La niña comía su helado en silencio mientras sus dos piernecitas se balanceaban de lado a lado en la silla. En apariencia luce como calmada y feliz, pero ante los ojos de la mujer el silencio con que come es preocupante.
—Buenos días —el asistente de Emanuel se presentó en ese momento llevando una enorme caja—. Lamento interrumpirlas, pero el señor Stravros me pidió que trajera esto. Señorita Amanda, su padre le envía esto como compensación.
La niña sin entender demasiado a que se refería con “compensación” no pudo evitar acercarse curiosa para ver lo que había dentro de esa caja. Y una sonrisa enorme se dibujó en su rostro al ver el enorme unicornio de felpa, de tono blanco y cabellos de colores.
—¡Me encanta! —exclamó feliz.
Como todo niño pequeño perdona con facilidad, pero llegara a una edad donde todo lo acumulado le pesara y su padre no va a poder “compensarla” solo con caros regalos. Es por ello que Laura frunció el ceño. Esperaba que Emanuel se presentase frente a la niña a disculparse, pero en vez de eso mandó a su asistente a traer un regalo.
—¿Quieres que te lleve a algún lugar? —dijo el hombre con una suave sonrisa.
Amanda abrazada del cuello del unicornio alzó su mirada confundida, sus largas pestañas se retrajeron hacia atrás y su repentina alegría pareció esfumarse de su rostro.
—Pero… papá, él dijo que saldríamos juntos…
—El señor Stravros hoy tiene trabajo y no puede salir —respondió el asistente, preocupado por la expresión de la niña—. Prometió que la próxima vez saldrán juntos.
La niña escondió parte de su rostro detrás del peluche de felpa antes de mover la cabeza en forma afirmativa y sonreír de una forma muy distinta a como lo había hecho al descubrir el unicornio que venía dentro de la caja.
—Quiero ir al acuario —respondió finalmente—. Papá había prometido llevarme, pero si él no puede no importa.
Los tres adultos presentes entendieron que ese “no importa” era solo una respuesta dicha desde la boca hacia afuera pues es evidente que Amanda está triste.
Laura no pudo evitar pensar ¿Por qué si la niña es hija de la mujer que su jefe tanto llora por su ausencia no es capaz de atesorarla? Le da regalos, pero lo que ella quiere en realidad es su compañía y atención.
Cuando la niña finalmente salió al acuario Laura volvió a sus quehaceres como futura ama de llaves y revisando que las ventanas se hayan abierto en cada habitación se encontró con Emanuel mirando por los ventanales de uno de los pasillos hacia el jardín.
Estaba a punto de seguir su camino pensando que él no había notado su presencia cuando sus palabras la obligaron a quedarse en su lugar.
—Emilia amaba ese jardín —señaló con un vaso de vino en sus manos—, solía esconderse en ese jardín de rosas blancas cada vez que quería llorar porque a mí me molestaban sus lágrimas… ¿Qué diría si supiera que su hija también hace lo mismo cada vez que la hago llorar? Soy un cobarde, no soy ni siquiera capaz de pararme frente a una niña y pedirle disculpas. No lo hice con su madre y la perdí…
Laura guardó silencio, luego desvió la mirada, en realidad no quisiera inmiscuirse demasiado en ese asunto.
—Tal vez debería hablar con la señora Emilia —señaló.
Emanuel dejó escapar una pequeña risa triste, y sin mirarla respondió.
—No se puede, mi Emilia ya no está en este mundo.
No supo que decir solo guardó silencio retirándose del lugar cuando aquel hombre pareció olvidarse de su presencia.
Caminó por el pasillo sintiendo el peso de la melancolía de esa casa, como si cada pared entendiera el dolor de su dueño y lo replicara.
“Se deshizo de todo lo que pudiera recordarle de su esposa y ahora lo único que le queda es su hija” pensó sin detener sus pasos.
Emanuel sigue contemplando el oscuro jardín, y pensó que, si hubiera tomado una decisión distinta, el camino que no eligió Emilia correría alrededor de las rosas persiguiendo a la hija de ambos. Le tortura esas imágenes que nunca serán reales. Y con congoja lanzó con rabia el vaso al piso salpicando de vino las paredes. Se llevó una mano a su rostro cubriendo sus ojos, no quiere ver más ese futuro que no fue el que eligió, no quiere ver que hubiera sucedido si hubiera elegido a Emilia en vez de haber elegido a Rose. Quiere que esas imágenes dejen de torturarlo de una vez con lo que no fue.
La pequeña Amanda despertó aun con sueño, bostezando mientras doña Luisa y Laura intentan despertarla a desayunar. La niña obedientemente, producto aun del sueño, dejó que la vistieran, lavaran y peinaran.
Bajó las escaleras, aferrada a su nuevo peluche de un pez dorado que le habían comprado en la visita al acuario, y bostezo entrando al comedor. En realidad, no tiene hambre, hubiera preferido seguir durmiendo.
—No es bueno que una niña educada se levante bostezando de esa forma ¿Ayer no dormiste bien? —la voz de su padre la hizo reaccionar.
Amanda olvidándose de todo lo que había pasado el día anterior, como cualquier niño de su edad, sonrió feliz corriendo al lado de Emanuel. Sus ojos brillan de tal forma que el hombre no pudo evitar sentirse incomodo ante la desbordante alegría de la niña.
A pesar de que su mirada es tan igual a su madre, porque ese brillo en los ojos de Amanda solo los vio en Emilia cuando recién se estaban conociendo.
—Papá —dijo la niña alzando su pez de peluche—, mira es un pez dorado.
Pestañeó volviendo al presente y se quedó mirando a su hija sin entender lo que acababa de decirle.
—¿Te gusta? —le preguntó.
—Está bonito —dijo por decir, mirando la hora le preocupa que Rose llegue antes de lo pactado.
No quiere verla, no quiere ver ese brillo en sus ojos que ahora no es suyo.
—Apresúrate en comer —exclamó y la niña lo contempló con cierto dejo de desilusión mientras bajaba sus brazos y abrazaba su pez.
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Editado: 20.05.2024