Emanuel contempló el descuidado jardín de rosas que Rose cuidó durante los años que estuvieron casados, las rosas blancas han brotado con hojas secas colgando entre sus ramas de forma desordenada perdiendo la armonía con el resto de las plantas que sí lucen cuidadas.
Siempre tuvo la vaga esperanza de que su ex esposa volvería un día y por ello prohibió al jardinero tocar las rosas, Rose volvería y se haría cargo de las flores que tanto amaba cuando vivía en este lugar.
Pero nada de eso pasó. Ella nunca volvió a acercarse a aquel jardín.
Entrecerró los ojos recordando como su ex esposa, su Rose, su Emilia, lloraba con impotencia en los brazos de su ama de llaves.
Como por muchos años no sé dio cuenta, en realidad, el nivel de daño que le hizo, y todo porque sus ojos verdes le recordaban a ese hombre. Torció en una mueca para luego bajar la mirada. Sí, todo fue su culpa…
—Tal vez ya es hora decirle al jardinero que le de cuidado a esas rosas—pensó con amargura cerrando las cortinas.
Vio la botella de vino que antes había sacado, pero titubeo. Tenso la mirada y sus recuerdos lo torturaron atornillándole la cabeza. A estas alturas le resulta tan difícil mantenerse sobrio sin que el arrepentimiento de sus acciones se le restrieguen en la cara.
Bebió el vino como un veneno que baja a su cuerpo y paraliza sus extremidades, pero es la única forma para alejar a los fantasmas que no dejan de venir a burlarse de su soledad.
Se siente ahogado, con una desesperación que se arremolina en su estómago causándole dolor, mientras las botellas vacías se acumulan a sus pies.
Le es doloroso descubrir que en todo este tiempo Rose nunca se sintió amada por él, porque en realidad ella se dio cuenta que él amo una imagen suya que no era la real, amó a una Rose que creó en su mente, más allá de su apariencia física, debido a que sabía que si hubiera detenido el bullying que sus amigos le hacían a ella nada hubiera pasado, la culpa lo forjó a amarla. Creyendo que de esa forma le daba a ella, siquiera en su muerte, un premio de consuelo al no haber hecho nada por salvarla del acoso. Eran sus supuestos amigos quienes la maltrataron incluso empujándola a la muerte, hubiera bastado con un “Ya déjenla tranquila” para que esto hubiera parado y la dejaran en paz. Pero no lo hizo.
Se dirigió a su despacho tambaleando apenas logrando mantenerse de pie, y se dejó caer en su silla mirando la luna llena que entraba en la oscura habitación. Tensó su mirada, ya no quiere recordar más ni torturarse con lo que no hizo por ella, bajó la mirada con dolor hacia sus manos que en vez de convertirse en unas manos que solo le dieran cariño y protección solo las usó para causarle más daño incluso siendo capaz de apretar su frágil cuello.
—Maldita sea, soy un idiota…
Sacó el corchó de la botella de vino que trajo consigo y cuando estaba a punto de beber se dio cuenta que no estaba solo.
Laura que momentos antes se había asegurado de que las ventanas estuvieran cerradas estaba a punto de salir cuando vio la luna y apagó las luces para contemplar el bello espectáculo nocturno, fue ahí que notó a su jefe entrar a la habitación, pero él, a diferencia suya, no se dio cuenta de su presencia.
No lo había visto en todo el día luego de que la señora Rose se retirara. No pudo evitar tensar su semblante al notar la botella de vino.
—¿Quién te dijo que podrías entrar aquí, así como así? —masculló en un tono agresivo con su extraña voz debido a su embriaguez.
Laura no respondió, se mantuvo callada y cautelosa, ya pasó muchas veces está situación debido a su padre. Solo tensó su mirada y esto pareció molestar aún más a Emanuel.
—¡¿Quién mierda te dijo que podías entrar aquí?! —y dio un fuerte golpe sobre su escritorio antes de hacer el ademán de ponerse de pie obligado a apoyarse en el mesón porque no es capaz de sostener su propio cuerpo. Su fiera mirada se detuvo en la mujer que no se mueve de su lugar—. ¡Fuera de aquí!
Le gritó. Laura no se inmuto, e incluso contrario a lo que esperaba, su nueva ama de llaves avanzó unos pasos acercándose a él.
—Bájeme el tono, señor Stravros que no le he dado la confianza para hablarme de esa forma, mi deber como ama de llaves es velar por la organización de la casa y la armonía de sus habitantes, y eso lo incluye a usted.
Avanzó a paso seguro frente a él, y ante ese atrevimiento Emanuel se alzó tomándola del cuello de su blusa. Se quedó fijamente mirándola amenazante, pero Laura sostuvo su mirada con la misma severidad, aunque es más pequeña de tamaño que él parece tener una fuerza que no se imagina, o bien es el alcohol lo hace más débil. Pues sintió como lo tomó de cierta forma haciéndole que fuera capaz de casi levantarlo en el aire y lanzarlo contra el piso.
No por nada se había tomado la molestia, luego de ese incidente, de aprender de su padre técnicas de defensa personal. No suele usar esto con sus jefes, pero en casos extremos como este no le quedaba otra opción.
Cuando Emanuel reaccionó estaba esposado de sus manos y acostado en su cama. Aun sin salir de su sorpresa intentó sentarse. Pero las ganas de vomitar lo hicieron inclinarse en su cama. Maldiciendo a quien sea que lo haya esposado de esa forma. La puerta se abrió y vio entrar a esa mujer, y los recuerdos vinieron de golpe a su cabeza.
Fue ella quien entró a ese despacho y de alguna forma él terminó esposado en la cama. Laura no se inmutó mientras deja el plato de consomé sobre el velador. Sacó unas llaves y lo liberó.
Emanuel se levantó molesto, pero en vez de poderse enderezar, como hubiera querido, solo pudo correr al baño a vomitar. La resaca después de beber sigue siendo igual de molesta. Volvió a la cama transpirando y pálido.
—Acuéstese y tomé un poco de este consomé caliente, le hará bien —habló Laura con cortesía.
—¿No crees que te estas tomando atribuciones que no te corresponden? —la cuestionó de mala gana.
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recuerdos dolorosos, arrepentimiento culpa infidelidad, matrimonio roto
Editado: 20.05.2024