta por el enojo de aquel.
No entiende qué pudo hacer para que su padre la mirara de esa forma, y en su mente infantil ella se sentiría muy orgullosa si alguien la compara con una mujer, así como Mary Pop***.
—Pequeña es de mala educación señalar con el dedo y comparar a una persona real con un personaje de ficción —señaló la mujer con una ligera sonrisa pese a sus palabras.
Amanda pestañeó confundida. Luego bajó la mirada, aun sin entender del todo, y se disculpó.
—Eres una buena niña ¿Quién te hizo esos moños tan bonitos? —le preguntó inclinándose frente a la niña como si buscara animarla luego de reprenderla.
—Mi mami… ella es muy buena para eso, y mi vestido también lo lavó ella, luce muy bonito, me gustan los tonos azules. Papá nunca lo hace, doña Luisa es quien me ayuda cuando mamá no está ¿Ahora lo harás tú también? —le preguntó con sus ojos infantiles y curiosos sobre los de la mujer al sentirse más confiada, olvidándose incluso que había sido reprendida unos minutos antes.
—Intentaré hacerlo de la mejor manera para que así sea —le respondió enderezándose. Luego dirigió una mirada a Emanuel y aquel ante la mirada severa y orgullosa entrecerró los ojos, molesto.
Hay algo en esa mujer que no le gusta. Es claro que su presencia le incomoda. Hubiera preferido una mujer mayor como doña Luisa, no una jovencita que con suerte tendrá unos cinco años de diferencia con él.
Pero si aquella está dispuesta a quedarse tendrá que escuchar sus condiciones.
—Doña Luisa, puede llevar a Amanda a que coma algo —indicó el hombre seriamente, quisiera hablar con su sobrina.
La mujer mayor no pudo evitar mirarlo preocupada, nota el desagrado en el rostro de Emanuel, contempló a su sobrina que parece bastante segura pesé a la contrariedad del dueño de casa. Titubeó antes de llamar a la niña y llevársela consigo.
La expresión imperturbable de Emanuel al encontrarse solo con la mujer se endureció aún más. Sin embargo, la mujer siguió con su sonrisa suave sin mostrarse intimidada ni incomoda con el semblante poco amigable con que su futuro jefe le entrega en silencio.
—Lo siento, aun no me he presentado, señor Stravros, soy Laura Morales, sobrina de doña Luisa. Tengo treinta años, y experiencia como ama de llaves, serví a la familia Culpepper de California, Estados unidos, por lo que mi inglés es bastante fluido. También conozco técnicas de defensa personal y de comida sana y saludable.
Emanuel tosió sin responderle. No puede negar que su presencia es acorde al cargo. Sabe que necesita una ama de llaves antes de que doña Luisa abandone su hogar, y que sea su sobrina y siga sus mismas pautas hasta la misma crianza severa debería ser suficiente. Tensó su rostro, sin embargo, su juventud le molesta, no puede negarlo. Con unos veinte años más hubiera sido perfecta para el cargo.
Pero no quiere lidiar con entrevistas, ni selecciones de personales, no tiene tiempo ni el ánimo para eso. Chasqueó la lengua sin otra opción.
—Está bien —señaló finalmente dándole la espalda—. Firme contrato y que luego le muestren su habitación y las tareas que deberá cumplir de ahora en adelante.
—Agradezco la oportunidad, señor Stravros, no va a arrepentirse —respondió con cortesía.
Emanuel dejó escapar un “ja” irónico sin detener sus pasos.
—Eso espero…
Y sin decir más salió de la sala hacia un pasillo contrario a la dirección hacia donde su hija fue llevada. Laura lo contempló con atención y no pudo evitar el dejo de preocupación que se dibujó en su rostro. La interacción entre padre e hija ha sido peor de lo que le había contado su tía. No ve en él muestras de cariño a la niña y a la vez la pequeña por más que se muestra rebelde parece no tener demasiada cercanía hacia él. Todo lo contrario, con su madre, cuando la niña habló de su madre notó como los ojos le brillaban y sus palabras fluían con energía, dando a entender el enorme cariño y confianza que siente hacia ella.
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Editado: 20.05.2024