Cuando avisaron que habían venido a buscar a Amanda, el rostro de la niña se iluminó en el acto. Con su oso de peluche entre sus brazos y una mochila de diseño de gatos salió muy feliz de mano de doña Luisa rumbo a la puerta.
Laura al darse cuenta de que en vez de dirigirse hacia la sala de estar caminaban directamente hacia la puerta le preguntó a su tía.
—¿La señora Rose espera afuera? —le preguntó confusa.
La mirada de la mujer mayor se tornó incomoda, bajó los ojos un momento contemplando a la pequeña niña que parece ajena a su conversación. Luego respondió en tono bajo y con una mirada triste.
—La señora… tiene prohibido entrar a esta casa, por lo que suele esperar afuera.
Laura se quedó enmudecida al escuchar esto.
Al acercarse a la puerta en vez de encontrar a la madre de Amanda se encontraron esperando afuera a un hombre que les sonrió en el acto. De alta altura incluso más que Emanuel, sonrisa sincera y un rostro apuesto y varonil. Cabellos castaños y ojos claros. El hombre las saludó con cortesía. Laura tuvo la sensación de haberlo visto en algún lugar, hasta que recordó la existencia de un famoso violinista que se parecía mucho a él, sin saber que es la misma persona.
La niña en tanto soltándose de la mano de la ama de llaves iluminó su rostro aún más dando un grito “¡Tío Tomás! ¡Has vuelto de tu viaje!” lanzándose en sus brazos con una confianza y felicidad muy distinta a la forma como se comporta frente a su padre. Y la manera con que aquel la recibió estrechándola en sus brazos para luego alzarla en el aire es un enorme contraste con un padre que prefiere encerrarse en su despacho que compartir con su propia hija.
—Iremos ahora a buscar a tu hermanito —le dijo el hombre con alegría.
—Se va a poner muy feliz de vernos —respondió Amanda alzando sus brazos felices—. ¿Y mamá? Prometió ir por un helado…
Hizo un puchero, y eso llamó la atención de Laura, la confianza que la niña tiene en ese hombre incluso la hace actuar como una pequeña mimada y regalona, muy distinto a la pequeña “adulta” que intenta ser a los ojos de su padre.
—Mamá… tuvo un accidente, no te asustes fue pequeño, se lesionó la muñeca en el ensayo, pero ya el doctor le dio el alta y nos encontraremos con ella en la heladería ¿Te parece? Hay que animarla.
—¡Sí, vamos! —gritó Amanda animada—. Adiós nana Luisa, adiós, señorita Laura, nos vemos otro día.
Al decir “señorita Laura” se inclinó con cortesía para luego irse de la mano de aquel hombre.
—¿Quién es él? —preguntó Laura apenas la mujer mayor cerraba la puerta.
No hubo respuesta de inmediata, doña Luisa observó a su alrededor esperando que nadie estuviera cerca para escucharla.
—Es el marido de la señora Rose —le susurró al oído.
No hubo necesidad de preguntar más, con un hombre tan carismático y de aspecto tranquilo y confiable versus la expresión amarga y la actitud fría y seca de su jefe, no puede negar que hasta ella misma terminaría inclinándose a favor del lado de un hombre como ese.
—¿A qué hora cena el señor Stravros? —preguntó con intenciones de aprender su itinerario.
—No, hoy no cenara, bueno… en realidad nunca cena, se encierra en su despacho y bebe, hay que estar pendiente de que no vaya a intoxicarse con el alcohol —el tono deprimente como lo dijo su tía le dio a entender que no es una situación agradable.
En realidad, si no le debiera un favor no hubiera aceptado trabajar para alguien como él. Un jefe sumido en el alcoholismo, de actitud poco agradable y que parece aun tener resentimiento a su exesposa, siendo que fue él quien le pidió el divorcio y la echó de la casa, no es un asunto que cualquiera quisiera cargar sobre sus hombros.
Tal vez por eso se vio en la necesidad de salir al exterior a respirar un poco de aire fresco. El cielo ya se ha teñido de tonos anaranjados mientras el sol baja a esconderse. El ruido de pequeños grillos que pululan en el jardín en busca de compañía es lo único que rompe el silencio de aquel callado jardín de rosas blancas.
Y uno de los recuerdos más persistentes de su vida inunda su mente, como suele hacerlo en ocasiones así.
—¿Cómo ha estado tu primer día? —la repentina voz de un hombre interrumpió su calma y la hizo sobre saltarse girándose hacia aquel.
Luego soltó un suspiro de alivio, pero sin ocultar su molestia le dio un golpe con el dorso de la mano sobre su pecho.
—No me asustes —se quejó entrecerrando los ojos con gesto poco amable.
El hombre se echó a reír ante la sería expresión de Laura que incluso cruzó sus brazos al darse cuenta de que se ríe de ella.
—Te juro que no fueron mis intenciones asustarte, hermanita —agregó el hombre alto de aspecto fortachón y con un traje ceñido a su cuerpo que lo hacen lucir más corpulento.
—Intentaré creer en tu palabra —señaló desviando su mirada al cielo—. ¿Hasta qué hora trabajas? Pensé que hoy no te tocaba trabajar.
El hombre miró su reloj.
—Cubro un turno de un compañero enfermo —exclamó el guardia—. En media hora estoy saliendo… ¿Cómo está mi padre?
Laura no ocultó la severidad de su mirada al escuchar esa pregunta.
—Mañoso, desde que se jubiló se queja día y noche —detuvo sus palabras un momento antes de continuar—. Deberías visitarlo, Claudio.
El hombre sonrió con tristeza bajando la mirada sin responder a eso. Luego colocó su mano sobre la cabeza de su hermana menor antes de retirarse y continuar con su turno. Para Laura es evidente que no lo hará, desde ese día que tuvo una pelea a gritos con su padre y tomó sus cosas, nunca ha vuelto a esa casa.
Si fuera por ella tampoco lo haría…
En eso el ruido de unos gritos y vidrio rompiéndose llamó su atención. Desde el interior el escándalo es evidente para todos, pero, aunque lucen asustados e incomodos ninguno se aleja de sus labores. Es como si estuvieran acostumbrados a esto, o eso le hacen sentir a la joven ama de llaves.
#1830 en Novela romántica
#477 en Novela contemporánea
recuerdos dolorosos, arrepentimiento culpa infidelidad, matrimonio roto
Editado: 20.05.2024